martes, 27 de febrero de 2018

Rubén Darío vestido de cartujo. El retrato


Siempre ha existido una fuerte controversia en torno al cómo y cuándo Vázquez Díaz realizó el famoso y alabado retrato de Darío vestido con lo que parece ser un hábito de cartujo. Se trata de un óleo sobre lienzo de 194 x 105 cms.
Casi todos coinciden en que el cuadro fue pintado en 1914, inmediatamente posterior a la estancia de Darío en la Cartuja de Valldemossa (Mallorca). Tiene su lógica si consideramos que en aquella ocasión está documentado que Darío vistió un hábito blanco de cartujo y le fueron tomadas varias fotografías. También el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, donde se encuentra expuesto el retrato desde el 2001, data el cuadro en el año 1914.
Sin embargo hay algunos datos que ponen en cuestión esa fecha. La anécdota de Darío vestido de cartujo no se conoce hasta 1915, cuando aparece dentro del libro “La vida de Rubén Darío escrita por él mismo”, publicado en Barcelona por la editorial Maucci. Y la fotografía que da testimonio del hecho, no fue conocida hasta 1916, cuando la revista La Esfera, de Madrid, en su edición del 1 de mayo de 1916, presenta la fotografía, acompañada del siguiente texto “…esta curiosa fotografía, hasta ahora inédita, que me remite un joven y admirable poeta, Pedro Ferrer Gilbert, el autor de Visiones de Mallorca y Tardes del jardín”.
De hecho hay algunos autores que opinan que el retrato fue pintado en torno a 1918, coincidiendo con el año en que el pintor abandona París para instalarse definitivamente en Madrid. La primera vez que el cuadro se expone al público fue en 1921, en los salones que el periódico La Nación, de Buenos Aires, tenía en su agencia de Madrid, en la calle Gran Vía 8. La mayoría de los diarios de Madrid resaltan este acontecimiento. Entre ellos destaca el artículo que publica el diario La Voz, del 21 de octubre de 1921, con el título “Fiesta hispanoamericana”, donde se hace eco de la celebración que tuvo lugar el día anterior en la sede de La Nación, para agasajar al poeta y al pintor con motivo de la exposición del cuadro. Una foto del retrato puede verse en la revista La Esfera, del 10 de diciembre de 1921. Curiosamente la mayoría de los periódicos relacionan el retrato con la fotografía y la estancia de Rubén en la cartuja.
También sabemos que Vázquez Díaz conservó este retrato hasta su muerte, ocurrida en 1969, por una fotografía tomada por Leandro de la Vega Gil, en el estudio del pintor, en torno a 1960, y que fue donada en 2016 a la Universidad Complutense de Madrid, donde hoy permanece en custodia.  En esta fotografía puede verse a Vázquez Díaz sentado a la mesa y a su espalda, colgado en la pared el cuadro con el retrato de Darío.
Y para añadir más confusión al tema y sazonarlo con un poco de clarividencia, el propio Vázquez Díaz publica en 1956 en el diario ABC, un artículo en el que explica cuando y como realiza sus retratos de Darío, de la siguiente manera:
“Rubén vino a mi estudio de la Ville des Arts unos meses después (pasado el invierno de 1911), cuando ya había yo trazado algunas primeras ideas para el retrato de cuerpo entero. Eran primeros dibujos buscando el ritmo de la estatua blanca, cubierto el cuerpo de una gran túnica o hábito blanco de grandes pliegues.
--¿Por qué así?- Preguntó Rubén.- Tú me viste siempre con la boina de terciopelo…
--Es verdad -contesté- Pero yo siento tu retrato en un gran bloque de pliegues verticales, como un monje blanco, por necesidad plástica.
Me miró fijamente, como si yo hubiese presentido… ¿el qué?
Después hubo un gran silencio. Dos años después Darío va a descansar, invitado por sus amigos Sureda, a la cartuja de Valldemossa, dejando empezado –aunque inconcluso— el retrato del monje blanco”.
¿Debemos creer a Vázquez Díaz, protagonista principal de esta historia, cuando sugiere que, la concepción de su retrato, es anterior a la fecha en que Darío se viste con el hábito de cartujo? ¿Fue producto de su peculiar psicología de pintor, basado en un insight del personaje que resulta premonitorio?.
Pudiera ser, si consideramos que a Vázquez Díaz se le conoce por ser el pintor de los monjes blancos, como queda manifiesto en los frescos que hizo en el Monasterio de La Rábida, con un dominio de la luz y el color heredado de Zurbarán, pero dotados de un vigor y solemnidad  más propio del estilo de un escultor. ¿Será el retrato de Darío una de las primeras aproximaciones del pintor a ese nuevo concepto de pintura, que años más tarde sería la esencia de su obra.
Pero también la historia ofrece innumerables evidencias de como las referencias autobiogáficas suelen acomodar los hechos para ofrecer la visión más favorable o conveniente al autor. Especialmente cuando ya han transcurrido muchos años. ¿Será éste uno de esos casos?.
O como suele suceder, la verdad está repartida entre las tres posibilidades. Hay un poco de verdad en cada una de ellas: la idea del cuadro fue concebida en 1912, la anécdota y la fotografía de Darío vestido de cartujo fue conocida por Vázquez Díaz años más tarde, y el retrato lo pintó en torno a 1918
Es probable que todavía veamos algunos historiadores o investigadores darianos ofreciendo versiones diferentes sobre esta historia, según den prioridad a unos hechos sobre otros.
Como observadores solo nos queda disfrutar de estas dos obras de arte, realizadas por uno de los doce pintores españoles más reconocidos de todos los tiempos.

Referencias:
Daniel Vázquez Díaz (1882 –1969) es un pintor que, en su madurez artística, utiliza la morfología del cubismo, sin embargo su pintura es tremendamente realista, caracterizada por el uso de colores sobrios y grises, y por lo vigoroso de sus planos. Estas características transmiten una especial solemnidad a su obra.
Diario ABC, 19 de octubre de 1956. “¿Por qué pinté a Rubén Darío vestido de monje?”. Daniel Vázquez Díaz.
Revista La Esfera. 1 – 4 – 1916. Fotografía de Rubén Darío vestido de monje cartujo.
Revista La Esfera. 1921. Retrato de Rubén Darío pintado por Vázquez Díaz.


viernes, 23 de febrero de 2018

Vázquez Díaz y la cabeza de Rubén Darío

Había entrado en aquella almoneda buscando libros antiguos, atraído por algunos ejemplares que estaban expuestos en el escaparate. El lugar se hallaba en una de las calles laterales que salen a la parte baja de la Ribera de Curtidores, en el viejo Rastro de Madrid. Pero al entrar a la tienda llamó mi atención un cuadro que estaba apoyado en el respaldo de una silla de terciopelo rojo, con la tela gastada por el roce. Parecía una de esas sillas que suele haber en los palcos de los teatros y el cuadro era un dibujo a carboncillo de la cabeza de Rubén Darío.

El dueño de la tienda, un hombre de baja estatura, barba blanca crecida y bien cuidada, con traje de corbata casi tan gastado como la silla, observó mi interés y guió mi atención ofreciéndome algunos datos.

“Es una litografía original de Vázquez Díaz. La hizo en 1912. Formaba parte de una serie destinada a la colección iconográfica "Hombres de mi tiempo". Todas van en pliegos de 55 x 44 cms (31 x 23,5 cm. el recuadro del retrato). La litografía estaba firmada en la misma plancha, como puede ver aquí –me señaló una inscripción a un lado del retrato en la que podía leerse Vázquez Díaz, Paris-. Este retrato ha sido reproducido en numerosas publicaciones. Además está firmada a lápiz por el pintor en un margen de la lámina. Es una belleza. Si le interesa está a muy buen precio”.

Era una belleza. Aunque el cristal estuviera rajado y el marco presentara múltiples raspaduras en la pintura y mordidas en la madera. Pero la lámina, enmarcada en paspartús, lucía limpia y clara. Por las explicaciones que me estaba dando deduje que el vendedor conocía bien el artículo y su valor.

“Se lo puedo dejar en 700 euros. Hace solo una semana que está en la tienda. Si lo doy a enmarcar de nuevo no lo venderé por menos de mil. Aquí se reúnen dos colosos del arte. Vazquez Díaz es uno de los doce pintores españoles más reconocidos y Rubén Darío es el más grande poeta contemporáneo en lengua española.”
Cualquier objeto cuenta una historia. Solo está esperando por alguien que quiera leerla. Y si ya tiene cien años y además relaciona a dos colosos del arte en español, entonces la historia alcanza el grado de esencial.
Daniel Vázquez Díaz y Rubén Darío se conocieron en la primavera de 1910, cuando ambos se encuentran una mañana en casa del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. Meses después Darío volvería a llamarle para ofrecerle una colaboración fija en la revista “Mundial”, de manera que en cada número se publicaría una cabeza dibujada por él y avalada por una semblanza escrita por el poeta nicaragüense. Así fueron publicándose las de Lugones, Amado Nervo, Enrique Larreta, Enrique Rodó, Marcos Avellaneda y algunas más, entre ellas la del propio Rubén Darío.
Mucho se ha escrito sobre el momento y la forma en que se realizó ese retrato; y cada autor aporta una variante de la historia. Si nos atenemos a la versión que da el propio Vázquez Díaz, en el artículo que publicó en el diario ABC, el 19 de octubre de 1956, las cosas sucedieron de la siguiente manera:
“Una mañana del invierno de 1911, me esperaba Rubén Darío en su Apartamento de la rue Herchelle, junto a la avenida del Observatorio. Me recibió el poeta en un saloncito pequeño, amueblado al estilo francés. Estaba tocado con una boina de terciopelo negro y me dio la sensación de un gigante que hubiera dibujado el mismo Holbein. Su corpulenta figura, de pie en aquella pequeña estancia, ya se había adentrado en mí, y la impresión de lo gigantesco se afirmaba cada vez más. Aquella mañana dibujé el primer retrato, el de la boina de terciopelo, hoy tan conocido, y el pequeño Darío, su hijo de diez años entonces*, no se separó un instante de mi lado, embebido y curioso por ver las faenas gestoras de un retrato.
En las tres horas que aproximadamente duró aquella sesión, su fiel y amada compañera, Francisca Sánchez, entraba en la salita de vez en vez, también curiosa como su hijo por ver el retrato terminado, y con la esperanza de que yo conociera su pueblecito abulense para hablar de España, tantos años ausente”.
Los redactores de Mundial insertaron, algunos meses después, este retrato en la sección “Cabezas”, acompañada de un esbozo literario de Gómez Carrillo. Era aquel el No 16 de la revista, y la página 319 del volumen III (Agosto de 1912).


Referencias:
Daniel Vázquez Díaz (1882 –1969) es un pintor que, en su madurez artística, utiliza la morfología del cubismo, sin embargo su pintura es tremendamente realista, caracterizada por el uso de colores sobrios y grises, y por lo vigoroso de sus planos. Estas características transmiten una especial solemnidad a su obra.
Diario ABC, 19 de octubre de 1956. “¿Por qué pinté a Rubén Darío vestido de monje?”. Daniel Vázquez Díaz.
*El hijo de Darío tenía entonces cuatro años de edad, y no diez como señala el artículo.
Un ejemplar de esta litografía original se encuentra en la colección del escritor mexicano Alfonso Reyes.

domingo, 4 de febrero de 2018

Ramos Martínez, el pintor que hizo tres retratos de Darío

Alfredo Ramos Martínez (1871 – 1946), reconocido pintor mexicano es considerado el padre de la pintura moderna en México y precursor de los afamados muralistas mexicanos, Rivera, Orozco y Siqueiros

En 1901 se trasladó a vivir a París y allí conoció a Rubén Darío, con quien trabó una entrañable amistad que perduró en el tiempo. Juntos frecuentaron la vida artística y mundana del ajetreado París de primeros de siglo. Compartieron ideas y visiones sobre el arte y visitaron juntos algunos de los museos más importantes de la ciudad. También coincidieron en su estancia en Mallorca, en el invierno de 1906-1907. (Algunos biógrafos afirman que, el hecho de que Ramos Martínez ya estuviera en la isla, fue lo que animó al poeta nicaragüense a viajar hasta allí, en busca de la calma necesaria para reponerse de sus problemas de salud y aquietar su espíritu). En Mallorca escribió su poema “A un pintor”, dedicado a Ramos Martínez y que luego publicó en su libro “El canto errante”, en 1907.

Rubén Darío apreciaba y admiraba el trabajo de su amigo pintor, y escribió sobre él en estos términos: "Ramos Martínez es uno de los que pinta poemas, él no copia, él interpreta, él entiende cómo expresar la tristeza del pescador y la melancolía del pueblo". Y lo llamó “El pintor de las melancolías”, sobrenombre que destaca en todas las biografías que luego se han escrito sobre el pintor mexicano.




Pero igual que Darío le dedicó alguna de sus poesías, también  Ramos Martínez pintó en varias ocasiones al poeta nicaragüense. Las dos primeras veces lo hizo en París, entre 1901 y 1909. (Probablemente a estos cuadros se refiere Ernesto Mejía Sánchez, biógrafo del poeta). En ambos retratos posa Darío en la misma postura, al estilo de los cuadros de Durero, y en uno de ellos sujeta un rollo de papel en la mano. Si bien en ambos puede reconocerse su rostro, parece evidente que hay una diferencia importante de años entre uno y otro. Según Artnet, un sitio web de mercado de arte, uno de estos retratos lo pinta en  1903.

Desconozco donde están ahora estos cuadros. Probablemente en colecciones privadas. Solo existe una fotografía de ellos y no se encuentran en el catálogo de obras del pintor.

También, probablemente con posterioridad a 1920, años después del fallecimiento del poeta, Ramos Martínez volvió a realizar un nuevo retrato de Darío. En esta ocasión puede comprobarse que el estilo es muy diferente. El pintor ha madurado y ha adquirido una identidad artística que luego exploró y desarrolló hasta su muerte en 1946. Este retrato se lo regaló a Carlos Pellicer y recientemente se ha expuesto por primera vez en la Universidad de Oslo. 

Para conocer la interesante historia de este cuadro se recomienda ver en este mismo blog el artículo titulado Rubén Darío en los sellos de México





Referencias
Ernesto Mejía Sánchez. “Darío y los pintores mexicanos”. (América nuestra, Política-letras-arte-crítica. Mexico, mayo de 1967, num.2)

Una fotografía del cuadro, en el que Rubén parece más joven, puede encontrarse en el libro de Flavio Rivera Montealegre, “Rubén Darío: Su vida y su obra”. 2012

Una fotografía del cuadro, en el que Rubén sostiene un rollo de papel en la mano, puede encontrarse en el libro de Edmundo Montenegro: “Biografía iconográfica de Rubén Darío”. 2016


miércoles, 3 de enero de 2018

La vendedora de manuscritos de Rubén Darío

Con algo más de conocimiento acudí a mi tercera cita en Managua con un vendedor de supuestos documentos darianos. En esta ocasión se trataba de una señora que decía haber coleccionado durante años todo lo que le iban ofreciendo sobre Dario y que ahora, para aliviar su situación económica, los ofrecía “a aquellas personas que supieran apreciar y cuidar la obra más personal del poeta”.
Me había hablado de ella un amigo “desinteresado” de Facebook quien, a mi requerimiento, me facilitó la dirección de su domicilio, como siempre de una forma un tanto aproximada para quien recibe la información, donde la orientación del sol y la distancia respecto a algún punto de referencia local son las señas más relevantes. Esto era algo normal en Managua, una ciudad donde las calles no tienen nombre y las casas no exhiben ninguna numeración. Los únicos datos precisos eran que se encontraba en el barrio de Las Brisas y unas calles al frente del centro comercial. Encontré la casa, guiado por el color y unas verjas pintadas de negro, después de preguntar en una pulpería y desorientarme varias veces en las calles de trazado tipo escalera que van del sur al oeste, paralelas a la Avenida de los Héroes y Mártires, nombre relativamente reciente del que nadie hace uso.
Abrió la puerta una mujer en esa edad indefinida que proporcionan la ropa y el cabello blanco. Le dije lo que andaba buscando y mi acento extranjero la convenció rápidamente de que podía ser un buen cliente. Me hizo pasar a una sala en la que la cegadora luz del atardecer entraba tamizada por unas ligeras cortinas de gasa blanquecina que proporcionaban un ambiente sosegado y acaso adormecedor. Adosados a las paredes había s varios sillones de cuerina negra, agrietada en algunas zonas, y una mesita en el centro. Me indicó que tomara asiento en una mecedora una mecedora y allí esperé a que regresara. Cuando entró de nuevo traía en las manos un folder anaranjado que me ofreció mientras tomaba asiento en otra mecedora  situada a mi derecha.
“¿Está usted de paso por Nicaragua?”. Me preguntó.
Me contemplaba sonriente, y tengo que decir que su cara de piel sorprendentemente fresca, sin arrugas, con el pelo canoso recogido en un moño sobre la nuca, inspiraba confianza.
“Bueno, se podría decir que llevo ya algunos años de paso. Aunque pretendo vivir aquí como si fuera para siempre”.
“¿Y le interesa Rubén Darío. Nuestro gran poeta?”.
“Soy coleccionista. Me interesa todo lo que sea historia sobre papel”.
Se me quedó mirando con un gesto de interrogación.
“Colecciono estampillas, postales, billetes, documentos y manuscritos”. Le expliqué.
Me señaló el folder.
“Pues ahí encontrará cosas muy interesantes. Pero, si lo desea, también le puedo conseguir estampillas”.
"De momento vamos a ver lo que tiene aquí".
Al abrir el folder encontré varios documentos enfundados en protectores de plástico. Había dos fotografías de Darío, una de ellas con dedicatoria y firma en la parte inferior derecha.  También encontré cuatro poemas. Me llamó la atención que  todos tenían título. En uno de ellos, del que hice una lectura muy rápida, reconocí la estructura  rítmica del soneto. Uno de los cuatro estaba escrito en una cuartilla con el borde izquierdo irregularmente cortado, como si hubiera sido arrancada con cuidado de algún cuaderno. En todos ellos tanto la calidad del papel como su envejecido eran similares, sin manchas de humedad. Pero mi interés se sintió atraído por una carta autógrafa del poeta. Lo sorprendente es que estaba escrita en una cuartilla personalizada con un membrete impreso en la parte superior izquierda, en el que podía leerse RUBEN DARIO
“¿Cómo consiguió esta carta?”. Le pregunté.
La miró sin mucho interés.
“No sabría decirle. La tengo hace mucho tiempo. Creo que estaba en un lote que me trajo un coleccionista de Masaya”.
“Es bien interesante. Pero Darío es tan fácil de falsificar. Si tuviera algún certificado de autenticidad sería fantástico”. Le dije.
No pareció molestarse por mis palabras. Cogió la carta de mis manos y la examinó detenidamente. Luego sacó una pequeña lupa de un bolsillo de la falda y volvió a examinarla, cabeceando afirmativamente cuando parecía hallar algo positivo.
Me extendió la carta y la lupa. Sobre la mesa había media docena de libros. Cogió uno, con aspecto de libro de arte, de tapas duras y hojas tamaño carta. Buscó entre las páginas y luego lo mostró para que viera unos textos autógrafos de Darío.
“Darío no es fácil de autenticar, porque su escritura evolucionó con el tiempo y además dependía mucho de su estado de ánimo. Pero aquí, en este texto, puede ver la similitud de los trazos, sobretodo en algunas letras”. Me dijo.
Con su dedo índice me iba mostrando algunas palabras en el texto del libro y en el manuscrito. Cogí el libro y miré la cubierta. Se trataba de un ejemplar de “Rubén Darío. Centenario de su muerte”, de Luis Humberto Flores.
“¿Y estos poemas? –le pregunté, señalando las hojas contenidas en el folder- ¿Aún permanecen desconocidos o están ya catalogados?.
Pareció no entender mi pregunta que, por otro lado, probablemente no tenía sentido.
 “¿Puedo tomarles una foto?.” Le pregunté, mostrando el celular.
Me observó durante unos segundos, con el ceño fruncido.
“Prefiero que no. Es material muy delicado. Para apreciarlo bien no sirve una foto. Hay que tenerlo en las manos, como usted en estos momentos”.
Hizo ademán de solicitarme el folder que tenía apoyado sobre mis piernas.
“Desde luego son muy interesantes. ¿Y cuánto está pidiendo por estos documentos?”. Le pregunté, tratando de relajar la situación.
“Dígame cual le interesa, para darle un precio?”. Su gesto parecía haberse suavizado.
“Todos me atraen, pero si tuviera que elegir uno sería la carta”. Le expliqué.
“Tres mil dólares”. Lo dijo sin titubear. Observando mi reacción.
“Desde luego puede que los valga. Aunque parece mucho dinero”. Meneé la cabeza, aparentando al mismo tiempo interés y duda.
“No hace mucho vendí a un profesor estadounidense una carta similar, también en una sola cuartilla, por ese dinero”.
Me pregunté cuánto había de cierto en aquella afirmación. Hace tiempo aprendí una regla de oro para abordar situaciones de compra en el “mercado negro”: La mitad de lo que te digan es directamente falso, y de la otra mitad el treinta por ciento es exagerado. En este caso cual sería la parte falsa, ¿qué vendió una carta de Darío o que existió el profesor estadounidense?. Obviamente la exageración estaba en el precio, pero la vendedora contaba ya con la ventaja de haber fijado una referencia: tres mil dólares.
He dicho que aprendí la regla, pero eso no significa que siempre la aplique en estas situaciones. Y, aunque no tenía ninguna intención de comprar, me sentí tentado por el juego de la negociación. El problema estaba en que podía quedar atrapado en una oferta, aunque a priori me pareciera muy baja, casi insultante.
Ya me había ocurrido antes. Imaginemos que la ofrezco cien dólares. Es una oferta ridícula, casi ofensiva. Ella no va a aceptar pero bajará el precio. Y tras diez minutos de discusión, en los que yo me aferro a mi oferta, y ella ha ido bajando paulatinamente el precio, termina por aceptarla en base a cualquier argumento emocional. En ese momento acabo de comprar por cien dólares un documento que ya es evidente que es falso. 
Decidí no jugar. En su lugar busqué una salida airosa a la situación y recordé la manera en que Darío y su compañero mexicano Felipe López escaparon en Budapest, del acoso de sus compañeros de juego. Igual yo alegué la falta de dinero y mi disposición a proseguir con aquella compra al día siguiente, para así alejarme de aquella situación.