lunes, 27 de noviembre de 2017

Rubén Darío en los cafés madrileños

La noche iba cayendo lentamente sobre Madrid. Las farolas fernandinas y las luces de los automóviles que circulaban por la Castellana prolongaban durante algún tiempo la ilusión del atardecer.

Al salir de la Casa de América decidí subir caminando por el Paseo de Recoletos, dejando atrás el monumento a la diosa Cibeles. No tardé en descubrir a la izquierda la fachada, con las amplias ventanas enmarcadas en madera, del café Gijón.

Me dirigí hacia allí. Al entrar llama la atención que toda la sala está cubierta de madera, de suelo a techo, y en las paredes cuelgan decenas de cuadros, con dibujos y pinturas que cuentan la historia del local a través de los hechos o de las personalidades que por allí han pasado. En un lugar de honor destaca una placa dorada, homenaje al vendedor de tabaco Alfonso González, célebre personaje que llegó a formar parte de aquella atmósfera durante más de treinta años. En ella puede leerse "Aquí vendió tabaco y vio pasar la vida Alfonso, cerillero y anarquista".

Los clientes que a esa hora ocupaban la mayoría de las mesas eran gente mayor, algunos jubilados. Entre ellos abundaban los habituales del local, muchos de ellos vinculados al mundo de las letras que, en un ejercicio de nostalgia tenaz, seguían acudiendo allí a tomar su café acompañado de la bollería típica del local.

Caminé por los estrechos pasillos, entre mesas de mármol negro veteado y asientos tapizados de rojo, hasta encontrar un lugar bajo uno de los grandes espejos que cubrían la pared.

"Se ha sentado usted en el lugar que ocupaba la tertulia de los escritores y poetas". Me dijo el camarero como saludo, exhibiendo una amable sonrisa, cuando llegó a tomarme el pedido.

Los uniformes suelen crear en las personas que los visten una ilusión de edad imprecisa. En este caso la chaqueta blanca cerrada hasta el cuello, con los botones dorados y las hombreras de color rojo, junto con el pantalón azul marino, el bigote canoso y el cabello pegado a la cabeza, sugerían unos sesenta años.

“Espero no estar quitando el sitio a alguien”. Comenté.

“No hay cuidado. Hace más de veinte años que se terminó con la sana costumbre de las tertulias. Pero yo serví muchas veces el café a don Gerardo Diego en esta mesa a la que está usted sentado”. Me explicó, mientras pasaba el paño por la superficie de la mesa y colocaba a un lado el servilletero.

Inaugurado en 1888, año de connotaciones darianas, el café Gijón fue famoso por sus tertulias. Además de la ya mencionada de los escritores y poetas, también existía una tertulia de la gente del cine y el teatro. Y los pintores iban de una a otra según el día y la compañía.

Durante más de un siglo se había reunido aquí una extraña constelación formada por autores consagrados, rodeados de discípulos aventajados y algunos cultivadores tenaces del fracaso. Allí se especulaba con el arte y con la nueva literatura. Se impulsaban tendencias literarias y se alentaban posiciones políticas avanzadas. Se aplaudían las frases mordaces e inteligentes. Se agradecía la buena oratoria. Se daba por hecho la generosidad del triunfador y, en esa medida, se respetaba y se reconocía el talento.

Darío había estado allí en muchas ocasiones. La primera vez acudió con Valle-Inclán, que era un asiduo cliente del local y reconocido como la gran figura de la tertulia española. Valle-Inclán perdería su brazo en una disputa con otro contertulio que tuvo lugar en el Café de la Montaña. El percance no le impidió seguir asistiendo a estos encuentros junto a sus compañeros del 98: Jacinto Benavente, los hermanos Manuel y Antonio Machado, Azorín y Rubén Darío, entre otros. Todos ellos frecuentaban el Café de Madrid, el Lion D'or, el de Fornos o el de Levante y pasaban algunas tardes en el café Gijón.
Aquí conoció Darío a Pio Baroja y a Santiago Ramón y Cajal. Con frecuencia, el poeta nicaragüense permanecía sentado en compañía de sus amigos escritores, abstraído las más de las veces, sin participar apenas en las conversaciones.
También aquí, sentado a una de sus mesas, el 23 de junio de 1915, el crítico de arte de la revista La Esfera, José Francés, estaba escribiendo un dramático artículo en el que denunciaba el abandono que sufría el poeta en Nueva York y la enfermedad que le llevaba hacia la muerte. Y terminaba con estas palabras premonitorias:
“Nadie, ni aún tú burgués, que engordaste en todas las inconsciencias, en todas las ignorancias, en todos los prejuicios, podrías tirarle la primera piedra. Rubén Darío está más allá del bien que hizo a todos y del mal que solo se hizo a sí mismo.
Rubén Darío se muere en Nueva York. Muere como Verlaine, pobre, solitario, roído de todas las miserias de la carne y de todas las amarguras del espíritu.”
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Dónde encontrar un café literario en Madrid

Aunque con la lógica evolución, todavía hoy se pueden encontrar algunos cafés literarios en Madrid. Entre ellos destacan los siguientes:

• El dinosaurio todavía estaba allí (calle Lavapiés, 8). Un local especializado en poesía, relato y novela negra de autores independientes, todo ello combinado con una carta de platos tradiciones con un toque original. También tienen lugar actividades culturales relacionadas con la literatura tales como talleres, presentaciones o exposiciones, recitales de poesía….de los que merece la pena disfrutar.

La Fugitiva (calle de Santa Isabel, 7). Una fusión muy acertada de café y zona de lectura en la que por poco dinero puedes leer un relato mientras tomas tu bebida. Aquí la oferta es más extensa, incluyendo revistas, narrativa, género infantil. Disponen de un club de lectura (también en inglés), otro de ajedrez y de vez en cuando organizan tertulias de lo más interesantes.

• J & J Books and Coffee (calle Espiritu Santo, 47). Está formado por dos plantas, una de barra donde poder pedirte lo que quieras y un sótano donde hay filas y filas de libros en inglés de segunda mano. Una buena forma de practicar el idioma anglosajón ya sea a través de la lectura o hablando con nativos americanos o ingleses en los intercambios de idiomas que tienen lugar cada jueves.

Ocho y Medio (calle de Martín de los Heros, 11). Una tienda donde puedes encontrar multitud de productos acerca del mundo del cine, y sobre todo libros, muchos libros. Es pequeño pero muy acogedor. La parte de cafetería ofrece una variedad de platos cuyos nombres están relacionados con el séptimo arte. Y en verano habilitan una terracita de lo más apetecible para pasar la tarde.

La Infinito (calle Tres Peces, 22). Libros y café son un todo en este establecimiento. También acogen todo tipo de eventos relacionados con el arte tales como sesiones de microteatro, cuentacuentos o unos brunch muy especiales.

Verguenza ajena (calle Galileo, 56). Mitad librería mitad bar de tapas. Todos los jueves, a partir de las 21.00, tienen lugar recitales de poesía con un poeta invitado.

1 comentario:

  1. gracias a tu blog me encuentro con más deseo de visitar España, un cafecito en uno de los sitios mencionados no caería nada mal.

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