viernes, 3 de marzo de 2023

Rubén Darío nace en Metapa

  El aniversario del nacimiento de Rubén Darío se celebra en Nicaragua como una fiesta de gran tradición popular, especialmente en el municipio donde nació, Ciudad Darío, entonces conocido como San Pedro de Metapa. Allí, todos los años, durante las jornadas darianas, el pasado cobra vida y vuelven a recitarse los versos del poeta y los eruditos de su obra celebran simposios para explicar algún sentido hasta entonces oculto en sus versos y el pueblo sencillo disfruta del espectáculo folclórico y de cohetería que se le ofrece.

Ayer
 

El día 17 de enero de 1967 por el camino polvoriento avanza una carreta tirada por mulas. En su interior, recostada en almohadones bajo un toldo de petate, viaja una mujer embarazada, Rosa Sarmiento, que siente cada vez más fuertes los síntomas del parto. Lo accidentado del camino ha precipitado sus dolores. La acompaña su tía Josefa y, al entrar en el poblado de San Pedro de Metapa, deciden tomar un descanso. El lugar era apenas una plaza y cuatro calles que llevan nombres de apóstoles (San Pedro, San Pablo, San Andrés y Santiago). Allí se hacían los cambios de caballerizas de las diligencias que iban de León a Granada, procedentes de Matagalpa y Jinotega, por lo que piensan que no será difícil encontrar algún lugar donde alojarse. Preguntan y la respuesta es que no existe ninguna pensión, dado que los transeúntes generalmente pernoctan en los corredores de la casa de la alcaldía. Siguen el consejo de pedir posada en la modesta casa de doña Cornelia Mendoza, quien accede a recibirlas y, dadas las circunstancias, pone a disposición de las viajeras su propio aposento. Los dolores del parto se intensifican y al día siguiente, 18 de enero, en horas de la tarde, Rosa quien es asistida por la propia doña Cornelia y la comadrona del pueblo, Agatona Ruiz, da a luz un niño que dicen nació delgado, con la cabeza muy gorda y las piernas como dos rosquillas. Ha nacido Rubén Darío y en memoria de este acontecimiento, el 25 de febrero de 1920 se cambió el nombre a este lugar por el de Ciudad Darío.

Hoy

Es el 18 de enero de 2022, y la ciudad donde nació el poeta, el departamento entero y toda Nicaragua se dispone a celebrar el 155 aniversario del nacimiento. La fiesta ha comenzado tres días antes, con la elección de la musa dariana 2022, un cerrado certamen en el que participaron siete jóvenes,  quienes además de contestar preguntas del jurado declamaron poemas de Darío, concluyendo, en palabras del narrador del evento, “aquel derroche cultural” con la elección de la señorita Eliam Camila, una joven de 15 años de la comunidad de Las Calabazas. Cuando a la joven la preguntan cómo se preparó para el evento, responde: “Sola. Me preparé sola porque quise demostrarme a mí misma todo el conocimiento que tengo y gracias a Dios, Dios me hizo la obra porque yo me preparé, me esforcé y aquí estoy”. Cuando le preguntan a la madre como se siente tras la elección de su hija, responde: “Me siento muy feliz, muy contenta. Sabía que mi hija iba a ganar porque ella tiene un gran potencial. Ella es muy inteligente. Desde la edad de tres años yo le regalé un libro, Azul, y ella lo conservaba. Cuando ya ella estaba en tercer grado ella empezó a leer y a escribir, porque mi hija no solo lee también escribe”.

El día 17 por la tarde se hace la representación de la llegada en carreta de Rosa Sarmiento a Ciudad Darío, y el propio día 18 de enero, a las ocho de la mañana se dirigen autoridades y público ante la puerta de la casa natal, que conserva la estructura original con sus paredes de adobe y taquezal. En su interior guarda mobiliario de la época en que nació Darío y todo el ambiente trata de ser un retrato fiel de aquella época, cuando no había luz eléctrica y se dormía en cama de cuero crudo. En el patio de la casa se mantiene una vieja carreta de bueyes y al fondo, entre árboles de mango y nim, se ubica el anfiteatro donde se recitan los poemas durante las jornadas darianas. Una vez allí, reunidos ante la casa y acompañados de una pequeña serenata, cantan las mañanitas al cumpleañero. Luego se corta una tarta y se reparte entre los asistentes. Después llega la antorcha dariana, que este año se llama “Luz y verdad”, traída por los jóvenes de la Federación Estudiantil de Secundaria, que se la ofrecen a la alcaldesa de Ciudad Darío. Ella la recibe con las siguientes palabras: Hoy nos está juntando Rubén Darío, ciento cincuenta y cinco años con la juventud. La juventud va a tomar en sus manos todas estas actividades culturales, porque vamos formando ese legado histórico, ese legado nacionalista, antiimperialista que nos dejó Rubén Darío. Rubén Darío está hoy con nosotros, estará siempre, es para mucho tiempo”.

A continuación se realiza un recital de poesía, alternándose con presentaciones musicales de la orquesta nacional “Camerata Bach”.

Luego se lleva a cabo la ceremonia de coronación de la Musa Dariana y un desfile con catorce carrozas representando cada una un cuento o poema del celebrado poeta.

A las 16.00 los diputados de la Asamblea Nacional realizan una sesión especial frente a la casa natal.

Se cierra la jornada con una fiesta popular y un show de fuegos artificiales.

El comentarista de la cadena de televisión, que ha seguido todo el evento, cierra la transmisión con las siguientes palabras: "y así culmina esta jornada especial en honor al inmortal Darío, el príncipe de las letras castellanas, el héroe de la independencia cultural".

domingo, 29 de enero de 2023

Rubén Darío en los tangos de Carlos Gardel

 

A finales del siglo XIX, los primeros tangos eran ejecutados en “las academias de baile”, que eran una tapadera para las casas de citas, y sus letras eran de carácter pícaro y alegre, muy primarias, de contenido grotesco y desconsideradas hacia la mujer, sin gran despliegue musical. Algo que cambiaría hacia 1915, cuando empezó a ser adoptado por las clases medias y altas de Buenos Aires y se produjo una evolución tanto en la instrumentación como en la letra, en especial por el influjo que sobre los compositores ejercían las obras de autores de primera línea como fue el caso de Rubén Darío, el más importante poeta del Modernismo. Para los tangueros, Darío es "Rubén", lo que apunta al afecto que el nicaragüense suscitaba entre los autores de tango.

Es de resaltar la contribución de la lírica dariana al lenguaje poético del tango, ya que aportó a la letra de las canciones reminiscencias de lugares exóticos, una desbordante sensualidad poética y algunas fantasías visuales, algo que puede verse de manera especial en la obra de Enrique Cadícamo, uno de los letristas más relevantes e importantes del tango, quien hizo un uso destacado de poemas, motivos e, incluso, personajes que aparecían en la obra de Rubén, como sucedió con la «Sonatina» o «Era un aire suave…», además de que existe una clara afinidad entre la estrofa rubeniana y la de Cadícamo, ambas basadas en el rigor métrico y la clave sonora, que aportan al tango su dimensión poética y evocadora.

Incluso en la célebre canción que compuso para Carlos Gardel “La novia ausente”, incluye los primeros versos del poema la Sonatina, lo que puede considerarse como una clara muestra de admiración y reconocimiento hacia el nicaragüense. 

 La novia ausente: (1933) Letra de Enrique Cadícamo. Música de Guillermo Barbieri

Íbamos del brazo y tú suspirabas
Porque muy cerquita te decía: "mi bien"
¿Ves como la luna se enreda en los pinos
Y su luz de plata te besa en la sien?

Al raro conjuro de noche y reseda
Temblaban las hojas del parque también
Y tú me pedías que te recitara
Esta sonatina que soñó Rubén

La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa
Que ha perdido la risa, que ha perdido el color
La princesa está pálida en su silla de oro
Está mudo el teclado de su clave sonoro
Y en mi vaso, olvidada, se desmaya una flor

¿Qué duendes lograron lo que ya no existe?
¿Qué mano huesuda fue hilando mis males?
¿Y qué pena altiva hoy me ha hecho tan triste?
Triste como el eco de las catedrales

Ah, ya sé, ya sé, fue la novia ausente
Aquella que cuando estudiante me amaba
Que al morir, un beso le deje en la frente
Porque estaba fría, porque me dejaba

Al raro conjuro de noche y reseda
Temblaban las hojas del parque también
Y tú me pedías que te recitara
Esta sonatina que soñó Rubén

Pero no solo Cadícamo se sintió cautivado por la poesía de Rubén Darío, también Claudio Frollo, al componer para Carlos Gardel, con música de Carlos Vicente Geroni, el tango “Solo se quiere una vez”, hacia 1930, incluyó en la letra parte del poema “Canción de otoño en primavera”

 Sólo se quiere una vez

No quise creer que fueras la misma de antes
La chica de la tienda, "La Parisienne"
Mi novia más querida cuando estudiante
Que incrédula decía los versos de Rubén

Juventud, divino tesoro
Te fuiste para no volver
Cuando quiero llorar no lloro
Y a veces lloro sin querer

Resuelto corrí a tu lado
Dándome cuenta de todo
Quería besar tus manos
Reconquistar tu querer

Comprendiste mi tortura
Y te alejaste sonriendo
Fue tu lección más profunda
¡Sólo se quiere una vez!

 
También hay resonancias de La Sonatina en otros tangos, como es el caso de “La percanta está triste”, letra de Vicente Greco y música de Julián Porteño.
 Para entender esta influencia de la Sonatina en los textos de los autores de tango hay que considerar que en la Argentina de los años veinte lo difícil era que alguien no conociera el poema, ya que estaba en todas la antologías publicadas y se recitaba una y otra vez en las fiestas y celebraciones escolares.

La percanta está triste
¿qué tendrá la percanta?
En sus ojos hinchados
se asoma una lágrima,
rueda y se pianta.
La percanta está triste,
no hace más que gemir...
Ya no ríe, no baila, ni canta
y la pobre percanta
no puede dormir...

De su cara rosada
se ha piantado el color
y ha quedado marchita
como pálida flor.
Sus ojazos no brillan
han perdido el fulgor
y sus labios de fuego
ya no tienen calor...

Otra mina más papa
al bacán le quitó
y la pobre percanta
amurada quedó.
La percanta está triste
y no puede vivir...
Su dolor es tan grande y profundo
que esgunfia del mundo...
se quiere escurrir.

 En resumen, el rigor métrico y la clave sonora de la poesía de Rubén Darío aportaron al tango elegancia, fantasía y sonoridad, mientras que la globalización del tango ayudó a extender la fama y el reconocimiento del poeta nicaragüense.

lunes, 2 de enero de 2023

Un libro dedicado por Rubén Darío

     Un amigo coleccionista, residente en Nicaragua, me envió un wasap con tres fotos: la portada de la primera edición del libro España contemporánea, encuadernado en tapa dura, la dedicatoria de Rubén Darío a su amigo Joaquín Sansón en la primera página, fechada en París en 1904, y la copia de la cédula de identidad de la poseedora del libro, Mª del Carmen Claramunt Sansón. 

El libro es la recopilación de 42 crónicas que Darío fue publicando en el diario La Nación de Buenos Aires, y que constituyen una auténtica radiografía sobre la crisis de final de siglo vivida en España después de la derrota frente a los Estados Unidos y la consiguiente pérdida de sus últimas colonias de ultramar. El autor escribe sus impresiones de la España de fines del siglo XIX . Nos habla del comercio de libros, de los editores, de varias novelas y novelistas además de algunos poetas, de las tertulias, pero también dedica artículos a Galdós, al Rey, a los toros, a la Semana Santa, a la mujer española, a la España negra, e, incluso, hace un impresionante relato de una fiesta campesina. Con estas crónicas elaboró el libro España contemporánea, que publicó en 1901 en la editorial Garnier Hermanos de Paris. 

El primer artículo narra su salida de Buenos Aires en el vapor que le llevará hasta Barcelona: 

«En el mar»    3 de diciembre de 1898

"El agua glauca del río se va quedando atrás, y el barco entra al agua azul. Me encuentro trayendo a mi memoria reminiscencias de Childe Harold. Siento que estoy en casa propia; voy a España en una nave latina; a mi lado el  suena. Sopla un aire grato que trae todavía el aliento de la Pampa, algo que sobre las olas conduce aún efluvios de esa grande y amada tierra".

(Las peregrinaciones de Childe Harold es un extenso poema narrativo dividido en cuatro cantos escrito por el autor inglés Lord Byron)

Por lo que se ve en las fotos, el libro mantiene su cubierta original, parece que el lomo está bien conservado y las hojas presentan el tostado típico del paso del tiempo. Habría que ver el libro para comprobar si tiene manchas en algunas hojas o está rozado.

Aun así, no es un libro que tenga una consideración especial dentro de la obra del poeta nicaragüense; y que, sin dedicatoria firmada, se puede adquirir en España, en una tienda de libros antiguos, por cuarenta dólares, muy lejos de los setecientos que se pagarían por un ejemplar de Prosas profanas o de Cantos de vida y esperanza en su primera edición. 

Lo que preocupaba a mi amigo, que estaba pensando en hacer una oferta, era saber si la dedicatoria era auténtica y que opinaba sobre el precio de dos mil quinientos dólares que la dueña del libro estaba pidiendo por él.

Sus dudas eran razonables, considerando que tanto la firma como la letra de Darío son fáciles de falsificar. Algo que por desgracia es frecuente en Nicaragua, donde se ofrecen continuamente documentos del poeta, siendo un riesgo adquirirlos sin que hayan sido previamente certificados. Claro que, son pocos quienes en Nicaragua se atreven a validar la autenticidad de un documento escrito por Darío, entre ellos se cuentan algunos estudiosos de su obra, que sin ningún aval forense, porque se carece de medios para llevarlo a cabo, solo pueden establecer la verosimilitud del documento cuando el poseedor del mismo acredita su procedencia, demostrando una relación directa entre el homenajeado en la dedicatoria y el actual poseedor, de manera que se pueda establecer una trazabilidad del mismo; y aun así siempre advierten que su opinión con respecto a la originalidad del documento queda supeditada a que alguien pueda demostrar fehacientemente lo contrario.

Siguiendo ese mismo proceder, tratando de verificar la dedicatoria o descartarla, me di a la tarea de descubrir la relación que pudiera existir entre el poeta y el destinatario. En el Archivo Rubén Darío de la Universidad Complutense de Madrid y en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes encontré varias cartas de 1907 dirigidas por Darío a Joaquín Sansón, que acreditan la relación amistosa entre ambos. También al examinar la tipografía de la letra en la dedicatoria se observa que se corresponde con la de las cartas originales de Darío. Por lo que, a primera vista, se podía pensar que la dedicatoria era auténtica.

Para contrastar algunos datos me puse en contacto con la poseedora del libro a través del wasap. Me contó que Joaquín Sansón era su bisabuelo y padre del embajador Justino Sansón Balladares, quien en los años sesenta y setenta del siglo pasado dejó medallones de bronce con la efigie de Darío en varias ciudades de España y luego en muchos lugares de Nicaragua. Cuando le pregunté si tenía más libros o recuerdos de Darío me dijo que era lo único que se había salvado en el terremoto que sacudió Managua en 1972, pero que Darío solía enviar a su bisabuelo un libro firmado de cada uno que publicaba. De ser cierto, también era mala suerte que solo se hubiera salvado ese libro.

Otro aspecto a considerar a la hora de fijar un precio, es que no hay mucho mercado para las ediciones príncipe de Darío, ya que son valoradas por los bibliófilos en apenas cuatro países: Nicaragua, donde hay poco poder adquisitivo (algunos nicaragüenses radicados en los Estados Unidos son quienes suelen adquirir estos ejemplares dedicados), España, Argentina y Chile.

El precio que pedía me pareció excesivo, y así se lo hice saber tanto a mi amigo coleccionista como a la poseedora del libro, que se mostraba abierta a negociarlo. Es difícil valorar una dedicatoria firmada, no hay criterios objetivos y depende de lo que el comprador esté dispuesto a pagar. Habría que considerar la relevancia del texto en la dedicatoria, que en este caso es sencillo, casi de ocasión, así como el papel histórico de la persona a la que va dirigida, que no es alguien significativo, aunque las cartas existentes que le dirigió Darío le concedan cierta importancia
.
      Será difícil que encuentre un comprador que se acerque a los dos mil quinientos dólares que está pidiendo, pero si en algún lugar puede hallarlo es en Nicaragua, donde en la actualidad ha surgido un grupo de coleccionistas decididos a reivindicar la historia del país y de manera singular la obra de Rubén Darío. El problema es que son libros muy delicados, por las características del papel y el efecto que tiene el clima húmedo y cálido del trópico sobre las hojas, eso hace que se requieran unos medios de conservación de los que solo un bibliófilo suele disponer.

 

lunes, 12 de diciembre de 2022

Rubén Darío en la Cartuja de Valldemossa

  En dos ocasiones, con un intervalo de siete años, estuvo Darío en la Cartuja de Valldemossa. La última vez fue en el otoño de 1913, cuando fue invitado por su propietario, Joan Sureda, y él buscaba en el reposo monástico una cura para su ya deteriorada salud.

De esta última estancia en la Cartuja, que duró tres meses, hay un episodio confuso que diversos biógrafos han tratado de manera diferente: la forma en que Darío reacciona ante las huellas de una pata de animal en la baldosa de una celda.

El primero en mencionarlo es Edelberto Torres, en su libro “La dramática vida de Rubén Darío”, publicado en Guatemala en 1952, cuando cuenta que el poeta “Una noche cree tener la visión espantosa de Lucifer,  y tan cierto es, que el Maligno, según él, ha dejado la huella de su horrible pata en el suelo del cuarto que ocupa”.

También Valentín de Pedro en su libro “Vida de Rubén Darío” publicado en Argentina en 1961, relata que “Al entrar el poeta con el matrimonio amigo en la habitación que para él habían alajado, regiamente por cierto, lo primero que llamó su atención fue una baldosa en la que quedó impresa la pata de un chivo, que había pisado allí cuando la argamasa estaba blanda. Apenas verla se volvió hacia sus acompañantes diciendo: No han hecho ustedes mas que designar este sitio para mí y ya ha pasado por aquí el diablo”.

En los dos casos no estamos ante relatos novelados, sino que los libros tratan de documentar como fue la vida de Darío, para acercarnos a entender la personalidad del poeta. Sin embargo los autores no explican cómo o quién les proporcionó esa información. 

En cualquier caso es el propio Darío, quien en su libro que se puede considerar una biografía novelada, “El oro de Mallorca”, desmiente ambas versiones, al poner en boca de su alter-ego, Benjamín Itaspes, que iba acompañado por el dueño de la casa, Luis Arosa (Joan Sureda), la siguiente descripción de los hechos: “Vieron las celdas, hoy habitaciones modernizadas, pero en las cuales se conservan los viejos y fuertes pavimentos de ladrillo, muebles de antaño, como el botiquín de los padres; la abertura en el muro por donde se recibía el pan, y una tabla especial en donde se señalaba la cantidad que cada religioso necesitaba. En una de las celdas se veían sobre un ladrillo lo que las buenas gentes del lugar juzgaban las huellas del diablo, cosa que Benjamín hubiera deseado más justificada, pues bien claro se veía que cuando el ladrillo estaba recientemente hecho y muy húmedo, había puesto sobre él la pata un inocente y poco diabólico perro...”.

Un aspecto a tener en cuenta, a mi juicio determinante para validar esta historia, es que Joan Sureda, su anfitrión, en la narración que hace de la estancia de Darío en la Cartuja, no menciona este suceso que, de existir, hubiera sido digno de contarse. La que si existe es la baldosa con la huella de la pata de un perro.

Dos años antes había visitado la Cartuja de Valldemossa para comprobar los recuerdos que en ella quedaban de la estancia de Darío y había buscado y preguntado al guía local por la consabida huella. Pero se mostró sorprendido por mi pregunta y no pudo darme razón alguna, y a pesar de que busqué en los suelos de las habitaciones, por donde transcurría el recorrido turístico, no pude encontrarla, dando así por perdida esa parte de la historia, pensando que tal vez, como ocurrió con otros aposentos, había sido removido el suelo original en alguna remodelación del edificio, y así lo dejé escrito en el artículo titulado “La presencia de Rubén Darío en Mallorca” que puede verse en este mismo blog y que narra aquella visita.

Transcurrieron algunos meses hasta que alguien, que leyó el artículo, tuvo la gentileza de advertirme que la visita guiada no pasa por la celda que ocupó Darío y que todavía se conserva la baldosa con la huella del perro. Además me envío unas fotos para ilustrarlo, que ahora pueden verse acompañando a este artículo.

En la foto de una baldosa puede leerse que el suelo original es de 1663. En otra foto puede verse el suelo de la habitación, con un balcón al fondo, y en el centro una baldosa con dos huellas de pata de perro. En la tercera foto puede verse esta misma baldosa con las huellas. Un magnífico reportaje gráfico que agradezco haber recibido.

  

lunes, 24 de octubre de 2022

Rosario Murillo, segunda esposa de Rubén Darío

La relación entre Rubén Darío y Rosario Murillo transcurre a lo largo de más de treinta años y es cuando menos controvertida (la mayoría de los cronistas se han ocupado de resaltar la oposición de ella a los intentos de divorcio y los incidentes que tuvieron lugar durante ese proceso, que revelan una mujer de carácter decidido y de fina inteligencia). A continuación se mencionan los hechos más importantes de esta relación siguiendo un orden temporal.

Se conocieron en Managua, cuando él tenía catorce años y ella once. Darío la describió así: “Rostro ovalado, color levemente acanelado, boca cleopatrina, ojos verdes, cabellera castaña, cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía al andar ilusiones de canéfora”. Cuando cumple diecisiete años quiere casarse con ella, pero sus amigos le disuaden y le envían a El Salvador.

 De regreso a Nicaragua experimentó, según sus propias palabras, “la mayor desilusión que puede sentir un hombre enamorado”, al saber que en su ausencia tuvo un amorío con un hombre mayor que ella. Se embarca rumbo a Chile, donde escribirá Abrojos y Azul, pero antes de partir se despide de ella con una carta que escribe el 12 de mayo de 1886. A continuación, se reproducen los dos primeros párrafos:

 Rosario:

Esta es la última carta que te escribo. Pronto tomaré el vapor para un país muy lejano donde no sé si volveré. Antes, pues, de que nos separemos, quizá para siempre, me despido de ti con esta carta.

Te conocí tal vez por desgracia mía, mucho te quise, mucho te quiero. Nuestros caracteres son muy opuestos y no obstante lo que te he amado, se hace preciso que todo nuestro amor concluya; y como por lo que a mí toca no me sería posible dejar de quererte viéndote continuamente y sabiendo lo que sufres o lo que has sufrido, hago una resolución y me voy. Muy difícil será que yo pueda olvidarte. Sólo estando dentro de mí se podría comprender cómo padezco al irme: pero está resuelto mi viaje y muy pronto me despediré de Nicaragua. Mis deseos siempre fueron de realizar nuestras ilusiones. Llevo la conciencia tranquila, porque como hombre honrado nunca me imaginé que pudiera manchar la pureza de la mujer que soñaba mi esposa. Dios quiera que si llegas a amar a otro hombre encuentres los mismos sentimientos.

A comienzos de 1893, tras la muerte de su joven esposa, Rafaela Contreras, Darío se refugió en un hotel en Managua, presa de un intenso abatimiento. Por esta época renovó sus viejos amoríos con Rosario Emelina Murillo, cuyos familiares, según cuentan diversas fuentes, le hicieron una encerrona y le obligaron a contraer matrimonio canónico el 8 de marzo 1893 en una ceremonia privada.

Pocos días después Darío recibe el nombramiento de cónsul de Colombia en Buenos Aires y parten juntos hacia ese destino. Pero se separan al llegar a Panamá. Él partió hacia Argentina, ella regresó a Nicaragua, embarazada. El 26 de diciembre de 1893 nació el niño Darío Murillo que falleció al mes y medio de tétanos (se cuenta que la abuela materna le cortó el cordón umbilical con una tijeras oxidadas o sucias). Lo cierto es que el niño murió y esta desgracia fue la causa de la separación definitiva entre ellos.

En 1907, Rosario va a buscarle a Paris donde le reclama sus derechos de esposa y a través del consulado de Nicaragua hace que le embarguen sus cuentas. Parece que allí conviven brevemente, al menos eso es lo que ella atestigua para evitar que le concedan el divorcio cuando Darío lo solicita durante su estancia en Nicaragua entre octubre de 1907 y mayo de 1908. Fracasado el intento legal, Darío intenta comprar el divorcio, ofreciéndole una sustancial cantidad de dinero, a lo que Rosario se niega rotundamente. (Carmen Conde, a partir de sus conversaciones con Francisca Sánchez, escribe un breve relato “Rubén Darío y la dramática persecución de Rosario Murillo”, 33 páginas donde describe estos sucesos)

En 1915, estando Darío ya gravemente enfermo, Rosario acude a Guatemala, donde lo cuida y se lo lleva a Nicaragua, donde lo atiende en sus últimos momentos, hasta el día de su muerte el 6 de febrero de 1916. Darío fallece llevando colgado del cuello el crucifijo que le regalara Amado Nervo.

Rosario Murillo, atendiendo a la última voluntad del poeta que quiso dejarle a su hijo de ocho años todas sus posesiones y los derechos de autor de sus obras, no reclama la cuarta parte que le corresponde por ley como esposa legítima.

Además, utilizando su influencia en la vida pública de Nicaragua, debido a sus vínculos familiares, interviene repetidamente para que los hijos del poeta reciban de parte del gobierno de Nicaragua el trato que les corresponde. En el diario El Comercio, del 21 de enero de 1923, escribe un artículo en el que aboga ante el presidente de la República y el Congreso de Nicaragua, para que se le faciliten los adecuados medios de subsistencia a Rubén Darío Contreras.

Rosario Emelina Murillo fallece en Managua el 23 de junio de 1953, llevando en el cuello el mencionado crucifijo, que luego pasa a manos de Rubén Darío Contreras por expreso deseo del poeta y que ahora continúa en posesión de sus descendientes.

  

sábado, 24 de septiembre de 2022

Conversando con Rubén Darío IV

Hace unos días tuve ocasión de reunirme con el ingeniero Rubén Darío Lacayo, bisnieto del afamado poeta nicaragüense. En la actualidad es el Presidente honorario del Movimiento Dariano Mundial, una organización privada, con sede en Miami, que promueve el
reconocimiento a la obra de Rubén Darío. Siendo el descendiente primogénito del poeta
por línea patrilineal, se presenta como Rubén Darío IV,  una nomenclatura que se sitúa en la órbita de la costumbre anglosajona de designar a una dinastía de empresarios o de familias políticas.

Él reside actualmente en San José, Costa Rica, y quedamos en encontrarnos en las instalaciones de la Biblioteca Nacional, situada a un costado del Parque Nacional, en cuyo centro hay un monumento hecho en bronce que conmemora la victoria contra los filibusteros comandados por William Walker en el año 1856.  Cuando entré en el edificio, el recepcionista me advirtió que mi interlocutor ya había llegado y dirigió mi atención hacia su persona. Estaba de pie ante una de las grandes mesas rectangulares que habitan la zona de lectura y consulta. Observé como iba sacando de una mochila varios folders repletos de documentos y los depositaba sobre la mesa.

Nos reconocimos por las fotos del whatsapp. Al saludarnos dudamos unos segundos, como es habitual en estos momentos post-pandemia, cuando dos personas, ya de cierta edad, se encuentran por primera vez y no saben cual sería el saludo más adecuado a las preferencias del otro: si un apretón de manos, un encuentro superficial de los puños cerrados o un sencillo saludo verbal acompañado de un cabeceo de reconocimiento. Al fin nos dimos la mano.

—Tengo muchos documentos —me fue explicando mientras tomábamos asiento—, algunos con más de cien años, que eran de mi abuelo paterno y otros que he ido consiguiendo en Registros civiles y religiosos buscando documentar todo lo relativo a nacimientos, bodas y defunciones de la familia Darío Contreras. Hemos sido una familia muy viajera, con varias nacionalidades y estudios realizados en América y Europa, y eso hace más difícil la tarea de recopilar y esclarecer las pruebas documentales.

De un viejo, deforme y roto estuche de cuero, posiblemente de la misma época que su contenido, sacó varios pasaportes argentinos del periodo de 1930 con visados nicaragüenses, salvoconductos diplomáticos, fotografías, un carnet de reportero del diario La Nación perteneciente a su abuelo y un curioso carnet de abogado perteneciente a su padre. De otro folder iba sacando certificados de nacimiento y matrimonio que se remontaban a la época colonial, y que llegaban hasta la abuela de Rafaela Contreras, primera esposa del poeta nicaragüense y madre de su hijo legítimo Rubén Darío Contreras (una legitimidad que a lo largo de la conversación se ocupó de dejar clara, porque estaba convencido de que esa circunstancia explicaba muchas de las cosas que habían ocurrido después). Con orgullo me alcanzaba la documentación relativa al matrimonio civil del poeta con Rafaela, realizado en El Salvador en 1890 y el del matrimonio eclesiástico que se llevó a cabo un año después en Guatemala, así como el certificado de nacimiento del hijo legítimo (de nuevo hizo hincapié en esta circunstancia) nacido en 1891 y expedido por el Registro civil de Costa Rica. Yo los iba examinando y luego los desplegaba sobre la mesa que, poco a poco, se iba llenando de papeles. A veces le pedía permiso para fotografiar algunos documentos, y él en seguida se ofrecía a enviarme los que ya tenía digitalizados (y lo hacía en el momento si podía encontrarlos en su smartphone).

Llevábamos dos horas revisando documentos, ya eran cerca de las dos de la tarde, hora en la que en Centroamérica casi todo el mundo ha terminado de almorzar, y le propuse que fuéramos a una pequeña soda que había a la vuelta del edificio, en la esquina de la avenida tercera. Allí continuamos nuestra conversación mientras dábamos buena cuenta de un casado de pollo guisado, humilde pero bien preparado (a esa hora y en ese lugar era difícil encontrar algo mejor). En la calle el cielo se había cargado de nubes y pronto empezaría a llover, como suele ocurrir en las tardes del invierno tropical. Él, más previsor que yo, llevaba un largo paraguas con los colores de la bandera tica.

Advertí que su preocupación, la principal razón por la que se dedicaba a la tarea de recopilar documentos, estaba en dar a conocer y en reivindicar la figura de su abuelo paterno Rubén Darío Contreras, señalando la buena relación que tenía con el padre, especialmente reflejada en su encuentro en Guatemala durante el último año de la vida del poeta. 

—Él fue quien aconsejó a mi abuelo que se fuera a Argentina y le dio una carta de presentación para el director del diario La Nación —me explicó.

 Mientras iba aportando documentos continuaba hablando de la actitud altruista de su abuelo hacia su medio hermano, Rubén Darío Sánchez, de su comportamiento honesto, comprensivo, a veces orgulloso en detrimento de sus intereses legítimos, así como de la buena relación que mantenía con Rosario Murillo, segunda esposa del poeta (para ello me mostró un artículo del periódico El Comercio, del 21 de enero de 1923, en el que Rosario Murillo aboga ante el Presidente de la República y el Congreso de Nicaragua, para que se le faciliten los adecuados medios de subsistencia al hijo del poeta que tanto bien hizo a Nicaragua). Escuchándole hablar de ella se tiene la impresión de que habría que revisar la historia fraguada en torno a la figura de Rosario, maltratada por casi todos los biógrafos del poeta (la mayoría de ellos han ido repitiendo por pura inercia lo que decían los anteriores, cada uno dándole una vuelta más al perno), que han conseguido hacerla quedar como la mala de la historia.

—Era un hombre cabal, que renunció a su derecho legítimo sobre tres herencias: como hijo legítimo de Rubén Darío, como hijo de crianza de Ricardo Triguero, como ahijado de Julio Arellano y Arróspide y de Margarita de Foxá —afirmó al referirse a su abuelo. 

(Ahora estaba ocupado en descubrir el paradero del testamento de estos nobles españoles, que un día ejercieron como embajadores de España ante las repúblicas centroamericanas y apadrinaron al primer hijo de Rubén Darío. Lo buscaba en el Archivo histórico de protocolos, con sede en Madrid, ya que existía el conocimiento en la familia, transmitido de una generación a otra, de que le habían dejado en herencia uno de sus castillos en España).

—Mi abuelo respetó la última voluntad de su padre de dejárselo todo a su hermanastro y nunca reclamó la herencia que le correspondía en derecho. A pesar de ello no pudo hacerla efectiva porque, al no ser hijo legítimo y no poder presentar un certificado de nacimiento que le acreditara como hijo de Rubén Darío, la justicia nicaragüense nunca le concedió ese derecho —me explicó.

—En Argentina, mi primo hermano Martín Katz, conserva una buena parte del archivo familiar —comentó más adelante.

—¿Hay allí algo del propio poeta? —le pregunté.

—Poco, pero muy relevante. Casi todo el archivo se concentra en los documentos recopilados por nuestro abuelo. Pero conservamos el crucifijo que le regaló Amado Nervo, y que le acompañó en la hora de su muerte y luego colgó de su cuello la propia Rosario Murillo en su fallecimiento en 1953, pasando después a manos de mi abuelo (en la fotografía que se acompaña puede leerse la declaración jurada que atestigua esa posesión). 

Había escuchado muchas veces la historia de ese crucifijo, que tiene la carga simbólica de representar el retorno del poeta a una religiosidad profunda. Una historia polémica, ya que tanto en el Museo Darío de León como en el que abrieron hace unos años en Managua afirman tener ese crucifijo y de hecho en ambos lo tienen expuesto como si fuera el auténtico. Dato un tanto paradójico ya que al menos uno de ellos debería ser falso.

Hay que señalar que la principal contribución de Darío Lacayo ha sido, durante muchos años, el estudio genealógico de la familia que fundó su bisabuelo Rubén Darío en 1891 al casarse con Rafaela. Autor de varios trabajos sobre el poeta, entre ellos Genealogía de Rubén Darío y su descendencia con Rafaela Contreras Cañas, ha llegado muy lejos en su investigación genealógica, implicándose en la búsqueda de información. No pretendía ser un entendido en la obra literaria del poeta nicaragüense, de la que apenas parecía conocer los títulos más importantes, pero pude advertir que tenía un conocimiento profundo de su vida y andanzas. También me llamó la atención que investigaba cada suceso con el ánimo de un historiador y procuraba no afirmar algo que no estuviera respaldado por un documento fiable. 

Más adelante, me enseñó una serie de documentos, de los que no he hablado aquí, porque así me lo pidió, que de revelarse arrojarían una nueva luz sobre el estudio de los orígenes del poeta nicaragüense.

Le pedí permiso para utilizar, con fines divulgativos, alguna de las fotos que me había pasado y tuvo la cortesía de enviarme fotografías de muchos de los documentos más representativos de su archivo personal, en los que puede hacerse un seguimiento completo de la genealogía de la familia de Rubén Darío Contreras.

  

jueves, 25 de agosto de 2022

Los tocados por Rubén Darío

     Una mañana de febrero de 2018, dos meses antes de las revueltas ciudadanas que conmocionaron el panorama social y cultural de Nicaragua, me hallaba en la Sala Dariana de la Biblioteca Nacional de Nicaragua, ubicada en el segundo piso del Palacio de la Cultura, suntuoso nombre con el que se conoce ahora al que antes fue el Palacio Nacional.

Por razones que no vienen al caso, portaba ese día el álbum con la colección completa de los sellos postales que, en todo el mundo, se han emitido hasta la fecha en homenaje a Rubén Darío.

“Vaya a mostrárselo al doctor Arellano, está aquí al lado, en la biblioteca. Es un estudioso de la obra de Darío y seguro que le gustará verlo”, me animó Guillermo Flores, con quien en ese momento estaba conversando.

Encontré a Jorge Eduardo Arellano, a la entrada de la biblioteca, sentado ante el ordenador, con unas hojas en la mano, dictándole a una joven que manejaba el teclado siguiendo sus indicaciones. Me presenté, le enseñé el álbum, lo hojeó con parsimonia y antes de devolverlo quiso saber quien era yo y a qué me dedicaba. Ese tipo me preguntas, hechas tan a bocajarro, siempre me han resultado agresivas, y creo recordar que bromeé sobre mi currículo y el por qué me interesaban los sellos de Darío. Más adelante pude comprobar que preguntar por los méritos curriculares de su interlocutor es una manera típica de conducirse en el ambiente académico de Nicaragua.

“Tengo entendido que usted es un reconocido dariano. Por eso quise mostrarle el álbum”, le dije.

“En realidad yo soy dariísta”, me explicó, y poco después pareció perder todo interés en la conversación y regresó a su tarea. Me pareció ver que estaba corrigiendo un texto para la Revista de Historia del IHNCA

Había quedado intrigado por la palabreja y al regresar con Guillermo Flores le pregunté por el significado del vocablo.

“Dariano, es la manera de designar a la persona que es aficionado a la obra de Darío, alguien que la conoce bien y la divulga, ya sea por medio de artículos periodísticos o reeditando sus libros. Dariistas son aquellos que se han consagrado a profundizar en la obra del poeta con espíritu creador, sacando a la luz libros de crítica e interpretación, y por tanto no se limitan a realizar meras reproducciones o recopilaciones de sus textos”.

Quien esté interesado en estos términos, puede leer el artículo del propio Arellano “Darianos y dariístas nicas”, publicado el 2 de mayo de 2016 en el Nuevo Diario (Nicaragua), donde concluye señalando que el primero que utilizó este término fue el poeta nicaragüense Salomón de la Selva en 1955.

Esa mañana aprendí una palabra nueva, además de que existía una elaborada aristocracia en torno al rey Darío, una especie de rango nobiliario que se atribuían algunos para diferenciarse cualitativamente de otros.

Con el paso del tiempo he tenido la oportunidad de conocer, aunque sea a través de su obra, a algunos de los más prestigiosos darianos vivos (tal vez dariístas, es tan estrecho el margen entre unos y otros que fácilmente puedo equivocar la categoría).

Descontados los nacidos en Nicaragua, como el propio Guillermo Flores o Jorge Eduardo Arellano, historiador, catedrático y asesor cultural de la Presidencia, son muchos aquellos que, en algún momento, se han sentido cautivados por la obra y la vida de Rubén Darío, pero en este artículo quisiera centrarme en dos que, no siendo nicaragüenses, tienen en común el haber vivido durante un tiempo en Nicaragua, lo que debió contribuir a su fijación personal por la obra del poeta.

 Günther Schmigalle. Nacido en Alemania, especialista en filología inglesa y románica, se ha desempeñado como profesor de bibliotecología y de literatura moderna, y a su labor de investigación, directamente de las fuentes originales, se debe uno de los mayores rescates de la obra en prosa de Rubén Darío.

Llegó a Nicaragua en 1987, formando parte del movimiento de solidaridad con el país centroamericano, en plena revolución sandinista. Fue catedrático de la UCA, de 1988 a 1994 y en el año 2000 ingresó en la Academia de la lengua nicaragüense.

Se ha destacado como uno de los principales divulgadores de la obra de Darío en Europa, donde ha publicado más de veinte ensayos sobre la vida y la obra del poeta, además de numerosos artículos en diarios de todo el mundo, lo que le convierten en uno de los mayores especialistas de su obra.

Naohito Watanabe, oriundo de Kochi, Japón, entre 1991 y 1996, ejerció como Primer Secretario de la Embajada del Japón en Nicaragua. Regresó al país en 2001 como Consejero de la Embajada del Japón.

En 2005 tradujo al japonés la obra de Rubén Darío “Azul…”  “Ao…” (Ed. Bungeisha), y al año siguiente recibió la Orden de Rubén Darío, grado de Oficial, otorgada por el gobierno de Nicaragua.

En los diversos países donde se desempeñó como diplomático llevó siempre el estandarte dariano. En 2018 fue nombrado académico de honor de la Real Academia Europea de Doctores, con sede en Barcelona. Su discurso de ingreso tuvo por título: Rubén Darío: Japón y japonismo. En él, Watanabe relata su encuentro con una niña de ocho o diez años en el embarcadero de Granada, durante una visita que realizaba a las isletas.

“Ella se acercó sonriente a mí. Creí que iba a pedirme algún dinerillo como solían hacer los niños en los semáforos en aquel entonces. ¡Pero qué sorpresa! Ella empezó a declamar algo. Algo rítmico y versificado. Era un poema, poema dulce y resonante con cierta melancolía. “Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar tu acento Margarita, te voy a contar un cuento” Me quedé embelesado, fascinado y sentí hasta el estremecimiento en mi corazón con la declamación de aquella niña. A pesar de pasar mucho tiempo desde entonces todavía recuerdo vivamente aquella tarde serena de verano, el céfiro soplaba tenue sobre el agua cristalina del lago ondeando su ahora hermoso vestido de la niña, acariciando su cabellera de oro y mejillas sonrosadas con la sonrisa angelical. El sol, tórrida lumbre ardía en la lejanía azul ni una nube se veía y sólo los pájaros reposando en la verde cumbre. Así fue mi primer contacto con la obra de Darío y conociendo más y más sus obras y la literatura de Nicaragua, llegué a descubrir que Nicaragua era un país de poetas y de gran tradición de poesía”.

El texto completo puede consultarse en

https://raed.academy/academicos/naohito-watanabe/