lunes, 12 de diciembre de 2022

Rubén Darío en la Cartuja de Valldemossa

  En dos ocasiones, con un intervalo de siete años, estuvo Darío en la Cartuja de Valldemossa. La última vez fue en el otoño de 1913, cuando fue invitado por su propietario, Joan Sureda, y él buscaba en el reposo monástico una cura para su ya deteriorada salud.

De esta última estancia en la Cartuja, que duró tres meses, hay un episodio confuso que diversos biógrafos han tratado de manera diferente: la forma en que Darío reacciona ante las huellas de una pata de animal en la baldosa de una celda.

El primero en mencionarlo es Edelberto Torres, en su libro “La dramática vida de Rubén Darío”, publicado en Guatemala en 1952, cuando cuenta que el poeta “Una noche cree tener la visión espantosa de Lucifer,  y tan cierto es, que el Maligno, según él, ha dejado la huella de su horrible pata en el suelo del cuarto que ocupa”.

También Valentín de Pedro en su libro “Vida de Rubén Darío” publicado en Argentina en 1961, relata que “Al entrar el poeta con el matrimonio amigo en la habitación que para él habían alajado, regiamente por cierto, lo primero que llamó su atención fue una baldosa en la que quedó impresa la pata de un chivo, que había pisado allí cuando la argamasa estaba blanda. Apenas verla se volvió hacia sus acompañantes diciendo: No han hecho ustedes mas que designar este sitio para mí y ya ha pasado por aquí el diablo”.

En los dos casos no estamos ante relatos novelados, sino que los libros tratan de documentar como fue la vida de Darío, para acercarnos a entender la personalidad del poeta. Sin embargo los autores no explican cómo o quién les proporcionó esa información. 

En cualquier caso es el propio Darío, quien en su libro que se puede considerar una biografía novelada, “El oro de Mallorca”, desmiente ambas versiones, al poner en boca de su alter-ego, Benjamín Itaspes, que iba acompañado por el dueño de la casa, Luis Arosa (Joan Sureda), la siguiente descripción de los hechos: “Vieron las celdas, hoy habitaciones modernizadas, pero en las cuales se conservan los viejos y fuertes pavimentos de ladrillo, muebles de antaño, como el botiquín de los padres; la abertura en el muro por donde se recibía el pan, y una tabla especial en donde se señalaba la cantidad que cada religioso necesitaba. En una de las celdas se veían sobre un ladrillo lo que las buenas gentes del lugar juzgaban las huellas del diablo, cosa que Benjamín hubiera deseado más justificada, pues bien claro se veía que cuando el ladrillo estaba recientemente hecho y muy húmedo, había puesto sobre él la pata un inocente y poco diabólico perro...”.

Un aspecto a tener en cuenta, a mi juicio determinante para validar esta historia, es que Joan Sureda, su anfitrión, en la narración que hace de la estancia de Darío en la Cartuja, no menciona este suceso que, de existir, hubiera sido digno de contarse. La que si existe es la baldosa con la huella de la pata de un perro.

Dos años antes había visitado la Cartuja de Valldemossa para comprobar los recuerdos que en ella quedaban de la estancia de Darío y había buscado y preguntado al guía local por la consabida huella. Pero se mostró sorprendido por mi pregunta y no pudo darme razón alguna, y a pesar de que busqué en los suelos de las habitaciones, por donde transcurría el recorrido turístico, no pude encontrarla, dando así por perdida esa parte de la historia, pensando que tal vez, como ocurrió con otros aposentos, había sido removido el suelo original en alguna remodelación del edificio, y así lo dejé escrito en el artículo titulado “La presencia de Rubén Darío en Mallorca” que puede verse en este mismo blog y que narra aquella visita.

Transcurrieron algunos meses hasta que alguien, que leyó el artículo, tuvo la gentileza de advertirme que la visita guiada no pasa por la celda que ocupó Darío y que todavía se conserva la baldosa con la huella del perro. Además me envío unas fotos para ilustrarlo, que ahora pueden verse acompañando a este artículo.

En la foto de una baldosa puede leerse que el suelo original es de 1663. En otra foto puede verse el suelo de la habitación, con un balcón al fondo, y en el centro una baldosa con dos huellas de pata de perro. En la tercera foto puede verse esta misma baldosa con las huellas. Un magnífico reportaje gráfico que agradezco haber recibido.

  

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