sábado, 16 de abril de 2022

Ruben Dario en Costa Rica

     A mediados de febrero de 2019 llegué a San José para una estancia corta. Venía de pasar un fin de semana en la playa de Jacó y había reservado un par de días para visitar el Centro Cultural Rubén Darío y documentar con algunas fotografías lo que quedara del poeta nicaragüense en la capital de Costa Rica. En ningún caso, cuando emprendí ese viaje, esperaba tener la suerte de encontrar un cicerone como Misael.

Había conocido la existencia del Centro Cultural Rubén Darío en una búsqueda prospectiva que había hecho en Internet y nada más llegar a la ciudad contacté con ellos por teléfono. Resultó que la persona que me atendió, Misael, conocía mi blog sobre la valoración actual del poeta nicaragüense y se ofreció a mostrarme “los restos darianos en la ciudad” –esas fueron sus palabras, y a mí me pareció que no hacían presagiar nada bueno. Me sugirió que quedáramos a la mañana siguiente en la entrada de la embajada de Nicaragua, ya que ese era un buen punto para iniciar el recorrido.

Conocía el lugar, que se encuentra en la prolongación de la Avenida Central, en dirección a San Pedro. A la hora indicada llegué hasta allí caminando y en seguida le divisé haciéndome señas desde la fachada de la embajada, donde ya hacían fila un grupo de nicaragüenses para hacer trámites consulares. Era un joven de unos treinta años y, más o menos, tanto su aspecto como su actitud respondían a la imagen que me había formado de él a partir de la conversación telefónica: alguien afable, servicial y, como todo nicaragüense, admirador de la obra de Darío. Nos saludamos y en seguida me puso al corriente del por qué y el cómo del programa que había diseñado para esa mañana.

--Oficialmente ahora estamos en el Paseo Rubén Darío, aunque por ese nombre no lo conocen ni los taxistas. Apenas son estos trescientos metros de la avenida central, entre la Asamblea Nacional y el monumento a Darío –me explicó, abarcando con los brazos abiertos la distancia que sugerían sus palabras.

--Genial. No tendremos que caminar mucho para llegar al monumento –reafirmé sus palabras y él hizo un gesto con la cabeza y los hombros que no acabé de interpretar.

--Vamos a preguntar al funcionario de la embajada que controla la puerta de acceso de las visitas –sugirió.

--El monumento se encuentra donde siempre, a doscientos metros siguiendo la calle buscando la vía del tren –contestó el hombre su pregunta tras dirigirnos una breve mirada evaluadora, mientras se ocupaba en revisar con el ceño fruncido los papeles que le ofrecía una joven madre nicaragüense que llevaba un niño en brazos. Me llamó la atención la sonrisa, entre burlona y desesperada, que se dibujó en el rostro de Misael.

Mientras me guiaba hacia el lugar que nos habían indicado fue haciendo una breve relación de la estancia de Rubén Darío en San José.

--Pasó fugazmente por aquí, apenas nueve meses entre el 24 de agosto de 1891 y el 15 de mayo de 1892. Alquilaba una casita en el número 265 de la calzada del Paso de la Vaca. Allí nació su primogénito Rubén Darío Contreras. En ese entonces la ciudad era un pueblo de casas de adobe y teja. Los únicos edificios grandes eran la Catedral, la Fábrica de Licores, el Hospital San Juan de Dios, el Seminario y el Hospicio de Huérfanos. Había dieciséis tiendas, tres cervecerías, siete ventas de materiales de construcción, sesenta pulperías y cuatro librerías. Por cierto, hablando de librerías, al poco de llegar, Darío publicó un aviso en la Prensa Libre, que decía: “Azul. Por Rubén Darío. ¡El libro de moda! Se vende en la librería de Montero. Hay pocos ejemplares”. Sin duda se refería a los ejemplares de la segunda edición de Azul que había publicado el año anterior en Guatemala.

Cuando llegamos al cruce de la avenida central con la avenida segunda, a la altura de la calle 29 nos detuvimos y busqué a mi alrededor alguna señal del monumento. Tenía que estar allí pero no lo vi. La mirada se quedó detenida en la vía del tren, que transcurría pegada a las sucias fachadas de unas casas que le daban la espalda. Algunos cartones dispuestos sobre el andén ocultaban los cuerpos de los vagabundos que utilizaban aquel espacio para dormir. Le hice un gesto de incomprensión y me señaló el triángulo que formaba el cruce de calles, donde un muro de concreto estaba revestido con pedazos de azulejos blancos, arena y azules, al fondo de una base delimitada por un pequeño muro que servía para salvar la diferencia de nivel entre las dos calles.

--Esto es lo que aquí quedó del monumento a Darío—me explicó, mientras buscaba en su smartphone y me enseñaba una fotografía donde podía reconocerse ese muro, pero con un pedestal cilíndrico sobre el que reposaba una efigie del poeta. –Lo erigieron en 1974, fue un regalo de Nicaragua y quizás la Municipalidad escogió este lugar porque era el único disponible en los aledaños de la embajada, pero como puede ver no reúne las condiciones mínimas para situar un monumento y así le condenaron al descuido y al abandono. Solo en 2004 la municipalidad encargó a la artista costarricense Loida Pretiz Beaumont, que adornara la pared con un mural de azulejos, creando así un escenario coreográfico con un fuerte simbolismo dariano. Esta foto es de esa época. Pero el lugar se fue convirtiendo en un depósito ocasional de basura y no tardaron mucho en robar la placa de bronce, que en la foto puedes ver a la derecha del monumento y que conmemoraba el evento. Así que hace tres años, cuando se cumplían los cien del fallecimiento del poeta, la municipalidad decidió retirar de aquí el monolito con la cabeza y lo trasladó al Parque Nicaragua, en Zapote. Tal vez sintió vergüenza de que en los homenajes que se hicieran a Darío en su centenario tuvieran que acudir aquí los embajadores latinoamericanos a realizar la ofrenda floral. Pero se dejaron el mural.
Mire aquí -–me señaló el borde de la base sobre la que se levantaba el monumento— se puede leer el penúltimo verso del poema Nocturno: “… y siento como un eco del corazón del mundo”. Sabe, lo que a mí me provoca más curiosidad es saber quién y por qué eligió precisamente ese verso.

--Sí, seguro que ahí hay una historia —coincidí con él. —Lo que puedo decir es que Edith Gron, la artista danesa-nicaragüense que hizo esa escultura, tenía la costumbre de incorporar un verso de Darío a cada una de las obras que hacía sobre el poeta. Tal vez ahí tienen su origen esas palabras.

Esperó a que tomara unas fotos del lugar y luego propuso que buscáramos un taxi que nos llevara hasta Zapote, a buscar el resto del monumento. Durante el camino me contó que trabajaba en la Asociación Nicaragüenses por un Futuro Mejor, organización sin fines de lucro (recientemente abrió en San José el centro cultural Rubén Darío), que busca la integración del emigrante nicaragüense a través de la cultura, al tiempo que promueve la hermandad con sus pares costarricenses. Ubicado cerca de plaza Víquez, el centro ofrece, gracias a la asistencia de la universidad de Costa Rica, cursos gratuitos de manipulación de alimentos, computación, inglés y alfabetización para adultos. Y ahora estaban impartiendo Cursos para Naturalización, que facilitaban al migrante la obtención de la nacionalidad costarricense.

--¿Cómo es la relación entre los dos países? –le pregunté. Me interesaba conocer su opinión sobre este asunto tan controvertido. Movió la cabeza a uno y otro lado, como si estuviera ponderando la respuesta.

--Compleja. Para resumir, se puede decir que Costa Rica ha sido desde hace décadas santuario y refugio para todos los exiliados nicaragüenses, sin importar su identidad política. A nivel de gobierno han sido solidarios y acogedores. Hoy, casi el veinte por ciento de la población está compuesto de migrantes o descendientes de nicaragüenses en primera generación, sin embargo, o precisamente por eso, hay un menosprecio latente por su cultura y su forma de vida.

El taxi se detuvo en ese momento ante la Iglesia de Zapote. Habíamos llegado al parque Nicaragua. Ante nosotros se extendía una amplia extensión verde, con un desnivel natural hacia el sur oeste, que se disimula con el recurso de unas gradas. En la parte baja hay una caída de agua que termina en un pequeño lago. Lastimosamente la fuente no funciona y el lago está seco. En el sector oeste hay una entrada al parque en forma de arco. La vegetación es escasa, apenas algunas palmeras. El entorno, aunque limpio, luce un poco deshabitado, quizás porque no hay allí ningún play para niños. Subimos la pequeña cuesta para salvar el desnivel y accedimos a una amplia explanada con dos grupos escultóricos enfrentados a uno y otro lado: la escultura que hiciera Maruca Gómez sobre el poema “A Margarita Debayle”, titulada “El rey y su hija” y el monolito a Rubén Darío, que se veía insignificante, un poco perdido entre las proporciones del parque. Quizás para darle más visibilidad habían colocado a su costado dos mástiles donde ondeaban las banderas de Costa Rica y la del cantón de Zapote. Nos dirigimos hacia allí. El monumento, compuesto por el pedestal con la cabeza de Darío y a su lado una especie de atril hecho de concreto, estaba enmarcado a su espalda por un muro semicircular de unos treinta centímetros de alto. El atril parecía tener el propósito de albergar una placa conmemorativa o para grabar en él unas palabras de homenaje.

La cabeza, de 43 centímetros de alto, estaba hecha en cemento moldeado y alguna vez pudo estar cubierta con un color azul verdoso, pero la falta de mantenimiento y el paso del tiempo la habían erosionado hasta deformar los rasgos originales, haciendo casi imposible reconocer allí al poeta.

Guardamos un silencio recogido, cada uno inmerso en sus propios pensamientos que probablemente eran los mismos.

--Seguro que éste no es el mejor homenaje dedicado a Rubén Darío que habrá visto —escuché que decía Misael. Era un comentario que no esperaba respuesta.

--¿Qué se sabe de la estancia de Darío en San José? —le pregunté.

--Pues, aunque parezca extraño, considerando el descuido con el que aquí se ha tratado la figura de Darío, tenemos bastante información. En ese tiempo, esta ciudad, comparada con Guatemala, incluso con Managua, era algo provinciana, con pocos estímulos culturales. Aun así, él se las arregló para dar recitales y conferencias en Cartago, Heredia, Alajuela y San José. También publicó en los periódicos locales, editoriales, obituarios, reseñas de libros y un buen número de cuentos y artículos. Algunos memorables, como el publicado el 15 de marzo de 1892 en El Heraldo de Costa Rica, titulado “Por el lado del Norte”, y que tanta repercusión tuvo entre los intelectuales del continente ¿Lo recuerda? Por el lado del norte está el peligro. Por el lado del norte es por donde anida el águila hostil. Desconfiemos, hermanos de América, desconfiemos de esos hombres de ojos azules que no nos hablan sino cuando tienen la trampa puesta.

Si la conversación iba a derivar sobre las sucesivas y evolucionadas inconsistencias en el pensamiento político de Rubén Darío, íbamos a necesitar un espacio más apropiado y un tiempo más relajado. Así que, en lugar de responder su envite, le propuse ir a almorzar a algún sitio cercano. Comida costarricense, le dije y se echó a reír.

--Entonces tendrá que ser un menú ejecutivo, o un casado en cualquier restaurante: Arroz, frijoles, un poco de ensalada verde, maduro y una pieza de carne o pescado.

 

Postdata:

La placa conmemorativa en el monumento original decía:

NICARAGUA
A
COSTA RICA

“YO SOY AQUEL QUE AYER NO MAS DECIA
EL VERSO AZUL Y LA CANCION PROFANA
EN CUYA NOCHE UN RUISEÑOR HABIA
QUE ERA ALONDRA DE LUZ POR LA MAÑANA”

DE “CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA”

HOMENAJE DE LA MUNICIPALIDAD CENTRAL
DEL CANTON CENTRAL DE SAN JOSE
1974 - 1978

 

martes, 12 de abril de 2022

Esculturas de Maruca Gómez sobre Rubén Darío

María Mercedes César Bernard (Maruca Gómez), (Granada 1923-2021), estudió pintura y dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Managua en la década de 1960, en ese entonces dirigida por Rodrigo Peñalba. En Nueva York completó su formación en The National Academy of Arts, donde se apasionó por la escultura. Fue entonces cuando empezó a moldear con barro y luego a esculpir figuras humanas y sobre todo cabezas de personas en bronce, siempre con
un toque de modernidad.

Entre sus numerosas obras destaca la serie de esculturas que realizó teniendo como referente a Rubén Darío.

Su primera escultura fue la de “el rey y su hija”, basada en el poema de Rubén Darío que empieza "Margarita, está linda la mar", y que fue regalada por la comunidad nicaragüense a Costa Rica y situada en el año 1995 en el parque Nicaragua en la ciudad de San José (Un bello conjunto monumental formado por una escultura en bronce de un hombre y una niña, ambos coronados, sobre una plataforma circular donde se incrustaban cuatro placas de bronce, de un metro por sesenta centímetros, en las que podía leerse el poema de Darío. Hoy faltan las cuatro placas, además de las pequeñas placas que indicaban el nombre de la obra y su autora).

Su segunda escultura, colocada en 2007, fue un encargo para el lobby del aeropuerto internacional de Managua: titulada “Divagación”, está compuesta por ocho cabezas de mujeres de todo el mundo que representan el poema de Darío del mismo nombre

(Sobre esta escultura puede encontrar información detallada en el artículo de este mismo blog titulado “Rubén Darío, el poema Divagación y la escultura en el aeropuerto de Managua”).

    La tercera escultura, es un monolito de concreto del que sobresale la cara esculpida en bronce de Darío, y que está situada desde el año 2014 a orillas del lago de Granada.

La cuarta representa a San Francisco y el lobo, titulada “Paz, hermano lobo” en alusión al cuento poema “Los motivos del lobo”, está situada desde el año 2017 en el atrio de la iglesia de San Francisco en la ciudad de León.

En reconocimiento a su trayectoria artística, así como al patrimonio artístico y cultural de la plástica nicaragüense, y por su contribución a la divulgación del conocimiento de Rubén Darío recibió en 2020 la orden Darío – Cervantes que otorga el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica desde el año 2009.

Algunas de sus obras forman parte del patrimonio cultural del Centro de Arte de la Fundación Ortiz Guardián.

 

domingo, 10 de abril de 2022

Rubén Darío y la guerra civil en España

     Veinte años llevaba ya Rubén Darío en su tumba en la catedral de León, cuando fue llamado a levantarse y a luchar en la guerra civil española de 1936. Ramiro de Maeztu (ensayista, novelista, poeta, crítico literario y teórico político español, que fue un impulsor del concepto de hispanidad, referente para toda una escuela de pensamiento reaccionario en España), ya lo había alistado en el campo de la derecha española cuando, en su libro Defensa de la Hispanidad publicado en 1934, lo ensalzaba como la figura que permitió una superación del sentimiento antiespañol que había dominado en las antiguas colonias a lo largo del siglo XIX: "Sólo por un milagro podían [los hispanoamericanos] volver los ojos con afecto hacia la madre patria. Ese milagro se llamó Rubén. En efecto, el que era hasta 1898 "el más antiespañol de los escritores de América" —el poeta del "galicismo mental" que dijera Juan Valera— reinstituyó España en el mapa intelectual de las Américas con ese puñado de poemas de sus Cantos de vida y esperanza, y notablemente con su "Salutación del optimista", que era —según Ramiro de Maeztu— el "único himno hispanoamericano que tenemos".

Y continuaba diciendo: “Si un instinto de salvación nos quisiera mover a preparar el espíritu de las nuevas generaciones para la defensa de las tierras hispánicas, no habría ceremonial en que no se recitaran las mágicas estrofas:

¡Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,

espíritus fraternos, luminosas almas, salve!

Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos

lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;

 También la izquierda, ya derrotada, desorganizada y en el exilio, supo aprovechar esta aparente afinidad de Darío con la línea política de los vencedores para cumplir sus objetivos de comunicación y propaganda. Cuenta Almudena Grandes en su trilogía novelada sobre la guerra civil española que, en 1940, ya terminada la guerra, cuando las líneas de comunicación de los partidos de izquierda estaban devastadas y no había apenas resquicios por donde hacer llegar a las bases perseguidas y silenciadas de los partidos de izquierda, que permanecían en el interior del país, las consignas provenientes de la dirigencia que estaba en el exterior, hubo que improvisar y habilitar algunos medios ingeniosos para introducir en España esos mensajes. Para ello algunos marineros, simpatizantes de los partidos políticos proscritos en España, llegaban a los puertos de Bilbao desde Nueva York y La Habana con devocionarios y libros de poemas de Rubén Darío, en los que se aprovechaba la letra pequeña de las explicaciones a pie de página para hacer llegar a las bases locales de los partidos noticias y proclamas, ante la mirada benévola de la aduana y la censura franquista.

Puede parecer algo ingenuo o trasnochado, pero yo viví una experiencia, treinta años después, que puede servir para contextualizar esta situación. Regresaba desde Francia en el otoño de 1974, pasando por la frontera de Irún. El país vasco se hallaba en estado de excepción y llevaba conmigo
un libro que había comprado en París, y que no tuve tiempo de leer, titulado: “Opus Dei, origen y desarrollo de la Santa Mafia”. En ese entonces apenas sabía que era el Opus Dei, y supuse que menos aún lo sabría la Guardia Civil. Pero vieron el libro, registraron durante dos horas el vehículo en que viajaba y al fin me dejaron marchar, no sin reconvenir mi proceder, gracias a un carnet de empleado de Telefónica que siempre llevaba conmigo, porque en aquel tiempo era un buen salvoconducto. El detalle del libro que despertó sus alertas fue que estaba editado por “Ruedo Ibérico”, la editora adscrita al Partido Comunista de España.

 

sábado, 9 de abril de 2022

Posicionamiento político de Rubén Darío

 En enero de 2021, aprovechando que se estaban celebrando en Nicaragua las jornadas darianas, que abarcan las fechas entre su nacimiento el 18 de enero y su muerte el 6 de febrero, convoqué a través de las redes sociales a un Coloquio sobre la posición político social de Rubén Darío. Propuse realizarlo la tarde de un sábado en el patio interior de una cafetería situada en Carazo.

No parecía un buen momento para esa cita. Estábamos en mitad de la pandemia del covid-19 y, aunque en el país no había restricciones ni confinamientos, siguiendo los protocolos que la sociedad civil había establecido al margen de la inacción del gobierno, pedimos que todos los asistentes acudieran con mascarillas, procuramos que se guardara una distancia social apropiada y dispusimos de dispensadores de alcohol para lavarse las manos.

Carazo es un departamento con escasa actividad cultural así que, llegado el día, me sorprendió que acudieran 16 personas, la mayoría jóvenes de entre 25 y 35 años. Esta “masiva asistencia” solo podía explicarse por la relevancia del poeta y porque en Nicaragua todos parecen tener una opinión sobre la vida y la obra del poeta.

Después que hicimos la acostumbrada espera de 20 minutos, mientras llegaban los últimos rezagados, y que todos estuvimos acomodados, abrí el coloquio enumerando los motivos que me habían llevado a convocarlo y dejando una pregunta para el debate: ¿era Darío un hombre y un poeta conservador o progresista?

 Lo que no me sorprendió, conociendo ya la pasión con que los asistentes defendían sus opiniones, fue la larga discusión que nos mantuvo alertas durante las siguientes dos horas, hasta que un par de rondas de unas Toñas bien frías consiguieron calmar los ánimos y cambiar los gestos duros y las palabras agrias por las risas que solían acompañar a los chismes locales.

Era de esperar lo intenso del debate, ya que la figura de Rubén Darío, desde el momento mismo de su muerte, en 1916, fue objeto de disputas y apropiaciones. El gobierno de Nicaragua de ese momento, de corte conservador, junto con la Iglesia Católica convirtieron a Darío en "símbolo de la cultura conservadora" restaurada por la intervención de la marina de los Estados Unidos. Los homenajes fueron repitiéndose cada año hasta 1941. En ese momento, al cumplirse los veinticinco años de su muerte, la conmemoración se convirtió en cuestión de Estado y el gobierno de Anastasio Somoza García con el consenso de los sectores conservadores, de la Iglesia Católica y con el beneplácito de los sectores liberales organizó una serie de actos, en Managua y en otras ciudades del país. Así comenzó a construirse la figura de un Darío patrio ligada al régimen somocista. Ese perfil continuó en Nicaragua durante los largos años de dictadura.

Luego, a partir de 1979 y durante los diez años de gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), la figura dariana formó parte de la iconografía revolucionaria, junto a la figura señera de Augusto César Sandino. Los intelectuales sandinistas arrebataron a la burguesía la figura del poeta y reivindicaron un Darío antiimperialista, una posición que había comenzado a forjarse en la década anterior, en Cuba, cuando al cumplirse el centenario del natalicio del poeta, en 1967, la Casa de América organizó en Varadero un evento titulado  "Encuentro con Rubén Darío". En los debates que siguieron se hizo un intento deliberado por situar a Darío en la iconografía revolucionaria junto a Bolívar y José Martí.

Mi opinión es que, a pesar de todos esos intentos por apropiarse de la figura del poeta para situarla en uno u otro lado del espectro ideológico, y de la, a veces, contradictoria posición del poeta frente al intervencionismo norteamericano, el ansia de libertad en Darío queda probada no sólo en su escritura poética sino en la explícita mención que hace de la libertad como concepto fundamental y ligado a la individualidad. En el breve prefacio que inicia su libro Opiniones (1906) asegura Darío: "No busco el que nadie piense como yo, ni se manifieste como yo. ¡Libertadlibertad, mis amigos! Y no os dejéis poner librea de ninguna clase”. Lo mismo hace en 1912 en su autobiografía, ligando libertad e individualidad

 En ese culto a la libertad, Darío se distanció tanto del absolutismo tradicionalista de talante inmovilista (de raíz ultramontana y reaccionaria), como de los socialismos colectivistas de corte marxista y los anarquismos radicales (de raíz jacobina y revolucionaria).

sábado, 2 de abril de 2022

Rubén Darío, el poema “Divagación” y la escultura en el lobby del aeropuerto de Managua

  

En el whatsapp del smartphone tenía un mensaje de voz de Anke, la directora de la biblioteca Semillas en Diriamba. Estaba interesada en conocer la historia de la escultura, que había en el lobby del aeropuerto de Managua, dedicada a Rubén Darío. Ya h
abía buscado en Internet pero era muy poca la información disponible y pensó que tal vez yo podría aportar algo más.

Había visto la escultura más de una docena de veces, como todos los viajeros que salen de Nicaragua desde el aeropuerto internacional de Managua. Es imposible no fijarse en ella. Se halla ubicada en el centro del gran lobby circular que da acceso a los mostradores de Migración. Es un conjunto compuesto por ocho pilares de mármol blanco, que conforman un octágono regular, sobre los que reposan ocho cabezas de mujeres realizadas en bronce. 

El interés por el grupo escultórico venía de una voluntaria alemana que colaboraba en la biblioteca. Estaba preparando su examen final en Literatura española, casualmente sobre Rubén Darío, y al llegar a Managua se encontró con esa escultura que despertó su curiosidad. 

El conjunto escultórico tiene por título “Divagación”, en alusión al poema del mismo nombre de Rubén Darío, incluido en el libro Prosas Profanas.  Fue realizado por Maruca César de Gómez (1923-2021), una artista nicaragüense de larga trayectoria nacida en Granada, para ser situado en el lobby del aeropuerto en el año 2007. Hasta aquí la información que se puede hallar en Internet, pero Anke y su amiga querían entender la relación que había entre la escultura, el poema de Darío y el aeropuerto.

Para responder a esa inquietud tuve que ponerme en contacto con un amigo que tenía en la junta directiva del INCH (Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica), alguien que había tenido el honor de conocer a la escultora recientemente fallecida. Fue él quien me contó que, al realizar esa escultura de encargo para el aeropuerto, Maruca había querido destacar el ambiente cosmopolita que puede hallarse en ese lugar, ya que si uno se detiene a observar las cabezas de bronce verá que cada una de ellas tiene diferentes rasgos faciales que reflejan la diversidad étnica del ser humano. Un cosmopolitismo que está plasmado en el poema de Darío, donde en versos endecasílabos se evoca un catálogo de figuras femeninas de diversas etnias y épocas con una tendencia a lo universal, lo exótico y al amor carnal. De manera que universalidad y cosmopolitismo, junto con la belleza, son las características que unen el poema, la escultura y el aeropuerto, donde en la misma sala se pueden observar doce relojes marcando la hora en diferentes ciudades del mundo.

Me fue describiendo la forma en que Maruca ejecutó las cabezas en su taller de Managua. Modelando primero el barro a partir de fotografías, para luego terminar de completar los detalles más finos utilizando modelos vivos. Después de concluidas hacía el molde y la figura en yeso y, finalmente, era en Costa Rica, en la Casa Fage, donde se llevaba a cabo el proceso de fundición en bronce.

Fue la segunda escultura que la artista hizo tomando como referencia a  Rubén Darío y su obra --me explicó. --La primera fue la del rey y su hija, basada en el poema que empieza "Margarita, está linda la mar", y que fue regalada por la comunidad nicaragüense a Costa Rica. Después de las cabezas, hizo el monumento con la cara de Darío, que puede verse en la ciudad de Granada. La última fue la escultura que representa a San Francisco y el lobo, eje central del poema “Los motivos del lobo”, situada en la entrada de la Iglesia de San Francisco en León.