lunes, 5 de agosto de 2019

El escultor de la tumba de Rubén Darío

Jorge Navas nació el once de junio de 1874, en la ciudad de Granada, a 60 kilómetros de Managua, y por sus orígenes nada hacía presagiar que algún día sería llamado a esculpir en cemento armado la sepultura en la que descansarían los restos del poeta más amado de Nicaragua. Cuando aceptó ese encargo ya llevaba unos años trabajando en la Catedral de León, donde solo devengaba su salario como albañil según los días trabajados. Fue allí, mejorando su estilo con cada nueva obra como llegó a convertirse en un virtuoso de la realización de esculturas en cemento armado. La escultura en cemento era la más barata, dúctil, y que requería menos técnica y herramientas, por lo que resultaba la más conveniente en aquellos momentos y así lo debió de pensar el obispo de León al encargar las obras. El escultor .
Empezaba sus obras realizando un dibujo a tamaño real. Con ese diseño se obtenía la imagen a escala. El siguiente paso consistía en armar la estructura que podía ser de madera o de hierro. Equivale al esqueleto de la escultura. Evita que las piezas se rompan y es importante para los brazos o piernas, que se alejan del cuerpo y son puntos fáciles de romper. A continuación se rellenaba la primera carga con cemento y arena gruesa. Para ello utilizaba una parte de cal por cada tres de cemento, con el fin de conseguir una mayor plasticidad en la masa obtenida, lo que le daba más tiempo para añadir sobre lo ya hecho y corregirlo en caso necesario (Hay que señalar que todas sus estatuas son macizas). En esta primera etapa del proceso se puede añadir más mortero con la ayuda de una espátula, perfilando así los detalles más finos. Pasados alrededor de 3 días se procede a eliminar el material sobrante con un cincel o con el uso de formones, pudiendo pulir luego la superficie con escofinasPara la segunda moldeada empleaba arena fina, que permitía obtener las formas definidas del personaje dándole después un acabado exterior más fino con una lechada de cemento, previa a la aplicación de posibles acabados pictóricos.

Es él quien, ya retirado de toda actividad, da detalles de su biografía personal y artística en una carta que envía a D. Manuel Leiva y Leiva, de Managua, en la que responde a cada una de las preguntas que sobre su vida le hizo aquel en una misiva anterior. Para ello sigue el mismo esquema utilizado por su interlocutor, respondiendo una a una a cada pregunta, tal como se recoge en el libro “Jorge Navas Cordonero: breve historia de su vida y obras” publicado en 1988 por Juan M. Navas Barraza.

 Pero mejor veamos algunas de sus explicaciones, aquellas que están más centradas en su actividad artística:

VIII. Habiendo dejado los estudios a los dieciséis años, mi padre me dedicó a aprender un oficio, que fue la sastrería, la cual ejercí durante algún tiempo.

IX. Por vicisitudes mi padre me dedicó a labrar piedra en la Ermita del Panteón (Granada) y después me puso en manos del maestro albañil Don Carlos Ferrey, quien aprovechando mi inclinación al arte, dedicome únicamente al desarrollo del mismo.

X. A los veinte años hice mis primeros trabajos en la iglesia de Xalteva (Los cuatro evangelistas en el frontispicio). En la iglesia de Diriomo: San José, la Virgen de la Candelaria y San Simeón. (Estas estatuas colapsaron a finales de los años cuarenta debido a que el centro de madera cedió y tuvo que hacerlas de nuevo con ayuda de su hijo Juan José)

XI. Años más tarde hice para la Iglesia de la Merced (en Granada) trabajos de ornamentación en la capilla y esculturas.

XII. En el año 1904 me llevó a León el señor obispo Dr. Simeon Pereyra y Castellón. Trabajé 24 años en la catedral de León. 

XIX. Taller formal nunca lo tuve; trabajé en el claustro de la catedral de León y en mi casita de Granada, las obras que se me encomendaron.

XXII. Trabajé durante 1989 hasta 1954, sin éxitos ni fracasos.

XXIII. El número de obras que hice no lo recuerdo. Lo único que sé es que son incontables.

XIII. En León hice las siguientes esculturas: la estatua de la Inmaculada que está en el frontis de la Catedral; los cuatro hércules que sostienen la campana mayor; los doce apóstoles que adornan el interior de la iglesia, con sus templetes; cinco altares, cuatro grandes relieves dentro del templo y una fachada del Seminario; la tumba de Rubén Darío; la tumba de Monseñor Simeón Pereira y Castellón; cuatro leones en el atrio; toda la ornamentación y la arquitectura corintia en el interior de la Capilla del Sagrario; siete esculturas y un medallón en relieve en la misma capilla; cuatro pequeños relieves en la mesa del altar mayor con los símbolos de los evangelistas. Todo esto en cemento, material de mi predilección por su plasticidad. Más tarde hice un altar en la iglesia de la Recolección y dos esculturas en el cementerio. 

XXV. En Granada, mi ciudad natal, trabajé muy poco. Una de mis obras de más valor es el altar de Jesús de la Buena Esperanza, en la capilla de la Catedral.

(Su hija, Mercedes, recuerda que hizo numerosas obras en el cementerio de Granada, destacando entre ellas el Ángel y los relieves en la tumba de la familia Figueroa – Mora; el Jesús de la Buena Esperanza en la tumba de Pedro Guerrero Castillo; un Cristo en la tumba de Carmela Noguera; un San Luis Gonzaga en la tumba de J. Tomás Castillo; la Virgen de la Dolorosa en la tumba de la familia Malespín).

XXIV. Trabajé para amigos de Managua, Masaya, Granada, Diriomo, Nandaime, Rivas, Jinotepe, San Marcos, Matagalpa, Juigalpa, Waspan, Estelí y otros lugares, mausoleos, imágenes, altares, etc. (Trabajaba sus obras en su casa de Granada. Hasta allí llegaban a buscarlo su extensa clientela desde toda la República. Solo pedía algunos retratos de la persona a la que representaría en la estatua, sus dimensiones y rasgos característicos y personales, su peso… Con estos datos su dibujante, que en los últimos años fue Orlando Lacayo Poessy, hacía una composición artístico panorámica bajo su dirección, a partir de la cual comenzaba el trabajo de modelado).

XXVII. Estudié muchas obras de arquitectura y escultura que puso en mis manos Monseñor Pereira y Castellón. Para hacer los apóstoles de la catedral de León el obispo buscaba alguna imagen de ellos en los libros que guardaba. A partir de ellas un dibujante hacia la copia ampliada de la imagen atendiendo a las sugerencias que le hacía el obispo. También me consultaban sobre la dificultad que podía encontrar al pasarlo del papel al cemento. Recuerdo que solo con el primer apóstol puse algún inconveniente. En esa ocasión intenté advertirle de la dificultad de hacer el encargo y cuando terminé de exponer todos los inconvenientes, él me miró sonriendo, con esa mirada que tenía que era afectuosa pero también resolutiva y me dijo: No le estoy preguntando por los problemas que puede encontrar al hacerlo, le estoy pidiendo que piense en cómo solucionarlos. Todos los nicaragüenses tenemos algo especial y es que, lo que nos pongan a hacer, lo hacemos. Y si se presenta algún problema siempre lo resolvemos, aunque para ello tengamos que inventarnos una solución nueva y el resultado no sea ni duradero ni el deseado.

XXXVI. La práctica, la dedicación y el estudio me ayudaron a llevar algo de perfección a mis obras. Puse el mayor empeño en dar cuanto había en mí. Muchos han alabado mis obras y me han felicitado por ellas; quizás lo hicieron por bondad o estímulo. Otros las han criticado duramente, quizás con justicia. A unos y otros les agradezco que se hayan ocupado de ellas, que son mis hijas queridas, y en cada una de ellas puse mi mayor empeño y dejé un pedazo de mi alma, de mi vida y de mi corazón.

XXXV. Mis últimas obras las hice con ayuda de mi hijo Juan José. La última fue un San Antonio.

XXXIV. Actualmente estoy inactivo debido a mi ceguera.

Jorge Navas Cordonero falleció en Granada el catorce de agosto de 1968. Fue un entierro pobre, al que acudió muy poca gente. Prácticamente solo se veían sus numerosos hijos y nietos, sus hermanos, sobrinos y demás familiares.

En la actualidad sigue siendo un gran desconocido para el conjunto de la población, a pesar de que la Asamblea Nacional de Nicaragua instauró en su honor la Orden que lleva su nombre el 26 de octubre de 2016, con el propósito de premiar el trabajo artístico de los escultores nicaragüenses. Es un escultor que ha permanecido totalmente ignorado para la historia, al igual que otros muchos escultores en cemento que a lo largo de los últimos cien años han llenado de esculturas con aspecto marmóreo los cementerios de Nicaragua.


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