lunes, 22 de febrero de 2021

Historia de los medallones en bronce de Rubén Darío

 En Managua, en febrero de 1917, todavía con la resaca del centenario de la muerte de Rubén Darío y en plena celebración del sesquicentenario de su nacimiento, aprovechaba mi paso por las librerías de segunda mano del mercado Roberto Huembes o las del Israel Lewites, para preguntar si tenían algún libro sobre el inmortal poeta nicaragüense. Poco era lo que me mostraban y en su mayor parte se trataba de ejemplares de reciente edición.

Una mañana estaba en Jinotepe, y había entrado en una librería de ocasión, instalada en el parqueo de una casa de habitación que, como muchos otros en esta ciudad, cabecera del departamento de Carazo, había sido habilitado para la actividad comercial.

Cuando el propietario observó que llevaba un buen rato hojeando los libros apilados sobre una mesa y los que se apretujaban en los estantes, se acercó para ayudarme. Le dije lo que buscaba y, con mano diligente, fue haciendo acopio de algunos libros que entresacaba de los estantes y me los ofreció.

“El precio suele venir en la primera página. Si le interesan y se lleva varios podría hacerle una pequeña rebaja”. Me advirtió.

Eran cuatro. Todos de formato pequeño y de menos de 60 páginas. Uno de ellos era apenas un folleto, editado por el ministerio de Relaciones Exteriores de Nicaragua conteniendo el decreto por el que se promulgó la Orden Rubén Darío en el mes de febrero de 1947. Al hojear los otros tres me llamó la atención que habían sido editados en Brasil, todos por la embajada de Nicaragua.

Uno de ellos llevaba por título “Homenaje a Rubén Darío en el 50º Aniversario de su Muerte”. Había sido publicado en 1996 y contaba con la participación de 20 escritores brasileños, entre ellos el Canciller del Brasil, Vasco Leitão da Cunha y el renombrado Manuel Bandeira, célebre poeta perteneciente a la primera generación del modernismo brasileño. Los otros dos libros eran de los años sesenta, cuando el titular de la embajada era Justino Sansón Balladares, quien ejerció el cargo desde 1951 a 1970. De 1960 era el libro “Algo sobre Rubén Darío en Brasil”, 48 páginas conteniendo algunos artículos escritos por Darío y dos poesías finales. En la parte final del prólogo, el embajador manifestaba que “Los diplomáticos nicaragüenses estamos obligados a mantener vivo el culto de admiración para nuestro Rubén Darío, que es lo más grande que nuestro país ha dado…”. El último libro era de 1967, con sesenta páginas, donde se revelaban los pormenores que habían hecho posible la donación por parte de amigos brasileños de catorce medallones de bronce, con sus respectivas placas, que luego habían sido colocados en las cabeceras departamentales de Nicaragua, con el fin de que el país glorificara al más grande de sus hijos. En el libro había numerosas fotografías de la mayoría de estos monumentos.

Le mostré el libro al vendedor y le pregunté si aún existía alguno de esos monumentos.

“Me temo que no. Hasta donde yo sé no queda ninguno. No somos un pueblo muy cuidadoso con nuestro legado cultural. Lléveselo. Es historia”. Respondió.

Lo cierto es que he preguntado a otras personas por estos medallones de bronce y he recibido respuestas similares. Tampoco he visto ninguno. Como último recurso busqué en el Internet, tratando de recoger alguna información de aquella época que diera cuenta de su instalación. Por suerte encontré algunos reflejos de esta actividad en los diarios de Nicaragua.

Por ejemplo, el 8 de diciembre de 1968, el diario La Prensa da cuenta de que “Se ha develizado en Tipitapa, un Monumento a Rubén Darío obsequio personal del Dr. Vicente Paulo Gatti; Embajador del Brasil. El medallón y las placas de bronce son obra de los escultores brasileños, Dante Croce y Curzio Zani, de Río de Janeiro, ambos de origen italiano. Para responder a tan generoso gesto, el Consejo Municipal de Tipitapa, decidió dedicar a la República del Brasil, país que el Embajador Gatti representa tan brillantemente en Nicaragua, la principal calle de la ciudad, la que pasa entre la iglesia y el cuartel en el costado norte del parque. La inauguración, se llevó a efecto el 30 de noviembre 1968, ofreciéndose una elegante recepción en los Salones de los Baños Termales de Tipitapa”.

En los fondos de la biblioteca del IHNCA (Instituto de Historia de Nicaragua y Centro América) encontramos que en Chinandega se instaló otro medallón, “Ubicado en el Atrio de la Iglesia de El Calvario: Este monumento fue un obsequio del pueblo de Brasil a Chinandega, donado por Fernando Marenco, consiste en un Medallón de Bronce con el rostro del poeta. Fue erigido en 1966 e inaugurado el 6 de febrero de ese año, en el cincuentenario de la Muerte de Rubén Darío.

El 6 de febrero de 1966, en la revista Novedades hay un artículo en el que se detalla que “El día de hoy, en la ciudad de Boaco, será inaugurado un monumento al inmortal Rubén Darío en el Parque Central, al conmemorar el Cincuenta Aniversario de su muerte. El Busto del monumento fue donado por el Dr. Pablo Teda, intelectual brasileño, gestionado por el Embajador nicaragüense en aquel país, don Justino Sanson Balladares”.

Por fin, don Franklyn Zapata tuvo la gentileza de enviarme una foto alusiva al monumento a Darío que aún puede verse en el municipio de El Sauce, ubicado a 177 kilómetros de Managua. Se trata de un monolito rectangular de concreto, donde se incrusta el mencionado medallón y debajo una placa con la siguiente inscripción: "RUBEN DARIO / Obsequio a El Sauce del / embajador / Justino Sansón Balladares / 1966"

Parece ser que Justino Sansón se sintió cómodo con la actividad de instalar medallones de Rubén Darío; y ya desde su nombramiento como embajador en España, en diciembre de 1971, se propuso divulgar las bondades de su país utilizando la imagen de su escritor más insigne. Para ello, como indicaba el titular “Medallones a granel” de un cronista de la época, "se dedicó a ir colocando placas y organizar homenajes en cualquier lugar cuyo ayuntamiento estuviera dispuesto a organizar algunas charlas sobre su país y preparar el acto de homenaje al poeta".

Con este motivo procedió a donar los medallones a diversas ciudades, tales como Ciudad Real, Cáceres, Gijón, Caspe, Cabra, Santander, Valladolid, Vigo, Barcelona y Cartagena promoviendo la construcción de monolitos en los que quedara reseña de dicha donación. Así lo manifiesta en un libreto titulado “Recuerdo de mis primeros dos años en España” publicado por la Embajada de Nicaragua en 1973.

Lo curioso es que se buscaban justificaciones, más o menos originales, para relacionar Nicaragua con la ciudad en cuestión. Por ejemplo, en Cartagena se usó la excusa de la influencia de Rubén Darío sobre dos poetas cartageneros como fueron Carmen Conde y Antonio Oliver, que para ese tiempo se habían convertido en los albaceas del archivo de Rubén Darío, custodiado por su compañera Francisca Sánchez durante cincuenta años. Fue el 31 de enero de 1972 cuando el pleno de la Corporación Municipal presidido por el alcalde Ginés Huertas acordó acceder al ofrecimiento del embajador de Nicaragua en Madrid para la realización de un monumento-homenaje a Rubén Darío. El monumento en sí, un gran monolito de piedra, constaba originalmente de un medallón en bronce, una dedicatoria de la ciudad y unos versos del poeta. En el medallón, que se repite en los monumentos de las otras ciudades españolas, además de la cara del poeta se puede leer la inscripción «príncipe del verso castellano», así como su nombre. Unos versos que adornaban el monumento, desaparecidos en la actualidad, decían así: «Yo siempre fui por alma y por cabeza español de conciencia, obra y deseo y yo nada concibo y nada veo sino español por mi naturaleza».

En el caso de Cáceres, se utilizó como pretexto el agradecimiento a los cacereños por la ayuda prestada tras el terrible terremoto que asoló Managua en 1972.

 Ese fue también fue el motivo alegado para instalarlo en Valladolid, en 1973, como también consta en los diarios de la época. En el monolito que se levantó a tal efecto se inserta el medallón de bronce y figura la inscripción ‘’Ser Español es timbre de nobleza’’.

 En León, en el parque del Cid, en el monolito, además del medallón con el busto del poeta, se puso una inscripción en letras de bronce, que rezaba: “Ser español es timbre de nobleza. Obsequio del Excmo. Sr. D. Justino Sansón Balladares, embajador de Nicaragua-Año 1972”. Con los años estas letras habían sido arrancadas, pero el Ayuntamiento restauró el monumento en el 2012 y recuperó el texto original en dos placas de piedra.

También en Barcelona, en el parque de la Ciutadella, en la pared de la biblioteca del Parlament próxima al Zoo, se encuentra una placa de mármol conmemorativa con un medallón a la memoria del poeta nicaragüense, que vivió en Barcelona en diversas etapas de su vida.

 En Santander se coloca otro medallón sobre una base de piedra, en el jardín de la biblioteca Menéndez Pelayo.

Justino Sansón publicó un libro en 1975, titulado “Algo de Lo Que Hice Por Rubén Darío”, de 36 páginas, en el que da cuenta de su labor de promoción de la obra y del nombre de Rubén Darío, en los diversos países en los que ejerció como embajador de Nicaragua.


 

Rubén Darío en las antologías de poesía española y universal

 Como es de esperar, han sido muchas las antologías de poesía que han incluido poemas de Rubén Darío. Lo que llama la atención es por un lado la coincidencia de los poemas elegidos y por otro lado la aparición de nuevos poemas que parecen corresponderse con los gustos de cada época, reflejados en los autores que hicieron las sucesivas recopilaciones.

A continuación se ofrece una amplia relación de estas antologías.

1. Joyas de la poesía castellana, 1920, de José Cortés Puente. Incluye un  poema de Rubén Darío: Anagké

2. A Spanish Poetry for school and home, 1924, de Edgar Allison Peers, incluye los poemas de Darío: Marina y Marcha triunfal.

3. Historia de la literatura española (ediciones entre 1902 y 1936) The Oxford Book of Spanish verse, de James Fitzmaurice-Kelly. Incluye los poemas: Sonatina, Un soneto a Cervantes, Canción de otoño en primavera, Eheu, Eco y yo.

4. Antología de poesías líricas españolas, 1932, de Petriconi, incluye los poemas: Blasón, Canción de ottoño en primavera, A Colón, Canto de esperanza, La hembra del pavo real.

5. Antología de poetas españoles contemporáneos, 1935, de José María Souvirón, incluye los poemas: Lo fatal, Canción de otoño en primavera.

6. Las mil mejores poesías de la lengua castellana , 1935, de Juan Bautista Bergua. Esta antología, con diferentes modificaciones, se viene reeditando desde la primera edición, actualmente por Ediciones Ibéricas, sucesora de la Editorial Bergua, La novena edición es de 1944, y actualmente va por la número 99. Incluye los poemas: Canción de otoño en primavera, La sonatina, Cosas del Cid, Los motivos del lobo (fue sustituida en la edición de 1941 por La marcha triunfal, que luego se volvió a incluir en la edición de 1991).

7. Las cien mejores poesías castellanas, 1936, de Pedro Henríquez Ureña, incluye el poema: La sonatina.

8. Las cien mejores poesías de la lengua española, 1937, de Pilar Díez y Jiménez-Castellanos, incluye los poemas: La sonatina, Marcha triunfal.

9. Las cien mejores poesías españolas, 1939, de Enrique Díaz Canedo.

10. Las mil mejores poesías de la literatura universal, 1960, de Fernando González.

11. Las mil cien mejores poesías de la lengua castellana, 1988, de Francisco Caudet, Yarza

12. Las cien mejores poesías de la lengua castellana, 1998, Colección Austral, de Luis Alberto de Cuenca, incluye el poema: Epístola a la señora de Lugones.

13. Las mil mejores poesías de la literatura universal, 2011, de José Bergua

 

Referencias: Todos los datos de las antologías publicadas antes de 1950 han sido extraídos del excelente y pormenorizado ensayo de Marta Palenque (Universidad de Sevilla), titulado: Historia, Antología, Poesía: La poesía española del siglo XX en las antologías generales (1908 – 1941).

domingo, 21 de febrero de 2021

Rubén Darío en Alicante

 Durante unos pocos días, en el transcurso del verano de 1914, estuvo Rubén Darío en Alicante, una bonita ciudad del levante español. En ese tiempo vivía en Barcelona, a unos 540 kilómetros de distancia, pero su salud estaba ya bastante deteriorada, por lo que viajó hasta allí con la intención de hacerse reconocer por el afamado médico alicantino Ricardo Ayela. Sus problemas con el alcohol ya le habían causado una cirrosis atrófica que acabaría con su vida dos años más tarde.

Durante su estancia en la ciudad se alojó en el número 55 de la calle San Fernando. Allí residían Ricardo Trigueros y su esposa Julia Contreras, hermana de Rafaela, la que fuera primera mujer de Rubén Darío y madre de su primer hijo. Es probable que fueran ellos quienes le indujeron a realizar este viaje.

Gracias a las gestiones de la familia política de su cuñada, lograron conseguir una cita en la consulta del Doctor Ayela. Según contó el cronista de la provincia, Vicente Ramos, en el diario ABC, nada se sabe de lo que le recetó el médico, ya que nada trascendió de aquella visita.

Desde entonces la ciudad de Alicante ha rendido homenaje al poeta nicaragüense en diversas ocasiones y circunstancias.

La primera vez se produjo en 1955, cuando la Corporación Municipal le dedicó una pequeña calle en el hoy denominado Barrio de Miguel Hernández.

El segundo homenaje tuvo lugar en el año 1974, cuando el Cónsul General de Nicaragua en España Pedro Peñalver cedió a la ciudad un busto de Rubén Darío para que fuera instalado en un parque público. Era una escultura en bronce realizada por el escultor Santiago de Santiago (famoso escultor que por encargo de la embajada nicaragüense realizó cuatro esculturas de Rubén Darío, que fueron instaladas en las ciudades de Cádiz, Ávila, Segovia y Alicante). El busto fue colocado en lo alto de un pedestal y el 24 de julio de ese mismo año el embajador de Nicaragua Justino Sansón, junto al alcalde Francisco García-Romeu procedieron a descubrirlo en los jardines de lo que hoy se conoce como Paseíto de Ramiro. El progresivo abandono del Paseíto y los ataques vandálicos que sufrió el monumento llevaron a su retirada definitiva en 1985. En 2009 fue incluido en el Plan de Rehabilitación de Esculturas y fue recolocado de nuevo el 11 de noviembre de ese mismo año en la nueva plaza.

“Como es habitual, en esta ciudad nada recuerda el paso de Rubén Darío por Alicante, ni siquiera su monumento”Señala Alfredo Campello en un artículo publicado en el diario Alicante Plaza, el 1 de marzo de 2018

La huella de Rubén Darío en Buenos Aires

 La Plaza Rubén Darío es un espacio verde y público en el barrio de Recoleta, en la ciudad de Buenos Aires. Es un lugar de recreación concebido con el doble propósito de ofrecer cultura y diversión.

Allí se encuentra desde 1997 el monumento "Canto a la Argentina", dedicado al poeta nicaragüense Rubén Darío, que alude a una composición homónima escrita por él. Pero también hay otros monumentos menores, como “El Segador” y “El sembrador” de Costantin Emile Meunier, el “Héroe Sin Tumba” de Philip Jackson, “Meditación” de Luis Sandrini, “El Hombre parlante” y “Grupo desnudo” de Drivier y “El Centauro Moribundo” de Antoine Bourdelle. En este lugar, el Gobierno de la Ciudad inauguró en 2009 el “Paseo de Esculturas”, un espacio para el montaje de exposiciones temporales de esculturas al aire libre

Además, hay un sector de juegos infantiles y un estanque utilizado por los fanáticos de los modelos a escala para realizar sus competiciones.

La historia del monumento a Rubén Darío comienza en 1967, cuando con motivo del homenaje que se rindió al poeta en el centenario de su nacimiento, la ciudad de Buenos Aires resolvió encargar al escultor argentino José Fioravanti, una obra conmemorativa.

Sobre una base de manpostería y espejo de agua revestido en mármol, emerge la figura del poeta, esculpida en bronce, flanqueada por dos figuras mitológicas. En su coronamiento tiene un caballo alado que simboliza a Pegaso..

En el reverso del monolito puede leerse la estrofa final del Canto a la Argentina:

¡Argentina tu día ha llegado!

¡Buenos Aires amada ciudad.

El Pegaso de estrellas herrado

Sobre ti vuela en vuelo inspirado!

Oíd mortales, el grito sagrado:

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

El monumento estaba originalmente en la actual Plaza Evita, junto a la Biblioteca Nacional, pero en 1997, con la inauguración del actual Monumento a Evita, el de Darío fue trasladado a su lugar actual 

Rubén Darío en Barcelona

  En varias ocasiones y circunstancias estuvo Rubén Darío en Barcelona, una ciudad que ya en la primera visita en 1899 le pareció “bulliciosa, moderna, quizá un tanto afrancesada”, donde estableció vínculos culturales con los más prominentes representantes de la cultura local, muchos de ellos seguidores del modernismo y admiradores de su obra. En aquellas visitas acudía a cafés como el Colón o Els Quatre Gats, donde se realizaban tertulias literarias o se celebraban eventos culturales innovadores.

La mayoría fueron estancias cortas, salvo la última que duró algo más de seis meses. Llegó a principios de mayo de 1914 y residió en una casa alquilada en la calle Tiziano 16 (hoy carrer Ticiá), que estaba situada cerca de la actual Ronda de Dalt. Se trataba de una torre de veraneo, un edificio de dos plantas, de 314 m², construido en 1910, que disponía de las comodidades de la época, como luz eléctrica y baño, y al que consideró como la solución definitiva para su maltrecha salud física y emocional.

En la postdata de su Autobiografía, escrita en 1914, Darío señala: “Y ya en Barcelona, en la calle Tiziano número 16, en una torre que tiene jardín y huerto, donde ver flores crecer que alegran la vida y donde las gallinas y los cultivos me invitan a una vida de manso payés, he buscado refugio grato a mi espíritu”.

Durante esta visita fue recibido con honores en el Ateneo Barcelonés y en la Casa de América, donde fue homenajeado. Pero a pesar de sus intentos no consiguió una colaboración permanente en alguno de los diarios barceloneses, lo que hubiera ayudado en su maltrecha economía.

La casa, que aún se conserva, estaba situada en lo que entonces eran los suburbios de Barcelona, un nuevo barrio creado como resultado de la ampliación de la ciudad. De entre todos los que han escrito sobre este lugar, quizás sea Andrés-Avelino Artís, 'Sempronio' (1908 – 2006), quien mejor reflejó, en su libro de crónicas ciudadanas “Sonata a la Rambla” (1961), el lugar y el ambiente de época al que había llegado Darío. He aquí diversos fragmentos de esta crónica:

“El barrio es un pueblo, casi una aldea. Con una exis­tencia tranquila, quebrada apenas por una vena de di­mes y diretes. El menor hecho se convierte en algo insó­lito, en acontecimiento que saca de quicio a las vecinas y arracima a los niños en medio de la calle. Por ejem­plo, este coche de punto que una tarde del mes de mayo sube la cuesta trayendo viajeros de Barcelona. El mal estado del piso hace penoso el ascenso, y el carruaje, a fuerza de bandazos, semeja barca navegando por un mar encrespado. Cuando los pasajeros notan detenerse el coche, es obligado el suspiro de alivio que les viene a los labios. -El 16 de la calle de Ticiano- les advierte el auriga.
Es necesario llamar a la puerta de la casita. El más joven de los dos viajeros no ha puesto aún el pie en tie­rra que, avisada por el ruido del carruaje, ha compare­cido Gregoria en el umbral de la villa, escoltada por un par de rapaces. Estaban ya esperándoles. Parlanchina y zalamera, iba la aragonesa a deshacerse en cumplidos, cuando el recién venido la atajó con resuelto ademán, queriéndole indicar que a partir de aquel instante se imponía la política de la discreción. Del interior del coche parte una llamada:
-¡Sedano!...
Tras la voz, la ventanilla enmarca un rostro chato, color de cobre, inexpresivo como una máscara. Es el nuevo señor. «Sobre todo -habíale recomendado a Gre­goria la dueña de la casa-, no te sorprendas de nada. Déjales hacer su vida, sin importunarles...»

Apoyado en el brazo de Sedano, su secretario, Rubén Darío se apea del coche. No tiene ni una mirada para la casa, ni para la sirvienta, ni para los peques. Anda como un autómata, encerrado en su mundo interior…

-¿Hay un colmado por aquí cerca? -pregunta Se­dano a Gregoria-. Vaya usted por un poco de anís, de ron, de coñac... ¡Pero nada de botellas! Tráigalo usted a cajas…

…Sólo les apetecen los licores de marca. Gregoria sube hasta el colmado Majó, de la calle de Craywinckel, donde a nombre de 'Ticiano 16', se inicia una opulenta cuenta que ¡ay!, jamás se verá cancelada…

Cierta vez, la deuda llega a las quinientas pesetas. A la prestadora, que se lamenta, intenta aman­sarla el secretario:

-Tenga un poco de paciencia. Hasta que venga la señora y ponga un poco de orden...

Los libros han entrado en la casa a baúles. Pero Ru­bén no los ojea ni por casualidad. Se pasa el día ence­rrado en su habitación, por cuya puerta entreabierta le observa Gregoria tendido en la cama, con el cigarro entre los labios y una botella en la mano. El día que se levanta, la habitación queda hecha una pocilga, con el suelo cubierto de ceniza, de salivazos y de licores de­rramados. Entonces Rubén se viste con unos pijamas fastuosos, bordados en oro sobre fondo verde, o bien listados de negro y rojo. Así sale al exterior, pisando con el pie des­nudo la arena del jardín. Solitario, declama al cielo con voz tonante verso tras verso, o prorrumpe en guturales gritos...

Cierta tarde en que el poeta ha bajado a la ciudad, Gregoria ve a la señora Quica llorando… -Todo se andará, Gregoria... -acaba diciendo. Y al cabo de un rato, la sirvienta parte con unas al­hajas hacia la casa de empeños. Se aprende las señas, para otras muchas veces. Libros, prendas de vestir, toda suerte de objetos, irán tomando también poco a poco el camino del chamarilero.

«El señor ha venido aquí a ponerse bueno», manifestó en una ocasión la señora Quica al servicio... Al contrario, Rubén empeora de día en día en su ex­traña dolencia...“

El 25 de octubre, apenas transcurridos seis meses desde su llegada partió Rubén Darío rumbo a Nueva York, en el que sería su último viaje transatlántico.

El titular de La Vanguardia, el diario más popular de Barcelona, decía el 19 de enero de 2017: Este miércoles se han cumplido 150 años del nacimiento de Rubén Darío. Y como los abriles, la profunda  huella  que dejaron en Barcelona sus estancias y visitas a principios de siglo XX también se ha ido para no volver. Apenas queda de su influencia y vivencias en la capital catalana, en la que fue todo un fenómeno.

Una placa blanca de piedra en una impoluta fachada de color naranja recuerda su paso por este inmueble, en el número 16 de la calle Ticià. “En esta casa vivió en 1914 el insigne poeta nicaragüense Rubén Darío. Barcelona rinde homenaje a su memoria en el centenario de su nacimiento. Enero de 1967”, reza la inscripción, que pervive en perfecto estado.

La vicepresidenta nicaragüense Rosario Murillo tuvo noticia de este legado olvidado en la capital catalana a través de este artículo periodístico y solicitó a su embajador en España que agradeciera el reportaje, localizara la finca y a sus propietarios para iniciar los contactos necesarios con las instituciones políticas y culturales locales, con el fin de “promover la idea de un museo en homenaje a Rubén en España”.

Diversos medios de comunicación, en el ámbito hispano, se hicieron eco de esta noticia. Una vez más Rubén Darío generó nuevas ilusiones entre los admiradores de su obra y entre sus connacionales. Y, una vez más, ahí quedará todo.

 

sábado, 20 de febrero de 2021

La huella de Rubén Darío en la República Dominicana

 Si bien Darío nunca estuvo en la República Dominicana, mantuvo relaciones de amistad con gran número de poetas e intelectuales oriundos de este país caribeño. Entre ellos cabe citar a Fabio Fiallo, Tulio Cestero, Osvaldo Bazil, Andrejulio Aybar, Ricardo Pérez Alfonseca, Américo Lugo y Max Henríquez Ureña.

El día 6 febrero 1946,  en celebración del 30 aniversario de su muerte se inauguró de la plaza Rubén Darío, frente a la avenida George Washington, un monumento conmemorativo. Estaba constituido por una lira sobre un pedestal de granito, pero en 1973 el instrumento musical fue reemplazado por un busto del poeta de autor poco conocido (Priego)

Rubén Darío escribió un poema denominado “A la República Dominicana”, cuyos versos están distribuidos en cuartetas y que se reproduce a continuación:

Olor a nardos y olor a rosa

lo que adivino, lo que distingo

el sol, los pájaros, la mariposa

Santo Domingo Santo Domingo.

Yo te adivino, yo te distingo

lo que algún día me pueda ser

Santo Domingo Santo Domingo

que yo algún día te pueda ver.

Dios permitiera que yo algún día

llegara a costa que bellas son,

por sus historias, su melodía

su entusiasmo y su Colón.

Oh República Dominicana

tu que deberías estar

como una virgen en su altar

en toda patria americana

Tú que eres la sublime hermana

que nos dio nuestro despertar

mereces la voz soberana

toda la tierra y todo el mar.

 

El símbolo en la poesía de Rubén Darío

 (El poema Elegía Pagana, de treinta y seis versos alejandrinos, es un magnífico ejemplo de la manera en que el poeta nicaragüense utiliza los símbolos para contar una historia. Escrito probablemente hacia 1898, está inspirado en el recuerdo de una joven de origen ruso, de nombre Mima, a la que conoce en un baile de sociedad en Buenos Aires. No hay constancia documental de qué ocurrió en ese momento. Sólo sabemos lo que nos cuenta Darío en el poema y algunos datos que aporta la crónica periodística que acompaña a la publicación del poema, siete años después de la muerte del poeta: "ella le pide uno de sus libros y el poeta solicita a cambio uno de sus guantes. Algunos días después se recibe en casa de la joven el libro forrado en piel de guante. Transcurrido un tiempo, cuando estaba cerca de contraer matrimonio, la joven muere repentinamente". En este mismo blog puede leer el artículo: Poema de Rubén Darío oculta historia galante, donde puede encontrar el poema. Información más completa puede hallarla en la novela "Una historia galante" disponible en versión digital en Amazon)

Al examinar con  detalle el poema Elegía pagana, observé que incluía varios personajes mitológicos, además de algunos términos que podían tener un sentido alegórico, de manera que transmitían algo diferente de lo que podía pensarse tras una primera lectura. Por ejemplo, hay un verso solitario, que dice: Propicia­toriamente yo invocaba a Himeneo… Parece una refle­xión, consecuencia de los versos anteriores, en los que Darío considera que el regalo del libro ha sido su ofrenda al dios del matrimonio. Algo que se explica porque en la mitología griega, Himeneo debía acudir a las celebraciones de boda, para asegurar que los contrayentes fueran felices durante toda la vida. Por ello era habitual hacerle ofren­das propiciatorias y que tanto los invitados como los novios gritaran su nombre durante la ceremonia. 

Basándome en esta hipótesis, consideré que podía resultar interesante deconstruir el texto y volverlo a armar siguiendo la pauta de su fundamento simbólico. En un cuaderno de notas, fui identificando los personajes míticos y las figuras retóricas incluidas en el texto, asignando a cada uno los posibles y en ocasiones múltiples significados. Como había intuido, al terminar tenía ante mí un resultado tan prometedor como confuso. El problema residía ahora en encajar toda aquella información en un discurso coherente. Era evidente que necesitaba ayuda para aquella tarea y se me ocurrió que nadie mejor que el poeta urbano que había encontrado en la plaza Dorrego, ya que en esa ocasión había demostrado claramente su conocimiento del universo dariano.

—Han pasado muchos años desde que leí este poema —me dijo, mirándome con cierta suficiencia, mientras aceptaba con fingida resignación la hoja con el poema. Se tomó su tiempo para leerla y, después de hacer algunos gestos evaluativos, prosiguió— Hay en él una erudición desbordada, pero expresada en una forma tan inspirada que la propia armonía de los versos oculta la transcendencia del mensaje.

 —¿Qué le preocupa exactamente? —preguntó, y siguió hablando sin esperar mi respuesta—. Los símbolos adquieren sentido solo cuando se interpretan en base a la estructura narrativa. Pero en la poesía de Darío la tarea se complica, ya que él, desde sus primeros escritos, fue creando su propio universo simbólico. En este caso lo bueno es que muchos de esos elementos se repiten de manera sistemática a lo largo de su obra. Así que podemos recurrir a poemas anteriores, donde su significado es más evidente, para poder darles sentido.

Aquel me pareció un buen comienzo, así que le hice un gesto para animarle a seguir. Él aparentaba sentirse cómodo en su papel de tutor y se despachó con otra pregunta.

—¿Cuántas partes ve en el poema?

Le quedé mirando sin decir nada, pero en una actitud de evidente incomodidad. Luego me relajé al recordar que su pasatiempo consistía en suscitar una cierta expectación con sus preguntas, para luego responderse a sí mismo.

—Son cinco —continuó—, y en la primera el poeta nos presenta a Mima. Nos habla de su origen ruso y de su condición viajera. En estos versos la joven se nos revela como la encarnación de lo femenino, que va a cultivar sus dones (dar sol a sus rosas) al Paraguay de fuego. Para ello la describe con algunas expresiones poéticas como manzana matutina, flor de las primaveras, diamante de los popes, perla de los zares. Mediante estos símbolos va componiendo un catálogo de sus características más relevantes: juventud, inocencia, pureza, pasión.

Iba demasiado rápido para mí. Además pensaba que a esa conclusión podía haber llegado sin su ayuda.

—Interesante. Pero a primera vista todas ellas parecen solo expresiones poéticas. Si al menos pudiéramos analizar una. Quizás eso me ayudaría a percibir con más claridad su simbolismo —le propuse.

—Podría ser —accedió. Luego buscó en el poema antes de proseguir—. Esta es buena. Flor de las primaveras. ¿Qué le parece?

Asentí con un movimiento de cabeza.

En primer lugar hay que entender de qué flor se trata. Para Darío la flor de la primavera por excelencia es el lirio. —Sin dejar de hablar, levantó la palma de la mano con los dedos juntos, como si quisiera detener alguna interrupción—. En el poema “El poeta pregunta por Stella”, lo señala con total claridad: “Lirio, florido príncipe / hermano perfumado de las estrellas castas / joya de los abriles”. Y esta flor se ha asociado, desde tiempos inmemoriales, con la inocencia, la pureza y la virginidad. Para los griegos el lirio es la flor de Iris, mensajera entre lo divino y lo humano. Hay una leyenda muy sugerente, de la que Darío se hace eco en estos versos, que relata como Hermes, el mensajero de los dioses, pone a Hércules a amamantar de una Hera dormida, con el fin de que la leche de la diosa le confiera la inmortalidad. Pero Hera se despertó y rechazó violentamente al niño de su pecho, derramando algunas gotas de leche. Unas salpicaron el cielo, formando la Vía Láctea. Otras fueron a caer en la tierra y de ellas surgieron los lirios.

Su explicación parecía coherente. De manera que no insistí y pasé a otra cuestión.

—Lo que no puedo entender es por qué, a continuación, anuncia la muerte de Mima y la deja en puntos suspensivos —comenté.

—Ahí comienza la segunda parte del poema —esperó hasta ver mi gesto de duda antes de proseguir—. La no existencia de Mima, aunque efectivamente queda en puntos suspensivos, desencadena inevitablemente una serie de trágicos acontecimientos: Venus, diosa del amor, la belleza y la fertilidad, está desolada, y en desagravio se sacrifican sus palomas. Menalcas rompe la flauta con la que solía cantar al amor. También el vaso, que es un símbolo místico asociado al destino humano, era alegre y se rompe, indicando con ello el repentino final de una vida que se prometía fecunda y feliz. Mientras que al derramar los frascos de aromas se alude a la pérdida de todas las esencias que caracterizan lo femenino.

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Entonces hay que asumir que los últimos tres versos, donde cuenta como el dulce Véspero vierte su elegía en la urna en que descansa Mima, refuerzan los versos anteriores.

—Eso es lo evidente. Pero si tuviera que arriesgar me atrevería a decir que nos está remitiendo al poema que compone Petrarca a la muerte de Laura —me dijo, sin que el tono de su voz exteriorizara alguna duda.

—Observe el siguiente grupo de versos porque son esclarecedores —me indicó—. Conforman la tercera parte del poema. Es el momento en que el poeta sitúa a Mima entre el amor y la muerte. Aquí los versos son de una sensibilidad extraordinaria:

             No descansa. En el lago de la muerte patina

la regia rusa, brillan sus patines de plata

al halago lunar. Mágica serenata

hace sonar un ruiseñor en lo invisible,

y Mima es ya princesa de un imperio imposible.

La llamaron las voces de un coro de rusalcas;

partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,

los azahares y las tórtolas sonoras.

Sitúan a la joven patinando en el lago, que aquí hay que verlo como una representación del tránsito entre la vida y la muerte, mientras se debate entre dos fuerzas poderosas: la llamada del coro de rusalcas (ninfas del agua en la mitología eslava), que quieren llevarla al fondo del lago, y el reclamo de su amado, que en la canción le pide que vuelva.

Levanté la mano, tal vez con alguna brusquedad, para interrumpir su discurso.

—En el poema es un ruiseñor quien hace sonar la serenata y no veo la conexión que puede tener con su amado —protesté.

Me miró fijamente durante unos segundos, como si calibrara mi disposición a aceptar sus argumentos y estuviera considerando si merecía la pena seguir con su explicación. Cuando lo hizo su voz era pausada.

—Es su amado, a quien menciona indirectamente unos versos después, que aquí aparece representado en la serenata del ruiseñor. Para mí no hay ninguna duda de que se está refiriendo a la famosa serenata de Schubert.

No pude evitar un gesto de asombro, pero él siguió hablando ajeno a la expresión de mi rostro.

—La letra de esta canción, del poeta Ludwig Rellstab, es muy reveladora: Suavemente mis canciones suplicantes se dirigen, / a través de la noche hacia ti; / abajo, en la tranquila arboleda, / amada ven a mi lado / … / ¿Escuchas los cánticos de los ruiseñores? / ¡Ay! Ellos te imploran / con tonos de dulces quejas / imploran por mí —hizo una pausa, dándome tiempo a que pudiera asimilar esa información—. Le advertí que Darío tiene su propio universo simbólico y ya en un poema anterior se había referido a esta serenata de Schubert.

—El siguiente verso, cuando señala que Mima es princesa de un imperio imposible, parece un recurso poético para completar el pareado con el verso anterior —argumenté.

—No hay nada en el poema que no tenga sentido. Esa declaración, que puede parecer que está ahí solo para consolidar la estructura armónica del poema, es esencial para comprenderlo —afirmó, en un tono que no dejaba opción a la réplica. Luego prosiguió—. Nos está diciendo que Mima se encuentra en una región intermedia de la existencia. Un imperio imposible. Ahora es, como las ninfas y las rusalcas, un espíritu elemental ligado al mundo de los humanos, pero también al mundo de los espíritus.

Repasé los versos con una actitud concentrada. De nuevo tenía que admitir la coherencia que había en su explicación. La estructura narrativa y la lectura simbólica se unían para dar sentido al poema.

—En esa situación parece que gana la llamada del coro de rusalcas, logrando que olvide sus compromisos en el mundo de los humanos y llevándola al fondo del lago —concluí, siguiendo el hilo de sus argumentos.

—Es lo que parece —aceptó—. Pero siempre queda la esperanza de un renacimiento del ser. De nuevo estamos ante la anhelada metamorfosis. Recuerde la Sonatina. ¿Y aquí, dónde se anuncia? —me preguntó.

Ya estaba bastante confundido, así que me limité a sostener su mirada, esforzándome para que en mi cara no se reflejara alguna emoción. Él aguardó mi respuesta durante unos largos segundos y luego continuó.

—En los versos finales, que son los más impenetrables y misteriosos de todo el poema:

             Como la Diana de Falguiere, ella ha partido,

virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.

Como la Diana de Falguiere, blanca y pura

a cazar imposibles entre la selva oscura.

 —Para mí son los versos más inquietantes de todo el poema —prosiguió—. Lo primero que llama la atención es la manera en que aparece Diana, que simboliza la muerte, representada en la estatua de Falguiere.

Debió observar mi nuevo gesto de asombro y decidió alargar la explicación, sin abandonar el tono didáctico y un poco pedante, que parecía serle connatural.

—No es la primera vez que Darío utiliza este recurso. Algo similar sucede en otras de sus composiciones. Por ejemplo en “El coloquio de los centauros”. —Recitó esa parte del poema, para dejar claro su argumento.

             ¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia

ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia.

Es semejante a Diana, casta y virgen como ella,

en su rostro hay la gracia de la núbil doncella.

 —Allí como aquí, Venus, representa el aspecto más carnal de lo femenino, cuyo nombre hace gemir a la tierra de amor, mientras que Diana es la doncella inflexible, que decide la muerte inexorable con el poder de sus flechas. Mediante este artificio, el poeta nos regresa al momento en que Mima, en la frontera de la vida, se encuentra en una encrucijada entre el amor y la muerte.

—Pero si la muerte es inevitable… ¿queda esperanza para el amor? —pregunté.

—La hay, porque solo el amor puede darnos una segunda vida. Aunque esto solo sea posible en un plano superior de conciencia, donde el amor se manifiesta como un estado del alma. Para ello necesitaría trascender el ámbito de su existencia física.

—Solo entonces dejaría de estar sujeta a los límites de la naturaleza humana —señalé, intentando seguir su elaborado engranaje deductivo.

—Así es —confirmó mis palabras con evidente agrado, mientras cabeceaba levemente

—Pero, aunque quizás todos nosotros, al menos una vez en la vida, podemos experimentar esa nueva realidad, de manera confusa y solo durante unos instantes, se necesita de una auténtica metamorfosis para conseguir que el resultado sea permanente.

Había empezado a pensar en voz alta, mientras buscaba, infructuosamente, en la última estrofa del poema, las claves que determinaban esa transformación.

—No es fácil de ver, sobre todo si solo buscamos la verdad en el espejo de lo obvio. Aunque, para quien ha entendido, resulta evidente que Darío rescata en estos versos el mito de Pigmalión. A través de la estatua de Diana, Mima adquiere una nueva vida. Es una genialidad hacer que sea la muerte quien cede el paso a la vida y además es uno de los mejores ejemplos de metamorfosis que hay en la literatura. Ahora ella puede adentrarse en el bosque del olvido, a pesar de los múltiples y desconocidos peligros que allí la aguardan. Se abrirá paso armada únicamente con la fuerza de sus virtudes, que están representadas en las flechas.

—Cuando leí este verso lo relacioné con el bosque del olvido, que aparece por primera vez en Alice in Wonderland —le dije—. Pero no pude encontrarle explicación.

—Es muy posible que Darío conociese la obra, ya que era muy popular en ese tiempo y tomase de allí el nombre. Pero aquí lo utiliza como una figura retórica para expresar que el olvido es la mayor calamidad asociada a la muerte. Eso es lo que busca Mima al lanzar las flechas. Sabe que solo puede vivir mientras no sea olvidada —me explicó.

—¡Vaya, nunca lo hubiera imaginado!

—Como en las mejores obras de misterio todo adquiere sentido con el último verso, cuando nos revela el propósito de la joven. —Hizo una pequeña pausa, como para acentuar la importancia de las siguientes palabras—.  Cazar imposibles entre la selva oscura.

Observé que me animaba con el gesto de la mano a que desvelara el sentido oculto de la frase. Pero, al observar mi absorto mutismo, decidió continuar.

—Son los versos con los que Dante da inicio al Canto Primero de la Divina Comedia: “En medio del camino de la vida / me vi perdido en una selva oscura”. Es el comienzo de un viaje alucinado en busca del renacer espiritual. Un viaje de la misma índole del que tiene lugar en este poema. Lo que nos está diciendo Darío es que cuando hay una sólida voluntad siempre habrá esperanza para los atributos esenciales de la vida, como la belleza y el amor. Esa es la razón de que haya dejado en puntos suspensi­vos el anuncio de la muerte de Mima. Y, por paradójico que parezca, ella sigue viva en este poema de Darío —me dijo, cerrando el libro de Boti en un gesto con el que parecía estar dando por terminada su disertación.

 

 

Referencias

·        

·         En el poema “El país del sol”, incluido en el libro Prosas Profanas, menciona a Schubert y su serenata.

·         Por disparidad en las fechas no parece probable, que lo tomara de la hoy famosa ópera “Rusalka”, del compositor checo Dvorak, estrenada en 1901, pero que tardó veinte años en ser estrenada en los principales teatros europeos. En este pareado, es la palabra rusalcas la que se muestra dominante, mientras Menalcas es la palabra complemento.

·         En el Coloquio de los centauros: “¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia / ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia. / Es semejante a Diana, casta y virgen como ella; / en su rostro hay la gracia de la núbil doncella”