sábado, 20 de febrero de 2021

El símbolo en la poesía de Rubén Darío

 (El poema Elegía Pagana, de treinta y seis versos alejandrinos, es un magnífico ejemplo de la manera en que el poeta nicaragüense utiliza los símbolos para contar una historia. Escrito probablemente hacia 1898, está inspirado en el recuerdo de una joven de origen ruso, de nombre Mima, a la que conoce en un baile de sociedad en Buenos Aires. No hay constancia documental de qué ocurrió en ese momento. Sólo sabemos lo que nos cuenta Darío en el poema y algunos datos que aporta la crónica periodística que acompaña a la publicación del poema, siete años después de la muerte del poeta: "ella le pide uno de sus libros y el poeta solicita a cambio uno de sus guantes. Algunos días después se recibe en casa de la joven el libro forrado en piel de guante. Transcurrido un tiempo, cuando estaba cerca de contraer matrimonio, la joven muere repentinamente". En este mismo blog puede leer el artículo: Poema de Rubén Darío oculta historia galante, donde puede encontrar el poema. Información más completa puede hallarla en la novela "Una historia galante" disponible en versión digital en Amazon)

Al examinar con  detalle el poema Elegía pagana, observé que incluía varios personajes mitológicos, además de algunos términos que podían tener un sentido alegórico, de manera que transmitían algo diferente de lo que podía pensarse tras una primera lectura. Por ejemplo, hay un verso solitario, que dice: Propicia­toriamente yo invocaba a Himeneo… Parece una refle­xión, consecuencia de los versos anteriores, en los que Darío considera que el regalo del libro ha sido su ofrenda al dios del matrimonio. Algo que se explica porque en la mitología griega, Himeneo debía acudir a las celebraciones de boda, para asegurar que los contrayentes fueran felices durante toda la vida. Por ello era habitual hacerle ofren­das propiciatorias y que tanto los invitados como los novios gritaran su nombre durante la ceremonia. 

Basándome en esta hipótesis, consideré que podía resultar interesante deconstruir el texto y volverlo a armar siguiendo la pauta de su fundamento simbólico. En un cuaderno de notas, fui identificando los personajes míticos y las figuras retóricas incluidas en el texto, asignando a cada uno los posibles y en ocasiones múltiples significados. Como había intuido, al terminar tenía ante mí un resultado tan prometedor como confuso. El problema residía ahora en encajar toda aquella información en un discurso coherente. Era evidente que necesitaba ayuda para aquella tarea y se me ocurrió que nadie mejor que el poeta urbano que había encontrado en la plaza Dorrego, ya que en esa ocasión había demostrado claramente su conocimiento del universo dariano.

—Han pasado muchos años desde que leí este poema —me dijo, mirándome con cierta suficiencia, mientras aceptaba con fingida resignación la hoja con el poema. Se tomó su tiempo para leerla y, después de hacer algunos gestos evaluativos, prosiguió— Hay en él una erudición desbordada, pero expresada en una forma tan inspirada que la propia armonía de los versos oculta la transcendencia del mensaje.

 —¿Qué le preocupa exactamente? —preguntó, y siguió hablando sin esperar mi respuesta—. Los símbolos adquieren sentido solo cuando se interpretan en base a la estructura narrativa. Pero en la poesía de Darío la tarea se complica, ya que él, desde sus primeros escritos, fue creando su propio universo simbólico. En este caso lo bueno es que muchos de esos elementos se repiten de manera sistemática a lo largo de su obra. Así que podemos recurrir a poemas anteriores, donde su significado es más evidente, para poder darles sentido.

Aquel me pareció un buen comienzo, así que le hice un gesto para animarle a seguir. Él aparentaba sentirse cómodo en su papel de tutor y se despachó con otra pregunta.

—¿Cuántas partes ve en el poema?

Le quedé mirando sin decir nada, pero en una actitud de evidente incomodidad. Luego me relajé al recordar que su pasatiempo consistía en suscitar una cierta expectación con sus preguntas, para luego responderse a sí mismo.

—Son cinco —continuó—, y en la primera el poeta nos presenta a Mima. Nos habla de su origen ruso y de su condición viajera. En estos versos la joven se nos revela como la encarnación de lo femenino, que va a cultivar sus dones (dar sol a sus rosas) al Paraguay de fuego. Para ello la describe con algunas expresiones poéticas como manzana matutina, flor de las primaveras, diamante de los popes, perla de los zares. Mediante estos símbolos va componiendo un catálogo de sus características más relevantes: juventud, inocencia, pureza, pasión.

Iba demasiado rápido para mí. Además pensaba que a esa conclusión podía haber llegado sin su ayuda.

—Interesante. Pero a primera vista todas ellas parecen solo expresiones poéticas. Si al menos pudiéramos analizar una. Quizás eso me ayudaría a percibir con más claridad su simbolismo —le propuse.

—Podría ser —accedió. Luego buscó en el poema antes de proseguir—. Esta es buena. Flor de las primaveras. ¿Qué le parece?

Asentí con un movimiento de cabeza.

En primer lugar hay que entender de qué flor se trata. Para Darío la flor de la primavera por excelencia es el lirio. —Sin dejar de hablar, levantó la palma de la mano con los dedos juntos, como si quisiera detener alguna interrupción—. En el poema “El poeta pregunta por Stella”, lo señala con total claridad: “Lirio, florido príncipe / hermano perfumado de las estrellas castas / joya de los abriles”. Y esta flor se ha asociado, desde tiempos inmemoriales, con la inocencia, la pureza y la virginidad. Para los griegos el lirio es la flor de Iris, mensajera entre lo divino y lo humano. Hay una leyenda muy sugerente, de la que Darío se hace eco en estos versos, que relata como Hermes, el mensajero de los dioses, pone a Hércules a amamantar de una Hera dormida, con el fin de que la leche de la diosa le confiera la inmortalidad. Pero Hera se despertó y rechazó violentamente al niño de su pecho, derramando algunas gotas de leche. Unas salpicaron el cielo, formando la Vía Láctea. Otras fueron a caer en la tierra y de ellas surgieron los lirios.

Su explicación parecía coherente. De manera que no insistí y pasé a otra cuestión.

—Lo que no puedo entender es por qué, a continuación, anuncia la muerte de Mima y la deja en puntos suspensivos —comenté.

—Ahí comienza la segunda parte del poema —esperó hasta ver mi gesto de duda antes de proseguir—. La no existencia de Mima, aunque efectivamente queda en puntos suspensivos, desencadena inevitablemente una serie de trágicos acontecimientos: Venus, diosa del amor, la belleza y la fertilidad, está desolada, y en desagravio se sacrifican sus palomas. Menalcas rompe la flauta con la que solía cantar al amor. También el vaso, que es un símbolo místico asociado al destino humano, era alegre y se rompe, indicando con ello el repentino final de una vida que se prometía fecunda y feliz. Mientras que al derramar los frascos de aromas se alude a la pérdida de todas las esencias que caracterizan lo femenino.

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Entonces hay que asumir que los últimos tres versos, donde cuenta como el dulce Véspero vierte su elegía en la urna en que descansa Mima, refuerzan los versos anteriores.

—Eso es lo evidente. Pero si tuviera que arriesgar me atrevería a decir que nos está remitiendo al poema que compone Petrarca a la muerte de Laura —me dijo, sin que el tono de su voz exteriorizara alguna duda.

—Observe el siguiente grupo de versos porque son esclarecedores —me indicó—. Conforman la tercera parte del poema. Es el momento en que el poeta sitúa a Mima entre el amor y la muerte. Aquí los versos son de una sensibilidad extraordinaria:

             No descansa. En el lago de la muerte patina

la regia rusa, brillan sus patines de plata

al halago lunar. Mágica serenata

hace sonar un ruiseñor en lo invisible,

y Mima es ya princesa de un imperio imposible.

La llamaron las voces de un coro de rusalcas;

partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,

los azahares y las tórtolas sonoras.

Sitúan a la joven patinando en el lago, que aquí hay que verlo como una representación del tránsito entre la vida y la muerte, mientras se debate entre dos fuerzas poderosas: la llamada del coro de rusalcas (ninfas del agua en la mitología eslava), que quieren llevarla al fondo del lago, y el reclamo de su amado, que en la canción le pide que vuelva.

Levanté la mano, tal vez con alguna brusquedad, para interrumpir su discurso.

—En el poema es un ruiseñor quien hace sonar la serenata y no veo la conexión que puede tener con su amado —protesté.

Me miró fijamente durante unos segundos, como si calibrara mi disposición a aceptar sus argumentos y estuviera considerando si merecía la pena seguir con su explicación. Cuando lo hizo su voz era pausada.

—Es su amado, a quien menciona indirectamente unos versos después, que aquí aparece representado en la serenata del ruiseñor. Para mí no hay ninguna duda de que se está refiriendo a la famosa serenata de Schubert.

No pude evitar un gesto de asombro, pero él siguió hablando ajeno a la expresión de mi rostro.

—La letra de esta canción, del poeta Ludwig Rellstab, es muy reveladora: Suavemente mis canciones suplicantes se dirigen, / a través de la noche hacia ti; / abajo, en la tranquila arboleda, / amada ven a mi lado / … / ¿Escuchas los cánticos de los ruiseñores? / ¡Ay! Ellos te imploran / con tonos de dulces quejas / imploran por mí —hizo una pausa, dándome tiempo a que pudiera asimilar esa información—. Le advertí que Darío tiene su propio universo simbólico y ya en un poema anterior se había referido a esta serenata de Schubert.

—El siguiente verso, cuando señala que Mima es princesa de un imperio imposible, parece un recurso poético para completar el pareado con el verso anterior —argumenté.

—No hay nada en el poema que no tenga sentido. Esa declaración, que puede parecer que está ahí solo para consolidar la estructura armónica del poema, es esencial para comprenderlo —afirmó, en un tono que no dejaba opción a la réplica. Luego prosiguió—. Nos está diciendo que Mima se encuentra en una región intermedia de la existencia. Un imperio imposible. Ahora es, como las ninfas y las rusalcas, un espíritu elemental ligado al mundo de los humanos, pero también al mundo de los espíritus.

Repasé los versos con una actitud concentrada. De nuevo tenía que admitir la coherencia que había en su explicación. La estructura narrativa y la lectura simbólica se unían para dar sentido al poema.

—En esa situación parece que gana la llamada del coro de rusalcas, logrando que olvide sus compromisos en el mundo de los humanos y llevándola al fondo del lago —concluí, siguiendo el hilo de sus argumentos.

—Es lo que parece —aceptó—. Pero siempre queda la esperanza de un renacimiento del ser. De nuevo estamos ante la anhelada metamorfosis. Recuerde la Sonatina. ¿Y aquí, dónde se anuncia? —me preguntó.

Ya estaba bastante confundido, así que me limité a sostener su mirada, esforzándome para que en mi cara no se reflejara alguna emoción. Él aguardó mi respuesta durante unos largos segundos y luego continuó.

—En los versos finales, que son los más impenetrables y misteriosos de todo el poema:

             Como la Diana de Falguiere, ella ha partido,

virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.

Como la Diana de Falguiere, blanca y pura

a cazar imposibles entre la selva oscura.

 —Para mí son los versos más inquietantes de todo el poema —prosiguió—. Lo primero que llama la atención es la manera en que aparece Diana, que simboliza la muerte, representada en la estatua de Falguiere.

Debió observar mi nuevo gesto de asombro y decidió alargar la explicación, sin abandonar el tono didáctico y un poco pedante, que parecía serle connatural.

—No es la primera vez que Darío utiliza este recurso. Algo similar sucede en otras de sus composiciones. Por ejemplo en “El coloquio de los centauros”. —Recitó esa parte del poema, para dejar claro su argumento.

             ¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia

ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia.

Es semejante a Diana, casta y virgen como ella,

en su rostro hay la gracia de la núbil doncella.

 —Allí como aquí, Venus, representa el aspecto más carnal de lo femenino, cuyo nombre hace gemir a la tierra de amor, mientras que Diana es la doncella inflexible, que decide la muerte inexorable con el poder de sus flechas. Mediante este artificio, el poeta nos regresa al momento en que Mima, en la frontera de la vida, se encuentra en una encrucijada entre el amor y la muerte.

—Pero si la muerte es inevitable… ¿queda esperanza para el amor? —pregunté.

—La hay, porque solo el amor puede darnos una segunda vida. Aunque esto solo sea posible en un plano superior de conciencia, donde el amor se manifiesta como un estado del alma. Para ello necesitaría trascender el ámbito de su existencia física.

—Solo entonces dejaría de estar sujeta a los límites de la naturaleza humana —señalé, intentando seguir su elaborado engranaje deductivo.

—Así es —confirmó mis palabras con evidente agrado, mientras cabeceaba levemente

—Pero, aunque quizás todos nosotros, al menos una vez en la vida, podemos experimentar esa nueva realidad, de manera confusa y solo durante unos instantes, se necesita de una auténtica metamorfosis para conseguir que el resultado sea permanente.

Había empezado a pensar en voz alta, mientras buscaba, infructuosamente, en la última estrofa del poema, las claves que determinaban esa transformación.

—No es fácil de ver, sobre todo si solo buscamos la verdad en el espejo de lo obvio. Aunque, para quien ha entendido, resulta evidente que Darío rescata en estos versos el mito de Pigmalión. A través de la estatua de Diana, Mima adquiere una nueva vida. Es una genialidad hacer que sea la muerte quien cede el paso a la vida y además es uno de los mejores ejemplos de metamorfosis que hay en la literatura. Ahora ella puede adentrarse en el bosque del olvido, a pesar de los múltiples y desconocidos peligros que allí la aguardan. Se abrirá paso armada únicamente con la fuerza de sus virtudes, que están representadas en las flechas.

—Cuando leí este verso lo relacioné con el bosque del olvido, que aparece por primera vez en Alice in Wonderland —le dije—. Pero no pude encontrarle explicación.

—Es muy posible que Darío conociese la obra, ya que era muy popular en ese tiempo y tomase de allí el nombre. Pero aquí lo utiliza como una figura retórica para expresar que el olvido es la mayor calamidad asociada a la muerte. Eso es lo que busca Mima al lanzar las flechas. Sabe que solo puede vivir mientras no sea olvidada —me explicó.

—¡Vaya, nunca lo hubiera imaginado!

—Como en las mejores obras de misterio todo adquiere sentido con el último verso, cuando nos revela el propósito de la joven. —Hizo una pequeña pausa, como para acentuar la importancia de las siguientes palabras—.  Cazar imposibles entre la selva oscura.

Observé que me animaba con el gesto de la mano a que desvelara el sentido oculto de la frase. Pero, al observar mi absorto mutismo, decidió continuar.

—Son los versos con los que Dante da inicio al Canto Primero de la Divina Comedia: “En medio del camino de la vida / me vi perdido en una selva oscura”. Es el comienzo de un viaje alucinado en busca del renacer espiritual. Un viaje de la misma índole del que tiene lugar en este poema. Lo que nos está diciendo Darío es que cuando hay una sólida voluntad siempre habrá esperanza para los atributos esenciales de la vida, como la belleza y el amor. Esa es la razón de que haya dejado en puntos suspensi­vos el anuncio de la muerte de Mima. Y, por paradójico que parezca, ella sigue viva en este poema de Darío —me dijo, cerrando el libro de Boti en un gesto con el que parecía estar dando por terminada su disertación.

 

 

Referencias

·        

·         En el poema “El país del sol”, incluido en el libro Prosas Profanas, menciona a Schubert y su serenata.

·         Por disparidad en las fechas no parece probable, que lo tomara de la hoy famosa ópera “Rusalka”, del compositor checo Dvorak, estrenada en 1901, pero que tardó veinte años en ser estrenada en los principales teatros europeos. En este pareado, es la palabra rusalcas la que se muestra dominante, mientras Menalcas es la palabra complemento.

·         En el Coloquio de los centauros: “¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia / ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia. / Es semejante a Diana, casta y virgen como ella; / en su rostro hay la gracia de la núbil doncella”

  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario