La noche iba cayendo
lentamente sobre Madrid. Las farolas fernandinas y las luces de los automóviles
que circulaban por la Castellana prolongaban durante algún tiempo la ilusión
del atardecer.
Al salir de la Casa
de América decidí subir caminando por el Paseo de Recoletos, dejando atrás el
monumento a la diosa Cibeles. No tardé en descubrir a la izquierda la fachada, con
las amplias ventanas enmarcadas en madera, del café Gijón.
Me dirigí hacia allí.
Al entrar llama la atención que toda la sala está cubierta de madera, de suelo
a techo, y en las paredes cuelgan decenas de cuadros, con dibujos y pinturas que
cuentan la historia del local a través de los hechos o de las personalidades que por
allí han pasado. En un lugar de honor destaca una placa dorada, homenaje al vendedor
de tabaco Alfonso González, célebre personaje que llegó a formar parte de
aquella atmósfera durante más de treinta años. En ella puede leerse "Aquí
vendió tabaco y vio pasar la vida Alfonso, cerillero y anarquista".
Los clientes que a
esa hora ocupaban la mayoría de las mesas eran gente mayor, algunos jubilados. Entre
ellos abundaban los habituales del local, muchos de ellos vinculados al mundo
de las letras que, en un ejercicio de nostalgia tenaz, seguían acudiendo allí a
tomar su café acompañado de la bollería típica del local.
Caminé por los
estrechos pasillos, entre mesas de mármol negro veteado y asientos tapizados de
rojo, hasta encontrar un lugar bajo uno de los grandes espejos que cubrían la
pared.
"Se ha sentado usted en el lugar que ocupaba la tertulia de los escritores
y poetas". Me dijo el camarero como saludo, exhibiendo una amable
sonrisa, cuando llegó a tomarme el pedido.
Los uniformes suelen crear en las personas que los visten una ilusión de
edad imprecisa. En este caso la chaqueta blanca cerrada hasta el cuello, con
los botones dorados y las hombreras de color rojo, junto con el pantalón azul
marino, el bigote canoso y el cabello pegado a la cabeza, sugerían unos sesenta
años.
“Espero no estar quitando el sitio a alguien”. Comenté.
“No hay cuidado. Hace más de veinte años que se terminó con la sana
costumbre de las tertulias. Pero yo serví muchas veces el café a don Gerardo
Diego en esta mesa a la que está usted sentado”. Me explicó, mientras pasaba el
paño por la superficie de la mesa y colocaba a un lado el servilletero.
Inaugurado en 1888, año de connotaciones darianas, el café Gijón fue
famoso por sus tertulias. Además de la ya mencionada de los escritores y
poetas, también existía una tertulia de la gente del cine y el teatro. Y los
pintores iban de una a otra según el día y la compañía.
Durante más de un siglo se había reunido aquí una extraña constelación formada
por autores consagrados, rodeados de discípulos aventajados y algunos
cultivadores tenaces del fracaso. Allí se especulaba con el arte y con la nueva
literatura. Se impulsaban tendencias literarias y se alentaban posiciones políticas
avanzadas. Se aplaudían las frases mordaces e inteligentes. Se agradecía la
buena oratoria. Se daba por hecho la generosidad del triunfador y, en esa
medida, se respetaba y se reconocía el talento.
Darío había estado allí en
muchas ocasiones. La primera vez acudió con Valle-Inclán, que era un asiduo
cliente del local y reconocido como la gran figura de la tertulia española. Valle-Inclán perdería su brazo en una disputa con otro contertulio que tuvo lugar en el Café de la Montaña. El
percance no le impidió seguir asistiendo a estos encuentros
junto a sus compañeros del 98: Jacinto Benavente, los hermanos Manuel y Antonio
Machado, Azorín y Rubén Darío, entre otros. Todos ellos frecuentaban el Café de
Madrid, el Lion D'or, el de Fornos o el de Levante y pasaban algunas tardes en el café Gijón.
Aquí conoció Darío a Pio
Baroja y a Santiago Ramón y Cajal. Con frecuencia, el poeta nicaragüense permanecía
sentado en compañía de sus amigos escritores, abstraído las más de las veces,
sin participar apenas en las conversaciones.
También aquí, sentado a una
de sus mesas, el 23 de junio de 1915, el crítico de arte de la revista La
Esfera, José Francés, estaba escribiendo un dramático artículo en el que
denunciaba el abandono que sufría el poeta en Nueva York y la enfermedad que le
llevaba hacia la muerte. Y terminaba con estas palabras premonitorias:
“Nadie, ni aún tú burgués,
que engordaste en todas las inconsciencias, en todas las ignorancias, en todos
los prejuicios, podrías tirarle la primera piedra. Rubén Darío está más allá
del bien que hizo a todos y del mal que solo se hizo a sí mismo.
Rubén Darío se muere en
Nueva York. Muere como Verlaine, pobre, solitario, roído de todas las miserias
de la carne y de todas las amarguras del espíritu.”
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Dónde
encontrar un café literario en Madrid
Aunque con la lógica evolución, todavía hoy se
pueden encontrar algunos cafés literarios en Madrid. Entre ellos destacan los
siguientes:
• El dinosaurio todavía estaba allí (calle Lavapiés, 8). Un local
especializado en poesía, relato y novela negra de autores independientes, todo
ello combinado con una carta de platos tradiciones con un toque original.
También tienen lugar actividades culturales relacionadas con la literatura
tales como talleres, presentaciones o exposiciones, recitales de poesía….de los
que merece la pena disfrutar.
• La Fugitiva (calle
de Santa Isabel, 7). Una fusión muy acertada de café y zona de lectura en la
que por poco dinero puedes leer un relato mientras tomas tu bebida. Aquí la
oferta es más extensa, incluyendo revistas, narrativa, género infantil. Disponen
de un club de lectura (también en inglés), otro de ajedrez y de vez en cuando
organizan tertulias de lo más interesantes.
• J & J Books and Coffee (calle Espiritu
Santo, 47). Está formado por dos plantas, una de
barra donde poder pedirte lo que quieras y un sótano donde hay filas y filas de libros en inglés de
segunda mano. Una buena forma de practicar el idioma anglosajón
ya sea a través de la lectura o hablando con nativos americanos o ingleses en los intercambios de
idiomas que tienen lugar cada jueves.
• Ocho y Medio (calle
de Martín de los Heros, 11). Una tienda donde puedes encontrar multitud de
productos acerca del mundo del cine, y sobre todo libros,
muchos libros. Es pequeño pero muy acogedor. La parte de cafetería ofrece una variedad de
platos cuyos nombres están relacionados con el séptimo arte. Y en verano
habilitan una terracita de lo más apetecible para pasar la tarde.
• La Infinito (calle
Tres Peces, 22). Libros y café son un todo en este establecimiento. También acogen todo tipo de
eventos relacionados con el arte tales como sesiones de
microteatro, cuentacuentos o unos brunch muy
especiales.
• Verguenza ajena (calle Galileo, 56). Mitad librería mitad bar de tapas. Todos los jueves, a partir de las 21.00, tienen lugar recitales de poesía con un poeta invitado.
• Verguenza ajena (calle Galileo, 56). Mitad librería mitad bar de tapas. Todos los jueves, a partir de las 21.00, tienen lugar recitales de poesía con un poeta invitado.
gracias a tu blog me encuentro con más deseo de visitar España, un cafecito en uno de los sitios mencionados no caería nada mal.
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