Todo el artículo, pero de
manera especial el poema, es un remedo,
un intento de parodia realizado con la maestría de quien perfila, en este caso
con palabras, la caricatura de un célebre personaje. En este caso el dibujante-poeta escoge las características más sobresalientes, más llamativas y reconocibles, en el poema de Darío para componer su retrato, utilizando vocablos en francés, terminaciones
agudas y palabras átonas, neologismos, encabalgamientos abruptos, hacinamiento de
situaciones que no llegan a describirse, haciendo que esos rasgos resalten
sobre el resto de la composición, hasta darle ese carácter, si no ofensivo, al
menos algo extravagante y con un cierto aire burlesco, para capturar de
inmediato la mirada del espectador, que identifica claramente al personaje en
su caricatura.
Francisco Fernández
Villegas, redactor de La Época, que firma el artículo con el seudónimo de Zeda,
demuestra su maestría en este difícil
arte, inventando un personaje y una historia, para convertir a Aquiles Fragoso,
en hacedor de un poema a imitación del de Darío, con el que supuestamente pretende
agasajarle. Y como disculpa bien vale el
último pareado que da fin al poema:
Aunque pobre mi musa, de la
tuya es reflejo:
a veces un gigante se mira
en ruin espejo.
En este caso sitúa el origen
del poema en un bello lugar de Salamanca, el valle de las Batuecas, que le es familiar
ya que pasó allí su adolescencia y sus años de Universidad.
Lo que hoy hace a este poema
objeto de atención es la mención que de él hace el propio Darío, al final de su
artículo titulado Dilucidaciones, publicado en El imparcial el 17 de febrero de
1907, tal y como puede verse en el párrafo reproducido a continuación:
El movimiento que en buena parte de las
flamantes letras españolas me tocó iniciar, a pesar de mi condición de «meteco»,
echada en cara de cuando en cuando por escritores poco avisados, ha hecho que
el EL IMPARCIAL me haya pedido las dilucidaciones que hoy inicio. Alégrame el
que puede serme propicia para la nobleza del pensamiento y la claridad del
decir, esta bella isla en donde escribo, esta Isla de Oro, que no es, como
supone el Sr. Zeda un limbo; antes bien «es isla de poetas, y aun de poetas
que, como usted, hayan templado su espíritu en la contemplación de la gran
naturaleza americana», como me dice en gentiles y hermosas palabras un escritor
apasionado de Mallorca y cuyo nombre es altamente estimado en La Época. No me
refiero a D. Aquiles Fragoso, mi «entusiasta admirador»... Me refiero a D.
Antonio Maura, presidente del Consejo de ministros de Su Majestad Católica.
El mencionado artículo, con visos de caricatura, publicado en La Época dice así:
OTRO
POETA AMERICANO
Don
Aquiles Fragoso, entusiasta admirador del egregio vate D. Rubén Darío, acaba de
publicar un libro de versos, cuyo título es “Cantos rodados”. Don Aquiles trae
a nuestra desmayada literatura reflejos opalescentes de belleza versallesca y
ecos de las siringas pánicas que llenan de rítmicas cadencias los valles
andinos, sobre cuyas cimas gigantescas se cierne el cóndor, ese Rubén Darío de
las aves. Quizás los versos de D. Aquiles Fragoso disuenen algo en los oídos
nuestros, acostumbrados a las rimas rechinantes de Zorrilla, Espronceda y
Becker; pero el lector que haya tenido el buen gusto de aprenderse de memoria
la epístola que días pasados publicó El Imparcial, dedicada a la esposa del
señor Lugones, sabrá sacar todo el jugo melífico que contienen los versos con
que hoy se honran las columnas de LA EPOCA. Los Cantos rodados de D. Aquiles
Fragoso llevan este atrio, dedicado por el autor a D. Rubén Darío:
DESDE
LAS BATUECAS
Yo admiro, obsesionado, tus
prodigiosas oeuvres,
que de tu ingenio sacas
exprimiendo tus ubres,
y escucho tu siringa, cuyos
sonidos van
emulando los sones de la
flauta de Pan.
Imitando tu canto, aunque
soy menos diestro,
quiero ser el discípulo de
tan sabio maestro.
Tú, como todo genio, padeces
neurastenia,
que es un don que te vino
con tu obra primigenia.
El hombre a quien los dioses
dieron cerebro eximio,
está siempre caquéctico,
morboso y cacoquimio.
También yo me he enfermado;
me siento neurasténico,
y como tú, a Mallorca, por
consejo del médico,
he venido a curarme en este
valle de
Batuecas, donde dicen, los
que lo saben, que
se pasa la existencia como
en el limbo, y hasta
mejor que en aquel mundo de
párvulos... y basta.
Hay de duro granito en este
valle bloques,
y jaras y tomillos, y
encinas y alcornoques;
praderas en que pastan,
moviendo sus cencerros,
rebaños custodiados por
ladradores perros.
Un río, corno todos los ríos,
va corriendo,
y los pájaros cantan con
armonioso estruendo.
Tengo en la humilde choza,
que habito en las Batuecas,
unos cuantos conejos y unas
gallinas cluecas,
y recito en voz alta los
versos di Musset,
y tengo una escopeta sistema
Lafoucheux.
Cuando el sol tornasola las
sedas del ocaso,
pienso en Numa, Pompilio,
Petrarca y Garcilaso,
y sacudo gozoso mi antiguo
surmenage,
haciendo complacido mi papel
do snucage.
Aquí no llega el eco de las
luchas mundiales,
ni libros, ni periódicos,
diarios ni semanales,
y me importa tan poco como
un grano de mijo,
lo que dice Montero o hace
Vega de Armijo.
¿Qué presta a mi contento
saber de Romanones?
A mí me importa un pito la
ley de Asociaciones.
En comer sólo cifro mi
soberana dicha.
¿Cuál es mi desayuno? Dos
huevos y salchicha.
Los manjares que como al
medio día, son
tantos cómo comía el propio
Trimalción,
y luego, por la noche, a una
cena doy fin,
como a la que a Torcuato
convidó Moratín.
Aunque me gustan mucho
mujeres elegantes,
que las eburneas manos
oculten en sus guantes,
y ostenten, al moverse, con
cadencioso paso,
leves medias de seda y
zapatos de raso,
anémicas mujeres que anden
nefelibatas,
con sombreros de plumas y
transparentes batas,
ante rústicas hembras
también quedan absortas
mis miradas; faltando el
pan, buenas son tortas.
Estas mozas batuecas son
recias y forzudas,
muy anchas de caderas,
frescas y carrilludas.
No tienen más tocado que
enmarañadas greñas,
y van con pies descalzos
pisando por las peñas;
su aliento no es perfume de
asiáticas ampollas;
antes transciende al tufo de
ajos y de cebollas.
No se pagan ni cuidan de
cortesanas venias,
pero son gran remedio para
las neurastenias.
Con esta vida tengo alegría
en el alma,
como tú, ¡oh, gran Darío!, la
tienes ahí en Palma.
Y ahora, insigne maestro,
pongo fin a mi canto:
que a ti te satisfaga será
todo mi encanto.
Aunque pobre mi musa, de la
tuya es reflejo:
a veces un gigante se mira
en ruin espejo.
AQUILES
FRAGOSO.
Por la copia, ZEDA.
…………………………………………………………..
A modo de epílogo: Pudiera
ser que tanto este artículo como el que el prestigioso crítico literario Gómez
de Baquero publicara en La España Moderna unos días antes, señalando como uno de los mayores defectos de la Epístola el no dejar
sensaciones hondas de los lugares y sucesos allí mentados, pudieran explicar el
por qué Darío eliminó algunos versos en la versión que incluyó en el libro “El
canto errante”, publicado unos meses después. Entre ellos eliminó la siguiente
estrofa completa:
Veo el vuelo gracioso de las
velas de lona,
Y los barcos que vienen de Argel
y Barcelona.
Tengo arbolitos verdes llenos de
mandarinas.
Tengo varios conejos y unas
cuantas gallinas.
Y, conforme el poeta, tengo un
Cristo y un Mauser.
Así vive este hermano triste de
Gaspard Hauser.
………………………………………………………………………………………………………
Breve diccionario
Las Batuecas es un
valle ubicado al sur de la provincia de Salamanca, en España.
Caquéctico: persona que sufre de agotamiento físico
Cacoquimia: en medicina
antigua, alteración de los humores del cuerpo.
Nefelibatas: se dice de las
personas soñadoras, que andan en las nubes
Zeda es el seudónimo de
Francisco Fernández Villegas, crítico literario y escritor.
Meteco: el nombre viene de la antigua Grecia y
significa forastero. Aquel que siendo de otra nacionalidad o procedencia es
considerado extranjero en sus derechos o en su estimación, e implica un cierto
matiz de exclusión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario