lunes, 22 de julio de 2019

Remedo de la Epístola a la señora de Lugones

Un artículo publicado en el diario La Época, de Madrid, el 17 de enero, acompañado de un poema que imita la forma y el contenido de  la Epístola a la señora de Lugones, alcanzó el eco suficiente como para ser reproducido poco después en El Tiempo Ilustrado, revista editada en México, y que alguien le hiciera llegar el periódico al propio Darío, que en ese momento se hallaba en Palma de Mallorca.

Todo el artículo, pero de manera especial el poema,  es un remedo, un intento de parodia realizado con la maestría de quien perfila, en este caso con palabras, la caricatura de un célebre personaje. En este caso el dibujante-poeta escoge las características más sobresalientes, más llamativas y reconocibles, en el poema de Darío para componer su retrato, utilizando vocablos en francés, terminaciones agudas y palabras átonas, neologismos, encabalgamientos abruptos, hacinamiento de situaciones que no llegan a describirse, haciendo que esos rasgos resalten sobre el resto de la composición, hasta darle ese carácter, si no ofensivo, al menos algo extravagante y con un cierto aire burlesco, para capturar de inmediato la mirada del espectador, que identifica claramente al personaje en su caricatura.

Francisco Fernández Villegas, redactor de La Época, que firma el artículo con el seudónimo de Zeda,  demuestra su maestría en este difícil arte, inventando un personaje y una historia, para convertir a Aquiles Fragoso, en hacedor de un poema a imitación del de Darío, con el que supuestamente pretende agasajarle.  Y como disculpa bien vale el último pareado que da fin al poema:

Aunque pobre mi musa, de la tuya es reflejo:
a veces un gigante se mira en ruin espejo.

En este caso sitúa el origen del poema en un bello lugar de Salamanca, el valle de las Batuecas, que le es familiar ya que pasó allí su adolescencia y sus años de Universidad.

Lo que hoy hace a este poema objeto de atención es la mención que de él hace el propio Darío, al final de su artículo titulado Dilucidaciones, publicado en El imparcial el 17 de febrero de 1907, tal y como puede verse en el párrafo reproducido a continuación:

El movimiento que en buena parte de las flamantes letras españolas me tocó iniciar, a pesar de mi condición de «meteco», echada en cara de cuando en cuando por escritores poco avisados, ha hecho que el EL IMPARCIAL me haya pedido las dilucidaciones que hoy inicio. Alégrame el que puede serme propicia para la nobleza del pensamiento y la claridad del decir, esta bella isla en donde escribo, esta Isla de Oro, que no es, como supone el Sr. Zeda un limbo; antes bien «es isla de poetas, y aun de poetas que, como usted, hayan templado su espíritu en la contemplación de la gran naturaleza americana», como me dice en gentiles y hermosas palabras un escritor apasionado de Mallorca y cuyo nombre es altamente estimado en La Época. No me refiero a D. Aquiles Fragoso, mi «entusiasta admirador»... Me refiero a D. Antonio Maura, presidente del Consejo de ministros de Su Majestad Católica.

El mencionado artículo, con visos de caricatura, publicado en La Época dice así:

OTRO  POETA AMERICANO
Don Aquiles Fragoso, entusiasta admirador del egregio vate D. Rubén Darío, acaba de publicar un libro de versos, cuyo título es “Cantos rodados”. Don Aquiles trae a nuestra desmayada literatura reflejos opalescentes de belleza versallesca y ecos de las siringas pánicas que llenan de rítmicas cadencias los valles andinos, sobre cuyas cimas gigantescas se cierne el cóndor, ese Rubén Darío de las aves. Quizás los versos de D. Aquiles Fragoso disuenen algo en los oídos nuestros, acostumbrados a las rimas rechinantes de Zorrilla, Espronceda y Becker; pero el lector que haya tenido el buen gusto de aprenderse de memoria la epístola que días pasados publicó El Imparcial, dedicada a la esposa del señor Lugones, sabrá sacar todo el jugo melífico que contienen los versos con que hoy se honran las columnas de LA EPOCA. Los Cantos rodados de D. Aquiles Fragoso llevan este atrio, dedicado por el autor a D. Rubén Darío:

DESDE LAS BATUECAS
Yo admiro, obsesionado, tus prodigiosas oeuvres,
que de tu ingenio sacas exprimiendo tus ubres,
y escucho tu siringa, cuyos sonidos van
emulando los sones de la flauta de Pan.
Imitando tu canto, aunque soy menos diestro,
quiero ser el discípulo de tan sabio maestro.
Tú, como todo genio, padeces neurastenia,
que es un don que te vino con tu obra primigenia.
El hombre a quien los dioses dieron cerebro eximio,
está siempre caquéctico, morboso y cacoquimio.
También yo me he enfermado; me siento neurasténico,
y como tú, a Mallorca, por consejo del médico,
he venido a curarme en este valle de
Batuecas, donde dicen, los que lo saben, que
se pasa la existencia como en el limbo, y hasta
mejor que en aquel mundo de párvulos... y basta.
Hay de duro granito en este valle bloques,
y jaras y tomillos, y encinas y alcornoques;
praderas en que pastan, moviendo sus cencerros,
rebaños custodiados por ladradores perros.
Un río, corno todos los ríos, va corriendo,
y los pájaros cantan con armonioso estruendo.
Tengo en la humilde choza, que habito en las Batuecas,
unos cuantos conejos y unas gallinas cluecas,
y recito en voz alta los versos di Musset,
y tengo una escopeta sistema Lafoucheux.
Cuando el sol tornasola las sedas del ocaso,
pienso en Numa, Pompilio, Petrarca y Garcilaso,
y sacudo gozoso mi antiguo surmenage,
haciendo complacido mi papel do snucage.
Aquí no llega el eco de las luchas mundiales,
ni libros, ni periódicos, diarios ni semanales,
y me importa tan poco como un grano de mijo,
lo que dice Montero o hace Vega de Armijo.
¿Qué presta a mi contento saber de Romanones?
A mí me importa un pito la ley de Asociaciones.
En comer sólo cifro mi soberana dicha.
¿Cuál es mi desayuno? Dos huevos y salchicha.
Los manjares que como al medio día, son
tantos cómo comía el propio Trimalción,
y luego, por la noche, a una cena doy fin,
como a la que a Torcuato convidó Moratín.
Aunque me gustan mucho mujeres elegantes,
que las eburneas manos oculten en sus guantes,
y ostenten, al moverse, con cadencioso paso,
leves medias de seda y zapatos de raso,
anémicas mujeres que anden nefelibatas,
con sombreros de plumas y transparentes batas,
ante rústicas hembras también quedan absortas
mis miradas; faltando el pan, buenas son tortas.
Estas mozas batuecas son recias y forzudas,
muy anchas de caderas, frescas y carrilludas.
No tienen más tocado que enmarañadas greñas,
y van con pies descalzos pisando por las peñas;
su aliento no es perfume de asiáticas ampollas;
antes transciende al tufo de ajos y de cebollas.
No se pagan ni cuidan de cortesanas venias,
pero son gran remedio para las neurastenias.
Con esta vida tengo alegría en el alma,
como tú, ¡oh, gran Darío!, la tienes ahí en Palma.
Y ahora, insigne maestro, pongo fin a mi canto:
que a ti te satisfaga será todo mi encanto.
Aunque pobre mi musa, de la tuya es reflejo:
a veces un gigante se mira en ruin espejo.

AQUILES FRAGOSO.
 Por la copia, ZEDA.
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A modo de epílogo: Pudiera ser que tanto este artículo como el que el prestigioso crítico literario Gómez de Baquero publicara en La España Moderna unos días antes, señalando como uno de los mayores defectos de la Epístola el no dejar sensaciones hondas de los lugares y sucesos allí mentados, pudieran explicar el por qué Darío eliminó algunos versos en la versión que incluyó en el libro “El canto errante”, publicado unos meses después. Entre ellos eliminó la siguiente estrofa completa:

Veo el vuelo gracioso de las velas de lona,
Y los barcos que vienen de Argel y Barcelona.
Tengo arbolitos verdes llenos de mandarinas.
Tengo varios conejos y unas cuantas gallinas.
Y, conforme el poeta, tengo un Cristo y un Mauser.
Así vive este hermano triste de Gaspard Hauser.

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Breve diccionario
Las Batuecas es un valle ubicado al sur de la provincia de Salamanca, en España.
Caquéctico: persona que sufre de agotamiento físico
Cacoquimia: en medicina antigua, alteración de los humores del cuerpo.
Nefelibatas: se dice de las personas soñadoras, que andan en las nubes
Zeda es el seudónimo de Francisco Fernández Villegas, crítico literario y escritor.
Meteco: el nombre viene de la antigua Grecia y significa forastero. Aquel que siendo de otra nacionalidad o procedencia es considerado extranjero en sus derechos o en su estimación, e implica un cierto matiz de exclusión.

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