No parecía un buen momento para esa cita. Estábamos en mitad de la pandemia
del covid-19 y, aunque en el país no había restricciones ni confinamientos, siguiendo
los protocolos que la sociedad civil había establecido al margen de la inacción
del gobierno, pedimos que todos los asistentes acudieran con mascarillas, procuramos
que se guardara una distancia social apropiada y dispusimos de dispensadores de
alcohol para lavarse las manos.
Carazo es un departamento con escasa actividad cultural así que, llegado el
día, me sorprendió que acudieran 16 personas, la mayoría jóvenes de entre 25 y
35 años. Esta “masiva asistencia” solo podía explicarse por la relevancia del
poeta y porque en Nicaragua todos parecen tener una opinión sobre la vida y la
obra del poeta.
Después que hicimos la acostumbrada espera de 20 minutos, mientras llegaban
los últimos rezagados, y que todos estuvimos acomodados, abrí el coloquio
enumerando los motivos que me habían llevado a convocarlo y dejando una
pregunta para el debate: ¿era Darío un hombre y un poeta conservador o
progresista?
Era de esperar lo intenso del debate, ya que la figura de Rubén Darío, desde el momento mismo de su muerte, en 1916, fue objeto de disputas y apropiaciones. El gobierno de Nicaragua de ese momento, de corte conservador, junto con la Iglesia Católica convirtieron a Darío en "símbolo de la cultura conservadora" restaurada por la intervención de la marina de los Estados Unidos. Los homenajes fueron repitiéndose cada año hasta 1941. En ese momento, al cumplirse los veinticinco años de su muerte, la conmemoración se convirtió en cuestión de Estado y el gobierno de Anastasio Somoza García con el consenso de los sectores conservadores, de la Iglesia Católica y con el beneplácito de los sectores liberales organizó una serie de actos, en Managua y en otras ciudades del país. Así comenzó a construirse la figura de un Darío patrio ligada al régimen somocista. Ese perfil continuó en Nicaragua durante los largos años de dictadura.
Luego, a partir de 1979 y durante los diez años de gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), la figura dariana formó parte de la iconografía revolucionaria, junto a la figura señera de Augusto César Sandino. Los intelectuales sandinistas arrebataron a la burguesía la figura del poeta y reivindicaron un Darío antiimperialista, una posición que había comenzado a forjarse en la década anterior, en Cuba, cuando al cumplirse el centenario del natalicio del poeta, en 1967, la Casa de América organizó en Varadero un evento titulado "Encuentro con Rubén Darío". En los debates que siguieron se hizo un intento deliberado por situar a Darío en la iconografía revolucionaria junto a Bolívar y José Martí.
Mi opinión es que, a pesar de todos esos intentos
por apropiarse de la figura del poeta para situarla en uno u otro lado del
espectro ideológico, y de la, a veces, contradictoria posición del poeta frente
al intervencionismo norteamericano, el ansia de libertad en Darío queda probada
no sólo en su escritura poética sino en la explícita mención que hace de la
libertad como concepto fundamental y ligado a la individualidad. En el breve
prefacio que inicia su libro Opiniones (1906) asegura Darío:
"No busco el que nadie piense como yo, ni se manifieste como yo. ¡Libertad, libertad,
mis amigos! Y no os dejéis poner librea de ninguna clase”. Lo mismo hace en
1912 en su autobiografía, ligando libertad e individualidad
En ese culto a la libertad, Darío se
distanció tanto del absolutismo tradicionalista de talante inmovilista (de raíz
ultramontana y reaccionaria), como de los socialismos colectivistas de corte
marxista y los anarquismos radicales (de raíz jacobina y revolucionaria).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario