martes, 5 de febrero de 2019

Rubén Darío y San Martín de Tours

La noche del 11 de noviembre de 2018 una cabalgata de niños, alumbrados por los farolitos que llevan en la mano, recorre las calles de Diriambauna pequeña población situada a cuarenta kilómetros de Managua. Dirige la comitiva Anke Cordón, directora de la biblioteca popular Semillas, vestida para la ocasión con una larga capa de tela roja.  Monta a “Mariposa”, una yegua parda que una vez fuera maltratada y al fin abandonada exhausta por el carretonero cuando ya no servía a sus propósitos, y que ahora pasta alegre y despreocupada en el jardín de su casa. Le siguen una cabra, también arrancada de las garras del desamparo, y varias decenas de niños y padres que caminan alegres hasta el parque central, donde los ojos curiosos y asombrados de los transeúntes contemplan este espectáculo multicolor, conmovedor y estimulante. Al ritmo de sus pasos y del balanceo de los farolitos unen sus voces para entonar canciones de estribillo fácil y pegadizo:

          Yo voy con mi farolillo

  alumbrando el camino,

  arriba brillan las estrellas

         aquí la luz que va conmigo.

“¿A qué se debe esta procesión?” Pregunta un sorprendido espectador a su vecino que, igualmente ignorante, se encoge de hombros.

“Estamos recordando a San Martín de Tours, un hombre humilde, generoso y compasivo”. Responde al paso uno de los integrantes de la comitiva que ha oído la pregunta.

“!Ojalá que traigan con sus farolitos un poco de luz en estos días de zozobra! Exclama otro espectador, con la voz atenuada por la prudencia y animada por la esperanza.

Malos tiempos se viven en la ciudad y en el país, ahora sometido a la cruel embestida de la revancha y la desconfianza entre las personas, capaz de separar a los amigos y dividir las familias. Recurriendo a un socorrido eufemismo muchos se refieren a esta situación como “la crisis socio-política”. Para que no lo olviden, mientras recorrían las calles del barrio “Libertad”, han podido leer en las paredes de algunas casas la palabra “Plomo”, que identifica las viviendas de los “señalados” en uno de los dos bandos.

Pero… ¿quién es este santo que tanta devoción inspira en el mundo y que muy pocos parecen reconocer en Diriamba?

El 11 de noviembre de 1897 publicaba Rubén Darío, en el diario La Nación de Buenos Aires, un artículo celebrando la festividad de San Martín de Tours, patrón de Buenos Aires, y que también lo es de Francia, Hungría y muchas otras ciudades de Europa y América. El santo al que más iglesias ha dedicado el catolicismo.

El hecho que se recuerda sucede el 11 de noviembre de 337, una noche de frío intenso, cuando Martín encuentra a la entrada de la ciudad de Amiens, a un pobre hombre que tirita de frío, apenas cubierta su desnudez por algunos harapos. Sin dudarlo, Martín sacó la espada que ceñía, partió en dos la capa que le cubría y dándole una mitad al pobre se puso de nuevo el resto. Entre los que asistían al hecho, algunos empezaron a reír al ver el aspecto ridículo  que  tenía  con  su  capa  partida,  pero  muchos  en  cambio,  con  mejor  juicio,  se  dolieron profundamente de no haber hecho otro tanto, pues teniendo más hubieran podido vestir al pobre sin sufrir ellos la desnudez. Esa noche se presentó Jesús en sus sueños, vestido con la media capa que le había regalado al pobre, para decirle: "Martín, hoy me cubriste con tu manto”.

En un lenguaje barroco, repleto de referencias y alusiones a los textos clásicos, Darío describe esta escena en su artículo de la siguiente manera: “Amiens, en hora matinal. Del cielo taciturno llueve a agujas el frío. El aire conduce sus avispas de nieve. ¿Quién sale de su casa a estas horas en que los pájaros han huido a sus conventos? En los tejados no asomaría la cabeza de un solo gato. ¿Quién sale de su casa a estas horas? De su cueva sale la Miseria. He aquí que cerca de un palacio rico, un miserable hombre tiembla al mordisco del hielo. Tiene hambre el prójimo que está temblando de frío. ¿Quién le socorrería? ¿Quién le dará un pedazo de pan?
Por la calle viene al trote un caballo, y el caballero militar envuelto en su bella capa.
Ah, señor militar, una limosna por amor de Dios! 
Está tendida la diestra entumecida y violenta. El caballero ha detenido la caballería. Sus manos desoladas buscan en vano en sus bolsillos. Con rapidez saca la espada. ¿Qué va a hacer el caballero joven y violento? Se ha quitado la capa rica, la capa bella; la ha partido en dos, ha dado la mitad al pobre. ¡Gloria, gloria a Martín, rosa de Panonia!”.

La crónica de Darío se centra en la expresión de solidaridad que une al soldado y al mendigo. Un gesto que es sencillo en su dinámica pero sublime en su significado, porque surge de la compasión, probablemente el sentimiento humano que, junto con el amor, resulta más conmovedor y trascendente.

Leyendas posteriores, extendidas por las comunidades del centro de Europa, enriquecieron los hechos descritos en la crónica de Sulpicio Severo, argumentando que algunos testigos del hecho, admirados por el gesto del santo, recorrieron aquella noche la ciudad, alumbrados con sus farolitos, propagando lo sucedido entre los ciudadanos. Orientaban la luz para abrirse camino en las tinieblas de la noche, al tiempo que el mensaje de solidaridad y hermandad que transmitían sus palabras llevaba la esperanza al corazón de los hombres. Y, con el paso del tiempo, la leyenda dio paso a una tradición muy querida en la que muchas ciudades celebran cada aniversario la generosidad del santo, con una procesión de niños y adultos que recorren las calles llevando farolitos hechos por ellos mismos y cantando canciones alusivas al hecho.

Esa tradición, que Anke vivió de niña en su Alemania natal y que trajo con ella cuando llegó a tierras americanas, está en el origen de esta procesión que desde hace unos años recorre las calles de Diriamba cada 11 de noviembre. Unos días antes, en el salón de la biblioteca Semillas, los niños y los padres que han querido participar en la actividad, se reúnen en una jornada de manualidades en donde cada uno fabrica su propio farolito, con cartón papel, una vela y un pedazo de alambre,  el mismo que luego llevará en procesión por las calles, pregonando con sus canciones los ideales de solidaridad y hermandad entre los seres humanos, unidos todos en un ideal común, más allá de las vicisitudes temporales.

Luego, al término de la cabalgata, se reúnen de nuevo en la biblioteca, donde todos celebran compartiendo unos frescos y unos panecillos que la misma Anke ha horneado en su casa. Mientras tanto algunos quieren acariciar a la yegua y hacerse una foto con la cabra.