En esas fechas se encontraba en la isla el
poeta Rubén Darío y siendo admirador de la obra de Cajal, a quien conocía
personalmente, escribió unos versos para
leerlos en tan festiva ocasión. Estos versos que no están recogidos en ninguno
de sus libros, ni tampoco en las diferentes ediciones de Obras o Poesías
completas; y que solo aparecieron en un número extraordinario, sin fecha y
prácticamente desaparecido, de la Revista balear de ciencias médicas
fueron recogidos por el doctor José Mª
Rodríguez Tejerina, presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de
Palma de Mallorca quien se los entregó a
Camilo José Cela, quien a su vez los publicó en un corto artículo
titulado “Rubén y Cajal” en el diario ABC de Madrid el 14 de marzo de
1980, dentro de su columna “El juego de los tres madroños” publicada en los
primeros años de la década de los ochenta y que estaban relacionados con el
arte, la literatura, la lengua, los recuerdos y las propias reflexiones del
autor.
Y así es como estos versos
perdidos, que se transcriben a continuación, llegan hasta nosotros.
Va cavando con paciencia
El minero cerebral,
Llena está de fe y de ciencia
La conciencia de Cajal.
De la mina en lo profundo
Nos atrae, pero nos
Da una inmensa hambre de mundo
Y una inmensa sed de Dios.
Ese sabio es un poeta.
Va con Psíquís la fatal.
No le rompa la piqueta
El minero cerebral,
Llena está de fe y de ciencia
La conciencia de Cajal.
De la mina en lo profundo
Nos atrae, pero nos
Da una inmensa hambre de mundo
Y una inmensa sed de Dios.
Ese sabio es un poeta.
Va con Psíquís la fatal.
No le rompa la piqueta
Las dos alas de cristal.
Gran cuidado, buen obrero,
Gran cuidado en la labor:
Si hallas luces, gloria, pero
No dar sombras es mejor.
Cada cual lleva en sí mismo
La honda mina de Cajal.
Más al lado está el abismo.
El abismo de Pascal.
Canto al sabio, si me inspira
Que mis sueños verdad son:
Que en el mundo de la Lira
La verdad es la ilusión!
Gran cuidado en la labor:
Si hallas luces, gloria, pero
No dar sombras es mejor.
Cada cual lleva en sí mismo
La honda mina de Cajal.
Más al lado está el abismo.
El abismo de Pascal.
Canto al sabio, si me inspira
Que mis sueños verdad son:
Que en el mundo de la Lira
La verdad es la ilusión!
Desde la publicación de
estos versos en 1980, todos han dado por cierto que los leyó el propio Dario
durante el homenaje al premio nobel. Sin embargo el diario “La última hora” de
Palma de Mallorca, recoge en sus páginas del 4 de marzo que, por
indisposición del poeta, que no pudo estar en el acto, los versos fueron leídos
por Joan Alcover.
Hay
que resaltar que precisamente el día anterior, sábado 2 de marzo de 1907, había
tenido lugar
un banquete en el Círculo del Partido conservador, en agasajo y reconocimiento
a la obra del poeta nicaragüense, que se prolongó hasta la madrugada y del que
hay una completa información en los periódicos de la época. De esta ocasión es la única foto
que existe de la primera estancia de Rubén Darío en la isla de Mallorca,
reproducida en el diario “La Almudaina” y que únicamente puede consultarse
mediante visita a los archivos de este medio, que en la actualidad forma parte
del Diario de Mallorca.
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Pocas dudas puede haber de que Darío y Cajal se
conocieron personalmente, aunque no hay ningún escrito que lo documente, en
base a que ambos frecuentaban los mismos lugares (los cafés del centro de
Madrid) y tenían amistades comunes.
Es bien conocida la afición de Cajal por las
tertulias de los cafés madrileños, de los que él mismo da cuenta en su libro “Recuerdos de mi vida”, publicado en 1932, con las siguientes palabras: “Precisamente, y por compensación de la
excesiva concentración de la vida de laboratorio, he cultivado siempre en
Madrid dos distracciones: los paseos al aire libre por los alrededores de la
villa, y las tertulias de café”.
Durante
más de una década mantuvo su propia tertulia en el café El Suizo, situado en la
confluencia de la calle Alcalá con la de Sevilla, frente al café de Fornos, un
local de elevadas columnas, elegantes espejos que cubrían las paredes, mesas de
mármol y divanes rojos. Según los diferentes testimonios que se conocen, era
una tertulia diaria apasionada y jovial en la que se hablaba de todo,
especialmente de la actualidad política nacional e internacional y de
literatura. Para pertenecer a ella había que someterse a tres normas:
1.ª, guardar al discutir el debido respeto a las
personas;
2.ª, discurrir de lo que no se entiende o se
entiende poco (era una manera de evitar las disertaciones pedantes y
académicas),
y 3.ª, olvidar a la salida todos los desatinos e
incoherencias provocados por el estímulo del café o por los horrores de la
digestión.
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