lunes, 29 de julio de 2019

La tumba de Rubén Darío en la catedral de León

La primera vez que fui a León, en 2007, una de mis primeras visitas en la ciudad fue a la catedral. Ubicada en un lateral del parque central, su fachada principal, de un blanco sucio y deslucido por efecto del clima tropical, presentaba un aspecto poco vistoso y hacía pensar que ya habían pasado muchos años desde la última vez que la remozaron. Aquel día mi interés estaba en conocer el lugar en donde se hallaba enterrado Rubén Darío; y lo encontré cerca del altar, al pie de la columna dominada por la figura del apóstol San Pablo. Sobre la tumba habían levantado un monumento, que me pareció de una elocuencia visual muy emotiva. Esta compuesto por un león doliente, que tiene la cabeza reclinada sobre una de sus garras, protegiendo un escudo donde está grabado el nombre del poeta, mientras en la otra garra sujeta una rama de laurel. Debajo del escudo asoma el arpa, otro atributo del poeta.

Mi primera impresión fue que estaba ante una escultura de mármol, tal vez del mejor mármol italiano, ya que nada menos se merecía la admiración y el orgullo que todos los nicaragüenses manifiestan por Rubén Darío, a quien por ley le corresponde el título de héroe nacional. Al dar unos pasos y cambiar el ángulo de visión, observé un pequeño desconchado en el monumento, un roto de apenas dos centímetros cuadrados sobre una de las nalgas del león, por el que, para mi sorpresa, asomaba el gris del cemento. Tengo que reconocer que en aquel momento me sentí defraudado y quise saber algo más sobre aquel “engaño visual”.

Cuando comencé a investigar me encontré con que todos los artículos de prensa contaban la misma historia para referirse al monumento, que podría resumirse así: el escultor, Jorge Bernabé Navas Cordonero un hombre de humilde cuna, nacido en Granada, sin estudios ni formación artística, con apenas una breve experiencia como albañil, que se encontraba en esas fechas trabajando en León, decorando la catedral bajo la dirección del obispo de la diócesis, recibió de éste el encargo de hacer un monumento para la tumba del poeta, que ya estaba agonizando. Por esas fechas ya llevaba diez años trabajando en la catedral y había concluido una decena de esculturas, por lo que tenía una cierta destreza en el oficio que le permitía expresar en sus obras su talento artístico. Todas las hacía de cemento, que usaba mezclándolo con cal, agua y arena. Para pulir el acabado utilizaba cal y leche de vaca a la que agregaba una tintura de azul de Prusia, logrando darle ese aspecto marmóreo que me había confundido al contemplarlo.

Aunque el artista puso en la ejecución de esta escultura todo su talento, con ánimo de que perdurase en el tiempo, ya de las crónicas de la mitad del siglo veinte se desprende que muchos la consideraban una obra de transición, mientras se pensaba en sustituirla por otra de mármol, material considerado noble y por tanto a la altura de la fama del poeta. También se cuenta, sin ofrecer datos que lo sustenten, que, cuando en ocasión del Centenario Dariano (1967), algunas autoridades pensaron que era el momento de reemplazarla, se quiso conocer el criterio de un experto italiano, llegado ex proceso para examinarla, de quien dicen que afirmó que "se trataba de una verdadera obra de arte irrepetible" y desaconsejó el cambio. Parece que esa opinión, junto al costo económico que suponía la ejecución de una nueva escultura, decidió a las autoridades a mantenerla tal y como ahora la conocemos.

Bueno, no exactamente. Hace unas semanas regresé a León. La Catedral lucía magnífica, brillaba espléndida a la luz del atardecer. En 2013 se había iniciado una tarea de restauración e impermeabilización del templo, que se había prolongado durante cuatro años y hacía poco que habían terminado de pintar tanto el exterior como el interior.  Me acerqué hasta la tumba de Darío. Busqué con la mirada el desconchado que había observado años atrás en la nalga del león. En su sitio todavía se podía apreciar la rugosidad del cemento pero ahora estaba cubierto por una pintura látex de color ¿blanco hueso?  Si se miraba detenidamente la superficie del monumento se podían descubrir más espacios como ese, producto probable de las labores de limpieza y restauración, que se realizaron antes de aplicar la capa de pintura. Lo cierto es que habían conseguido darle a todo el conjunto una notable uniformidad estética. Seguía sin ser mármol, pero ahora tampoco lo parecía.

“Lo han pintado”. Oí que alguien decía a mi lado.

Volví la cabeza. Junto a mí se hallaba un hombre de unos sesenta años, que como yo miraba el monumento. No había notado su presencia. Al principio pensé que solo estaba pensando en voz alta, que tal vez solo había sido una exclamación espontánea, fruto de la sorpresa. La misma sorpresa que yo me había llevado al mirar la escultura. Pero luego levantó la cabeza y abarcó con los brazos el espacio más allá de nosotros, buscando los límites de la catedral.

“De hecho han pintado todas las estatuas”. Dijo. “Supongo que no querían que desentonaran con el nuevo aspecto de las paredes. Pero al hacerlo se han llevado por delante ese aspecto marmóreo que una vez tuvieron ”.

Parecía una queja. Aunque en el tono de su voz no había resignación. Busqué con la mirada varios metros por encima de la tumba del poeta. Allí, dentro de una pequeña capilla ornamentada adosada a un pilar  de la nave central, estaba San Pablo con el libro abierto en una mano y en la otra la espada.

“Ya, pero la vista no alcanza a distinguir los detalles en las estatuas de los apóstoles. Sin embargo esta escultura es accesible y tenía el aliciente del engaño visual que provocaba el efecto marmóreo”. Argumenté.

 “Si, no sé qué les van a decir ahora a los grupos de escolares cuando acudan a visitar la tumba de Darío. Les contarán que hubo un tiempo en que la estatua parecía de auténtico mármol, algo que distinguía el trabajo del escultor, o no les dirán nada”.

Se quedó mirando la escultura, buscando algún pensamiento, como si fuera él quien enfrentara aquella hipotética situación.

 “¿Usted también piensa que es una obra de arte irrepetible?”. Le pregunté.

Vi que esbozaba una sonrisa.

“Ese es el discurso oficial. Y conste que tampoco estoy de acuerdo con su paisano, García Lorca, que en 1934 llegó a calificarla como un “espantoso león de marmolina”.  Para mí el mayor valor que tiene reside en el esfuerzo del escultor, que trabajó con muy pocos medios y sin ninguna formación artística. Yo diría que en este caso el valor de la obra va unido a la destreza del escultor para moldear el cemento, algo que nunca antes se había hecho, al menos con este resultado. Pero no, definitivamente en términos absolutos no se puede decir que sea una obra de arte, aunque el escultor tiene un mérito enorme. Ya conoce usted el dicho: Al Cesar lo que es del Cesar…”.

“¿Por qué lo dice?”

“Bueno, no hay que olvidar que es una copia de la famosa escultura del león herido que está en Lucerna, hecho hacia 1820 por el escultor danés Bertel Thorvaldsen. En el que vemos aquí le sustituyeron las alegorías presentes en el original y pusieron nuestros símbolos patrios y los atributos del poeta. El escultor solo cumplió las indicaciones del obispo; y lo hizo siguiendo el mismo proceso con el que decoró toda la catedral”.

“¿Conoce usted bien este lugar?”. Le pregunté, abarcando con un gesto ambiguo lo que podría ser tanto el interior de la catedral como la misma ciudad.

“Nací en León y siempre he vivido aquí, salvo un pequeño paréntesis en los años ochenta, cuando tuve que exiliarme en los Estados Unidos, para evitar que me reclutaran en la guerra. Aquellos fueron años difíciles”.

“Entonces conocerá usted esa versión que asegura que, semanas después de la muerte de Darío, enterraron a un costado de la tumba un frasco con el cerebro del poeta ¿Qué hay de cierto?”

“Eso es lo que contaba Jorge Navas, el escultor, que él mismo lo había enterrado aquí siguiendo instrucciones del obispo. Pero… vaya usted a saber. Los nicaragüenses somos muy dados al misterio y a las fábulas y, como ya sabrá hay más de media docena de versiones sobre lo que ocurrió con el cerebro de Darío. Lo único cierto es que hasta la fecha ninguna se ha comprobado”.

Le señalé algunos nuevos desconchados que había observado en la cola y en una de las patas del león.

“Poco ha durado “el arreglo”. Apenas ha transcurrido un año desde que lo pintaron y ya vuelve a asomar el cemento”.

Cabeceó con aparente resignación.

“Y seguirán apareciendo más. El cemento tiende a desmoronarse con el paso del tiempo”.

“¿Qué piensa usted de todo ello?

“Lo que muchos leoneses. Antes era una escultura de cemento a la que se le había dado un acabado marmóreo utilizando una técnica y unos materiales de comienzos del siglo veinte. Algo admirable, como diría Darío. Ahora es una escultura de cemento pintada. Sé que para muchos esto puede ser solo un detalle insignificante, porque me consta que restaurar esta escultura es muy difícil, pero en la vida y la belleza proteger y cuidar lo singular siempre hace la diferencia. ¿No le parece a usted?”.

lunes, 22 de julio de 2019

Remedo de la Epístola a la señora de Lugones

Un artículo publicado en el diario La Época, de Madrid, el 17 de enero, acompañado de un poema que imita la forma y el contenido de  la Epístola a la señora de Lugones, alcanzó el eco suficiente como para ser reproducido poco después en El Tiempo Ilustrado, revista editada en México, y que alguien le hiciera llegar el periódico al propio Darío, que en ese momento se hallaba en Palma de Mallorca.

Todo el artículo, pero de manera especial el poema,  es un remedo, un intento de parodia realizado con la maestría de quien perfila, en este caso con palabras, la caricatura de un célebre personaje. En este caso el dibujante-poeta escoge las características más sobresalientes, más llamativas y reconocibles, en el poema de Darío para componer su retrato, utilizando vocablos en francés, terminaciones agudas y palabras átonas, neologismos, encabalgamientos abruptos, hacinamiento de situaciones que no llegan a describirse, haciendo que esos rasgos resalten sobre el resto de la composición, hasta darle ese carácter, si no ofensivo, al menos algo extravagante y con un cierto aire burlesco, para capturar de inmediato la mirada del espectador, que identifica claramente al personaje en su caricatura.

Francisco Fernández Villegas, redactor de La Época, que firma el artículo con el seudónimo de Zeda,  demuestra su maestría en este difícil arte, inventando un personaje y una historia, para convertir a Aquiles Fragoso, en hacedor de un poema a imitación del de Darío, con el que supuestamente pretende agasajarle.  Y como disculpa bien vale el último pareado que da fin al poema:

Aunque pobre mi musa, de la tuya es reflejo:
a veces un gigante se mira en ruin espejo.

En este caso sitúa el origen del poema en un bello lugar de Salamanca, el valle de las Batuecas, que le es familiar ya que pasó allí su adolescencia y sus años de Universidad.

Lo que hoy hace a este poema objeto de atención es la mención que de él hace el propio Darío, al final de su artículo titulado Dilucidaciones, publicado en El imparcial el 17 de febrero de 1907, tal y como puede verse en el párrafo reproducido a continuación:

El movimiento que en buena parte de las flamantes letras españolas me tocó iniciar, a pesar de mi condición de «meteco», echada en cara de cuando en cuando por escritores poco avisados, ha hecho que el EL IMPARCIAL me haya pedido las dilucidaciones que hoy inicio. Alégrame el que puede serme propicia para la nobleza del pensamiento y la claridad del decir, esta bella isla en donde escribo, esta Isla de Oro, que no es, como supone el Sr. Zeda un limbo; antes bien «es isla de poetas, y aun de poetas que, como usted, hayan templado su espíritu en la contemplación de la gran naturaleza americana», como me dice en gentiles y hermosas palabras un escritor apasionado de Mallorca y cuyo nombre es altamente estimado en La Época. No me refiero a D. Aquiles Fragoso, mi «entusiasta admirador»... Me refiero a D. Antonio Maura, presidente del Consejo de ministros de Su Majestad Católica.

El mencionado artículo, con visos de caricatura, publicado en La Época dice así:

OTRO  POETA AMERICANO
Don Aquiles Fragoso, entusiasta admirador del egregio vate D. Rubén Darío, acaba de publicar un libro de versos, cuyo título es “Cantos rodados”. Don Aquiles trae a nuestra desmayada literatura reflejos opalescentes de belleza versallesca y ecos de las siringas pánicas que llenan de rítmicas cadencias los valles andinos, sobre cuyas cimas gigantescas se cierne el cóndor, ese Rubén Darío de las aves. Quizás los versos de D. Aquiles Fragoso disuenen algo en los oídos nuestros, acostumbrados a las rimas rechinantes de Zorrilla, Espronceda y Becker; pero el lector que haya tenido el buen gusto de aprenderse de memoria la epístola que días pasados publicó El Imparcial, dedicada a la esposa del señor Lugones, sabrá sacar todo el jugo melífico que contienen los versos con que hoy se honran las columnas de LA EPOCA. Los Cantos rodados de D. Aquiles Fragoso llevan este atrio, dedicado por el autor a D. Rubén Darío:

DESDE LAS BATUECAS
Yo admiro, obsesionado, tus prodigiosas oeuvres,
que de tu ingenio sacas exprimiendo tus ubres,
y escucho tu siringa, cuyos sonidos van
emulando los sones de la flauta de Pan.
Imitando tu canto, aunque soy menos diestro,
quiero ser el discípulo de tan sabio maestro.
Tú, como todo genio, padeces neurastenia,
que es un don que te vino con tu obra primigenia.
El hombre a quien los dioses dieron cerebro eximio,
está siempre caquéctico, morboso y cacoquimio.
También yo me he enfermado; me siento neurasténico,
y como tú, a Mallorca, por consejo del médico,
he venido a curarme en este valle de
Batuecas, donde dicen, los que lo saben, que
se pasa la existencia como en el limbo, y hasta
mejor que en aquel mundo de párvulos... y basta.
Hay de duro granito en este valle bloques,
y jaras y tomillos, y encinas y alcornoques;
praderas en que pastan, moviendo sus cencerros,
rebaños custodiados por ladradores perros.
Un río, corno todos los ríos, va corriendo,
y los pájaros cantan con armonioso estruendo.
Tengo en la humilde choza, que habito en las Batuecas,
unos cuantos conejos y unas gallinas cluecas,
y recito en voz alta los versos di Musset,
y tengo una escopeta sistema Lafoucheux.
Cuando el sol tornasola las sedas del ocaso,
pienso en Numa, Pompilio, Petrarca y Garcilaso,
y sacudo gozoso mi antiguo surmenage,
haciendo complacido mi papel do snucage.
Aquí no llega el eco de las luchas mundiales,
ni libros, ni periódicos, diarios ni semanales,
y me importa tan poco como un grano de mijo,
lo que dice Montero o hace Vega de Armijo.
¿Qué presta a mi contento saber de Romanones?
A mí me importa un pito la ley de Asociaciones.
En comer sólo cifro mi soberana dicha.
¿Cuál es mi desayuno? Dos huevos y salchicha.
Los manjares que como al medio día, son
tantos cómo comía el propio Trimalción,
y luego, por la noche, a una cena doy fin,
como a la que a Torcuato convidó Moratín.
Aunque me gustan mucho mujeres elegantes,
que las eburneas manos oculten en sus guantes,
y ostenten, al moverse, con cadencioso paso,
leves medias de seda y zapatos de raso,
anémicas mujeres que anden nefelibatas,
con sombreros de plumas y transparentes batas,
ante rústicas hembras también quedan absortas
mis miradas; faltando el pan, buenas son tortas.
Estas mozas batuecas son recias y forzudas,
muy anchas de caderas, frescas y carrilludas.
No tienen más tocado que enmarañadas greñas,
y van con pies descalzos pisando por las peñas;
su aliento no es perfume de asiáticas ampollas;
antes transciende al tufo de ajos y de cebollas.
No se pagan ni cuidan de cortesanas venias,
pero son gran remedio para las neurastenias.
Con esta vida tengo alegría en el alma,
como tú, ¡oh, gran Darío!, la tienes ahí en Palma.
Y ahora, insigne maestro, pongo fin a mi canto:
que a ti te satisfaga será todo mi encanto.
Aunque pobre mi musa, de la tuya es reflejo:
a veces un gigante se mira en ruin espejo.

AQUILES FRAGOSO.
 Por la copia, ZEDA.
…………………………………………………………..
A modo de epílogo: Pudiera ser que tanto este artículo como el que el prestigioso crítico literario Gómez de Baquero publicara en La España Moderna unos días antes, señalando como uno de los mayores defectos de la Epístola el no dejar sensaciones hondas de los lugares y sucesos allí mentados, pudieran explicar el por qué Darío eliminó algunos versos en la versión que incluyó en el libro “El canto errante”, publicado unos meses después. Entre ellos eliminó la siguiente estrofa completa:

Veo el vuelo gracioso de las velas de lona,
Y los barcos que vienen de Argel y Barcelona.
Tengo arbolitos verdes llenos de mandarinas.
Tengo varios conejos y unas cuantas gallinas.
Y, conforme el poeta, tengo un Cristo y un Mauser.
Así vive este hermano triste de Gaspard Hauser.

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Breve diccionario
Las Batuecas es un valle ubicado al sur de la provincia de Salamanca, en España.
Caquéctico: persona que sufre de agotamiento físico
Cacoquimia: en medicina antigua, alteración de los humores del cuerpo.
Nefelibatas: se dice de las personas soñadoras, que andan en las nubes
Zeda es el seudónimo de Francisco Fernández Villegas, crítico literario y escritor.
Meteco: el nombre viene de la antigua Grecia y significa forastero. Aquel que siendo de otra nacionalidad o procedencia es considerado extranjero en sus derechos o en su estimación, e implica un cierto matiz de exclusión.

martes, 16 de julio de 2019

Rubén Darío ante las críticas

En ese vecindario de gente mal avenida que siempre ha sido la comunidad literaria de España, ningún otro poeta ha suscitado tanta controversia en su época como Rubén Darío, del mismo modo que ninguna poesía ha provocada tanta polémica al momento de su publicación como la “Epístola a la señora de Lugones”.  Para entenderlo basta con hacer un breve repaso de los artículos de prensa que siguieron a su publicación. 


La primera reacción viene de Julio Camba,  renombrado crítico literario y admirador de la obra dariana, quien en el diario El País, del 8 de enero de 1907, publica el siguiente artículo, del que extraigo esta parte:

A propósito de la Epístola a la señora de Lugones, me ha dicho un amigo de buena intención:
“De esa epístola yo elimino algunos versos mal acentuados  y escojo muchos alejandrinos perfectos, sonoros y rotundos dignos de cualquier gran poeta clásico español”.
Yo entonces traté de explicarle a mi amigo que de los versos de Rubén no se puede eliminar ninguno. Esos versos, los mal acentuados y los bien acentuados, forman una unidad armónica de la que no se debe suprimir nada.

Pero también hubo algunas críticas especialmente duras, y no exentas de ironía,como la publicada el 12 de enero de 1907 por Valentín Gómez redactor en la revista La Lectura Dominical, que firmaba con el seudónimo de Mínimus, personaje que gozaba de gran prestigio político y literario, y que poco después ocuparía un sillón como académico de la lengua española, en la que se lee: …El Imparcial del 7 de  este mes que corre, publicaba una cosa a modo de epístola poética que hubiera tirado de espaldas a Horacio. Véase la clase:

En Río de Janeiro iba yo a proseguir
Poniendo en cada verso el oro y el zafir
Y la esmeralda de esos pájaros moscas
Que melifican entre las áureas siestas foscas
Que temen los que temen el cruel vómito negro.
Ya no existe allá fiebre amarilla. Me alegro!

Y yo también, aunque a veces la echa uno de menos cuando lee ciertas cosas, pongo por caso:
Que si había un calor feroz, también había
Todas las consecuencias y ventajas del día.
En panorama igual al de los cuadros y hasta
Igual al mejor de la fantasía. Basta.     
Mi ditirambo brasileño es ditirambo
Que aprobaría tu marido. «Arcades ambo.

Y todo por el estilo hasta columna y media de necedades, locuras y disparates y basta.

En fin; que no les melifique a ustedes don Rubén,
y que tengan un año áureo y argentífero. Amén.

Concluyendo el artículo de la siguiente manera:
Aún chorrean sangre nuestros oídos con aquellos disparates que el gran Rubén publicó en El Imparcial a la muerte de Navarro Ledesma:

Era puro, era bueno; era lo que hay que ser
Cuando  se trae en el hombro la piedra del deber;
Él la llevaba siempre esta piedra de hierro.
Viendo hacia arriba el águila y hacia los pies el perro.

…esto es disparate de los que entran tres en una tonelada... ¿quién diablos trae sobre el hombro la piedra del deber, ni quién lleva esta piedra de hierro viendo hacia arriba el águila y hacia los pies el perro, como una prueba de bondad inconmensurable?
Y no hablemos de los discípulos de estos genios, que han idiotizado la juventud de fin del siglo xix.

De nuevo es Julio Camba quien vuelve a hablar algunos días después de este asunto, tratando de cerrar la polémica; y lo hace en la revista semanal Nuevo Mundo del día 24 de enero, señalando que:  Desde hace cosa de quince días, los literatos españoles se han dividido en dos bandos: admiradores y detractores de Rubén Darío.
…En este pleito Rubén Darío no es mas que un pretexto. Rubén Darío simboliza una tendencia nueva en la lírica castellana y sus partidarios sólo defienden la libertad de esa tendencia. Luego, cuando la novísima estética haya sido admitida. Rubén Darío será juzgado con arreglo a ella. Se trata sencillamente, de que no se examine un verso moderno tomando por término de comparación los endecasílabos de Quintana … Rubén Darío hace sus versos según su fórmula. Los versos son lo de menos y la fórmula es lo que está en litigio.

Un lector del diario, que firma como “Un suscriptor leído”, escribe en la columna de opinión del diario El Pais, el 25 de Enero de 1907, en respuesta al artículo publicado en “El Diario Universal”, por José Martínez Albacete, crítico literario, colaborador asiduo de los principales diarios de Madrid y poeta con poca fortuna, al tiempo que se refiere con ironía al artículo de Camba:
Sr. D. J. Martínez Albacete. Señor de mi más hondo respeto: Ese grito de honrada indignación literaria lanzado por usted desde el popular periódico donde escribe, el Diario Universal, nos ha llegado al corazón a muchísimos españoles que venimos soportando el coro convenido de adulaciones, de bombos disparatados al sinsonte* americano con el plumaje parisién, al señor don Rubén Darío, que no es más que un imitador, como usted demasiado sabe, del anémico, del clorótico* Mallarme.

Terminando su alegato con estas palabras:
Para terminar esta carta-protesta deseo, Sr. D. Rubén Darío, que se le acabe a usted el dinero y se tenga usted que ir a Nicaragua, o a donde sea, en bien de la sana y robusta y original poesía española.

En la España Moderna, publicada en los primeros días de febrero de 1907, Eduardo Gómez de Vaquero escribe lo siguiente: A Rubén Darío se le discute principalmente por su originalidad. Aunque aparentemente vivimos en un estado de anarquía intelectual, sin verdaderas escuelas, sin pontífices ni definidores del arte literario que sean escuchados y seguidos, lo tradicional conserva hondas raíces en el alma española, y los neologismos de Darío, sus metros favoritos, más usados en la rima francesa que en la castellana, sus imágenes libres y atrevidas, asombran a algunos y se prestan a chanzas. Casi siempre se ha esgrimido el ridículo contra las novedades. Pero esa misma originalidad rayana en extravagancia, y que a veces pasa al otro lado de la raya, es la fe de vida de la joven poesía española de América. No están bien estudiados ni son bien apreciados los poetas modernos de la América española. La exuberancia de imaginación que, engendrando muchas imágenes, crea algunas raras y poco armónicas, la tendencia a innovar en la métrica, a dar al verso más libertad de la que consienten las combinaciones clásicas, son señales de una poesía vigorosa que tiene savia propia y no necesita vivir de la imitación. Vendrá con el tiempo el período de perfeccionamiento y lima de la forma.

Pero quien termina por zanjar esta polémica es el propio Darío cuando, a requerimiento de la dirección de El Imparcial que le solicita al poeta su reacción ante lo acontecido, escribe un artículo que lleva por título “Dilucidaciones”, y que publica el 18 de febrero de 1907. De este artículo, por su interés, se han  extraído los siguientes párrafos:
 Nunca he dicho: «lo que yo hago es lo que se debe hacer». Antes bien, y escribe Augusta Holmes «Sobre todo, no imitar a nadie, y mucho menos, a mí». Tanto en Europa como en América se me ha atacado con singular y hermoso encarnizamiento. Con el montón de piedras que me han arrojado, pudiera bien construirme un rompeolas que retardase en lo posible la inevitable creciente del olvido... Tan solamente he contestado a la crítica tres veces, por la categoría de sus representantes, y porque mi natural orgullo juvenil, ¡entonces! recibiera también flores de los sagitarios. Por lo demás, ellos se llamaban Max Nordau, Paul Groussac, Leopoldo Alas.
…No creo preciso poner cátedra de teorías de aristos.  Aristos*, para mí, en este caso, significa, sobre todo, independientes. No hay mayor excelencia. Por lo que a mí toca, si hay quien me dice, con aire alemán y con lenguaje un poco bíblico: «Mi verdad es la verdad», le contesto: «Buen provecho. Déjeme usted con la mía, que así me place, en una deliciosa interinidad».

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*Sinsonte (es un pájaro americano que, además de ser famoso por la armonía de su canto, es admirado por la capacidad de imitar el canto de otras aves).
*Clorótico (persona que sufre o padece de clorosis, enfermedad que se diagnostica por la deficiencia de hierro y se caracteriza por una apariencia de palidez verdosa y de otros síntomas asociados a ella).
*Aristos (término que se utilizaba en la Antigua Grecia para referirse a los mejores, a los más fuertes, a los que tenían más coraje, más destreza, a los que se destacaban por su honestidad y por estar mejor entrenados tanto física como intelectualmente).

lunes, 15 de julio de 2019

Epístola a la señora de Lugones


A pesar de no estar entre sus poemas más conocidos y recitados es, sin embargo, uno de los que más controversia suscitó al momento de su publicación y que más interrogantes ha mantenido a lo largo del tiempo. Además constituye, por su carácter autobiográfico, una fuente de datos esencial y privilegiada para los críticos literarios y para los admiradores de Darío.

Tres son los elementos que aún permanecen en discusión entre los analistas:

       1.   Aunque se trata de un poema itinerante, ¿realmente lo escribió a su paso por cuatro ciudades distintas?
  2. ¿Por qué dirige el poema–carta a la señora de Lugones, qué relación o interés común había entre ellos?
  3.  ¿Están la sintaxis y el desarrollo del asunto a la altura de otras obras mayores del poeta?

El poema, publicado por primera vez en el diario El Imparcial, de Madrid, el 7 de enero de 1907, y escrito a modo de epístola, comienza con los siguientes versos:

Madame Lugones, J'ai commencé ces vers 
en écoutant  la voix d'un carillon d'Anvers... 
¡Así empecé, en francés, pensando en Rodenbach 
cuando hice hacia el Brasil una fuga... de Bach! 

Y lo concluye con la siguiente data: Anvers, Buenos Aires, Paris, Palma de Mallorca. MCMVI.

1.    Por lo general se ha dado por cierto que fue en esas ciudades citadas por Darío, y en las que pasó algún tiempo durante la segunda mitad del año 1906, donde escribió de forma secuencial el poema. Algo a lo que él mismo contribuye al afirmar en uno de los versos: “Tal continué en París lo empezado en Anvers”.

A mi modo de ver, tanto esta afirmación del poeta como la cronología que establece al final del poema, son tan solo un recurso dramático para resaltar el carácter itinerante del poema, especialmente visible en los dos primeros pareados.Si además examinamos los versos teniendo en cuenta el tiempo verbal en que están redactados, observamos que en aquellos que dan cuenta de su paso por Brasil, Buenos Aires y Paris utiliza siempre los verbos en tiempo pasado, como algo que ocurrió hace tiempo, mientras que en los versos que se refieren a su estancia en Mallorca utiliza el tiempo presente junto a expresiones de tiempo y lugar como aquí, hoy, ahora…, transmitiendo así la idea de que todo el poema fue escrito en la isla, o bien que es aquí donde rehace algunos versos ya iniciados, los actualiza y ensambla el poema aportando sus impresiones sobre la vida en la isla; y le da la forma de una carta, dirigida a la señora de Lugones, cuando al  empezar la sección referida a la isla señala “y desde aquí señora mis versos a ti van”. 
Tal continué en París lo empezado en Anvers.
Hoy, heme aquí en Mallorca, «la terra dels foners».
Como dice mossen Cinto, el gran catalán.
Y desde aquí, señora, mis versos a ti van.
Olorosos a sal marina y a azahares,
Al suave aliento de las islas Baleares.

2.  En cuanto al por qué dirige la carta a la señora de Lugones, puede explicarse en el hecho de que entre agosto y octubre de 1906, periodo intermedio entre su paso por Brasil y Buenos Aires y su viaje a la isla de Mallorca, el matrimonio Lugones y Darío se frecuentan asiduamente en París, como demuestra el intercambio de cartas entre ellos que hoy se guardan en el archivo de la Universidad Complutense de Madrid; y tal vez es en la frecuencia y la intensidad de esta relación que puede hallarse la causa de que ya en Mallorca, decidiera darle al poema la forma de una carta y dirigirla a una persona, de la que se ha separado hace poco, a modo de una conversación que se reanuda en la distancia y en la que aprovecha para aclarar algunas actitudes que tal vez no quedaron bien explicadas en sus conversaciones parisinas. Esto podría aportar cierta luz a sus versos finales, aparentemente tan dislocados del resto del poema:

Es lo mejor. Y aquí mi epístola concluye.
Hay un ansia de tiempo que de mi pluma fluye
A veces, como hay veces de enorme economía.
Si hay, he dicho, alma clara, es la mía.
Mírame transparentemente, con tu marido,
Y guárdame lo que tú puedas del olvido

3.          En cuanto a la sintaxis y el contenido del poema  algunos, considerando su carácter autobiográfico, han querido ver la expresión de diferentes estados de ánimo en la composición de los versos. En las siete secciones que componen la Epístola, hay un recorrido vital en el que las tres primeras pueden representar simbólicamente su larga y dolorosa peregrinación por la vida, las tres siguientes nos hablan de Mallorca y de su encuentro con la calma en la isla paradisíaca, mientras que la sección final parece una reflexión sobre la sinceridad y el temor al olvido.

Podemos ver como en los versos referidos a Brasil o a París, si bien  el poeta se siente asombrado y aturdido por la grandiosa generosidad de Brasil ya se manifiesta en él una cierta fatiga anímica que va agigantándose en los versos referidos a su estancia en París; mientras que a su llegada a Mallorca parece resurgir con el nuevo vigor que le infunde el contacto con la naturaleza y la gente de la isla. Esto es algo que puede verse no solo en las expresiones que utiliza sino que se apoya en la propia sintaxis, ya que podemos ver como en las primeras estrofas abundan los rudos encabalgamientos, con finales de rima insólitos, y el uso de palabras átonas, algo anómalo en la métrica española; mientras que en la segunda mitad del poema, que corresponde a su estancia en Mallorca, la sintaxis es más calmada, gozosa, con oraciones  que abarcan con frecuencia casi regular dos versos, donde hay muy pocos encabalgamientos y apenas alguna terminación de rima aguda. 

Pero han sido dos los reproches más importantes que se le han hecho al poema, ya desde el momento de su publicación, y tal vez quien mejor los expresó fue el crítico literario Eduardo Gómez de Baquero, que firma con el seudónimo de (Andrenio) quien, en un artículo sobre la Epístola publicado en La España Moderna en febrero de 1907, se refiere a ella en los siguientes términos: La rapidez con que están contados tantos sucesos engendra cierto prosaísmo, y este es uno de los mayores defectos que pueden señalarse en la epístola. Y no digo el mayor, porque éste consiste, a mi ver, en que no da la epístola sensaciones hondas de los lugares y sucesos allí mentados. Todo pasa con la rapidez superficial de una causerie, en que las palabras no aspiran más que a vivir un momento. El que haya unos cuantos versos mal medidos carece de importancia. No hay poeta que no los tenga, a menos que haya hecho al pensamiento y a la imaginación esclavos de la rima, o que se pase el tiempo limando sus composiciones,…

Con el paso del tiempo la crítica literaria ha venido a coincidir en gran medida con aquellas afirmaciones, pero señalando como un logro del poeta la notable integración a la fluidez del habla conversacional, que consigue con el pareado de alejandrinos, admitiendo que aunque hay prosaísmo en esa manera de hablar en verso, lo es sin menoscabo de lo poético.

En mi opinión es uno de sus mejores poemas. A pesar de que expuso como nunca a Rubén Darío ante las críticas hay una sinceridad conmovedora que inspira a la identificación con el poeta y con lo que cuenta, consiguiendo una mayor comunicación con el lector; el lenguaje que utiliza es moderno, familiar, sin palabras áureas ni efectos barrocos; en muchos casos se puede seguir su lectura a través de las imágenes que inspira; aunque también es por todo ello, tal vez, el menos modernista de sus poemas.