¿Qué se hizo de la
biblioteca personal de Rubén Darío?. El poeta no habla de ella en sus cartas
conocidas. Pero no cabe duda de que tenía una abundante colección de libros.
Por un lado estaban aquellos
que él adquiría personalmente. Un buen ejemplo lo tenemos cuando en “Libros
viejos a orillas del Sena”, detalla sus paseos por los puestos de libros usados
y de viejo de la orilla del Sena, en París, y cuenta como rescata algunos
libros de sus amigos latinoamericanos comprándolos a precios de saldo. Incluso,
en un ejercicio de humildad, dice haber comprado un libro de Prosas Profanas
por 30 céntimos, al que además habían borrado la dedicatoria.
A estos, que son muchos, hay que sumarle los
libros que recibía de sus amigos o de escritores noveles de América y de
España, que buscaban la opinión del maestro y, en su caso, una reseña favorable. Son muchas las cartas
escritas o recibidas por Darío, conservadas en el Archivo de la Universidad
Complutense de Madrid, en las que se mencionan los libros, en primeras
ediciones, que le envían escritores desde todos los países de habla española, a
veces solicitados por él y en muchas otras ocasiones para pedir su parecer o invocar
su padrinazgo.
Por eso no cabe duda de que Darío
debía poseer una abundante biblioteca que, en sus últimos años debió tener en
París y más tarde en Barcelona, en la casa de la calle Tiziano número 16, desde donde
partió en su último viaje hacia América.
Me intrigaba esta cuestión y Madrid parecía un buen
lugar para intentar averiguar algo sobre el destino de aquella biblioteca
singular. Por ello, cuando buscaba primeras ediciones de sus libros en las
librerías de viejos, siempre acababa haciendo la misma pregunta: “¿Sabe usted algo
sobre la biblioteca personal de Darío?”.
Curiosamente, una vez más de manera casual, encontré alguna respuesta en el lugar menos esperado. Sucedió en uno de los puestos de libros de la Cuesta de Moyano, en esa larga hilera de casetas situadas a un costado del Jardín Botánico, que avanza desde el Paseo del Prado hasta una de las entradas al Retiro.
Le había pedido al librero que me buscara libros de Rubén Darío, en ediciones anteriores a 1920. Se quedó unos minutos pensativo. Rebuscando en la memoria. En ese momento no tenía nada, me dijo. Pero, como buen vendedor, no dejó escapar la oportunidad y sacó algunos libros para mostrármelos.
“Creo que esto le interesará. Son ediciones anteriores a 1920.”. Me dijo.
Claro que aquello me interesaba. Sobre todo cuando entre ellos descubrí el libro “Arias Tristes” de Juan Ramón Jiménez. Una edición príncipe de 1903. Estaba reencuadernado en media piel y, aunque le faltaba la cubierta original, se miraba un libro sólido y hermoso.
Curiosamente, una vez más de manera casual, encontré alguna respuesta en el lugar menos esperado. Sucedió en uno de los puestos de libros de la Cuesta de Moyano, en esa larga hilera de casetas situadas a un costado del Jardín Botánico, que avanza desde el Paseo del Prado hasta una de las entradas al Retiro.
Le había pedido al librero que me buscara libros de Rubén Darío, en ediciones anteriores a 1920. Se quedó unos minutos pensativo. Rebuscando en la memoria. En ese momento no tenía nada, me dijo. Pero, como buen vendedor, no dejó escapar la oportunidad y sacó algunos libros para mostrármelos.
“Creo que esto le interesará. Son ediciones anteriores a 1920.”. Me dijo.
Claro que aquello me interesaba. Sobre todo cuando entre ellos descubrí el libro “Arias Tristes” de Juan Ramón Jiménez. Una edición príncipe de 1903. Estaba reencuadernado en media piel y, aunque le faltaba la cubierta original, se miraba un libro sólido y hermoso.
“Solo por curiosidad –le
dije-- ¿cuánto cuesta el libro?”.
“Se lo puedo dejar en dos
mil quinientos euros. Está en muy buen estado y es una rareza bibliográfica”.
Me contestó.
Pasé las hojas buscando
alguna firma autógrafa, algo que personalizase el ejemplar.
“Ese libro que tiene en las manos
probablemente estuvo en la biblioteca personal de Darío”. Insistió el librero.
Aquello me pareció
interesante. Le pedí que se explicara.
“Bueno, es sabido que Juan
Ramón envió este libro a Rubén Darío a París en 1903. Su amistad era grande y
estaban empezando a colaborar en la edición de Cantos de Vida y Esperanza.
Darío tuvo en su biblioteca un ejemplar de este libro. Bien pudo ser este”. Me
explicó.
“No parece tener ninguna
señal que lo atestigüe. Y qué pasó con la biblioteca cuando Darío murió. ¿Se
sabe algo?”.
“Muy poco. Probablemente
quedó al cuidado de su compañera, de Francisca”.
“Claro. Pero ella carecía de
recursos para mantenerse y tuvo que trasladarse a Madrid a mediados de 1915. Se refugió en casa de un hermano. Y allí es donde recibe la noticia del fallecimiento de Darío. Qué hizo con la biblioteca, se la trajo consigo? La tenía en Madrid?”.
El librero pareció pensarlo
durante unos segundos.
“Se supone que sí, que la tenía aquí. Aunque esto es solo una suposición basada en que, en esos días, Darío todavía estaba vivo. Pero desde ese momento todo son rumores y
suposiciones. Lo que sí se sabe con seguridad, porque existe el documento de
venta, es que en abril de 1916, dos meses después de la muerte de Darío, la
Universidad de Harvard adquiere a un librero de Madrid llamado Joaquín Medinilla
un lote de 60 libros que se dice que pertenecían a la biblioteca del poeta.”.
Luego transcurrieron ochenta años hasta que una revisión, primero casual y luego minuciosa, de esos libros permitió en 1997 descubrir que uno de ellos, “Eglantinas” del poeta argentino Pedro J. Naon, quien se lo había enviado a Darío en 1901, contiene en las páginas en blanco dos poemas autógrafos de Darío, en primeras versiones: “Caracol” y “Marina”, que luego publicó en 1903 en la revista Caras y Caretas y más tarde incluyó en su libro Cantos de Vida y Esperanza en 1905. Al parecer el libro no le había gustado especialmente y utilizó sus páginas en blanco para escribir sus propios poemas.
Luego transcurrieron ochenta años hasta que una revisión, primero casual y luego minuciosa, de esos libros permitió en 1997 descubrir que uno de ellos, “Eglantinas” del poeta argentino Pedro J. Naon, quien se lo había enviado a Darío en 1901, contiene en las páginas en blanco dos poemas autógrafos de Darío, en primeras versiones: “Caracol” y “Marina”, que luego publicó en 1903 en la revista Caras y Caretas y más tarde incluyó en su libro Cantos de Vida y Esperanza en 1905. Al parecer el libro no le había gustado especialmente y utilizó sus páginas en blanco para escribir sus propios poemas.
También, en los márgenes del
libro, hay otras dos poesías que hasta entonces habían permanecido inéditas.
Uno es un poema de seis líneas que empieza con las palabras “Tristeza,
tristeza”, el otro es un poema más largo llamado “Epístolas” y dedicado a Amado
Nervo.
“Cómo es posible que pasaran ochenta años antes de que alguien se diera cuenta”. Le dije. Y era más un comentario, un reproche colectivo, que una pregunta.
“Eso pasa porque sobre Darío hay mucho escrito, pero hay muy poco leído”. Me dijo.
Y añadió: “Lo más curioso es que en ese lote no hay ningún libro de sus amigos españoles, Valle Inclán, Unamuno, Machado, Juan Ramón Jiménez. Apenas destaca en el lote un solo libro de Leopoldo Lugones. Falta lo mejor de la biblioteca personal del poeta nicaragüense”.
Salí de aquella conversación con la esperanza, más bien ilusoria, de que había encontrado una pista y que tal vez si daba con las personas adecuadas podría descubrir algo más. Pero los días pasaron y al concluir mi estancia en Madrid seguía teniendo las mismas preguntas.
“Cómo es posible que pasaran ochenta años antes de que alguien se diera cuenta”. Le dije. Y era más un comentario, un reproche colectivo, que una pregunta.
“Eso pasa porque sobre Darío hay mucho escrito, pero hay muy poco leído”. Me dijo.
Y añadió: “Lo más curioso es que en ese lote no hay ningún libro de sus amigos españoles, Valle Inclán, Unamuno, Machado, Juan Ramón Jiménez. Apenas destaca en el lote un solo libro de Leopoldo Lugones. Falta lo mejor de la biblioteca personal del poeta nicaragüense”.
Salí de aquella conversación con la esperanza, más bien ilusoria, de que había encontrado una pista y que tal vez si daba con las personas adecuadas podría descubrir algo más. Pero los días pasaron y al concluir mi estancia en Madrid seguía teniendo las mismas preguntas.
¿Dónde fue a parar el grueso
de la biblioteca personal de Darío? ¿Se habrá dispersado en negocios de
librerías de viejo? ¿Estará en alguna librería universitaria, esperando en las
estanterías numeradas a que algún estudiante o investigador descubra algún
inédito?
Referencias
En diciembre de 1997, David Whitesell,
un catalogador de libros raros, descubrió por casualidad en un anaquel de la
biblioteca Widener, de Harvard, un libro que contenía en sus páginas en blanco,
las más próximas a la contraportada, algunos poemas manuscritos de Rubén Darío.
El libro era “Eglantinas”, del poeta argentino Pedro J. Naón, quien se lo había
enviado a Darío en 1901
Partiendo de la teoría de que este
libro podía formar parte de la biblioteca privada de Darío, dirigió su
investigación a las compras de libros realizadas por la Universidad a comienzos
del siglo XX, descubriendo que este libro había sido adquirido a un librero de
Madrid, Joaquín Medinilla, en abril de 1916, en una lista de 180 ejemplares.
En un trabajo detectivesco logró
localizar todos los libros de la lista, a pesar de estar dispersos en la
Biblioteca, y pudo verificar que al menos 43 habían pertenecido a la biblioteca
personal de Darío
En la actualidad los
libros se conservan en la Biblioteca
Houghton, especializada en la conservación de libros raros, dentro de la
Biblioteca de Harvard College, Harvard University.
genial! recuerdo que cuando recién abrimos "semillas" una persona me dijo que tenía un amigo de león que andaba vendiendo muchos libros, que le iba a dar mi número para que me llamara. en efecto recibí la llamada, estaba vendiendo la biblioteca de su padre, según él incluía cartas de rubén y otros documentos/libros. en ese entonces yo le dije que buscara como venderlos a la unan o a algún museo, que nuestra biblioteca NO era lugar para ese tipo de libros y documentos.
ResponderBorrarrecuerdo quien fue la persona que nos puso en contacto ... pero no tengo como comunicarme con él. veré que hago para investigar el paradero de esos libros, eso fue hace 8 años.
Uno de los grandes de Hispanoamérica, su único defecto no pudo domar el alcohol
ResponderBorrar