–Ya
conocéis a los amigos de la Biblioteca Semillas.
Veamos qué actividad nos proponen hoy –les dice a los alumnos.
–Hola
a todos –les saluda Maynor–. ¡Qué bien que os veo tan alegres y animados! ¿Os
habéis acordado de traer los libros para el intercambio?
–Síííí
–. El grito es unánime.
–Estupendo.
¿Y qué queréis que hagamos hoy?
Los
chavalos parecen indecisos. Sonríen, algunos ocultan la cara entre las manos.
No se deciden.
-¿Leemos
un cuento? –les propone
Parece
que hay acuerdo.
–Vamos
a leer uno de los cuentos que más me gusta, “Ferdinando el toro”. Pero tenéis
que ayudarme –les anuncia, levantando el brazo para mostrar el cuento que
sostiene en la mano.
Comienza
a leer, y al hacerlo va actuando con la voz y a veces con algún gesto de las
manos y el cuerpo, apoyando el discurrir de la historia. También hace preguntas
al auditorio para involucrarlo en el discurrir del cuento.
Cuando,
acompañado del alborozo de los niños, acaba la lectura teatralizada del cuento,
el profesor propone un aplauso para premiar su esfuerzo y luego les pide que
preparen sus libros y salgan al patio con ellos. Aquella es la señal de inicio
del recreo y de la actividad de préstamo de libros.
Todos
se agolpan alrededor de las mesas y ojean los cuentos, escogiendo unos y
dejando otros. Se fijan mucho en los dibujos y en los colores. No parece
importarles que las letras sean más o menos grandes, pero observo que se sienten
atraídos por los libros que proponen algún misterio en el título.
Con
las nuevas adquisiciones bajo el brazo se ponen a la fila que se ha ido
formando ante la mesa de control de préstamo. Uno a uno, entregan primero los
libros ya leídos, que se van cotejando en el ordenador, luego se anotan los que
se van a llevar a la casa, donde los tendrán durante quince días, hasta que
regrese al colegio la biblioteca móvil, si es que la meteorología lo permite.
Mientras
tanto Anke ha entrado en la clase de los mayores y está proponiéndoles una
manualidad. En esta ocasión se trata de confeccionar un mural sobre la paz,
algo tan deseado en estas fechas. Para ello lleva unas hojas fotocopiadas con
el mismo dibujo para todos: la silueta de una paloma, una bandera y unas
flores, que cada uno rellenará de color según su criterio.
-¿Cuántos poetas hay en esta clase?
Se
miran unos a otros indecisos, algunos señalan al compañero, y poco a poco se
van levantando las manos.
-Cinco
poetas en una clase de veinte. Eso está muy bien. ¿Y cual es vuestro poeta
preferido?
-
Rubén Darío -a la voz de unos pocos se van uniendo poco a poco el resto,
creando la sensación de un eco prolongado entre las paredes del aula.
-Veamos
entonces. Necesitamos un voluntario que nos recite algo del poeta.
Tres
o cuatro manos se extienden con el índice señalando a un chaval de unos diez
años. No necesita más para levantarse. Anke le indica que
espere a su señal para comenzar.
-¿Qué
poema vas a recitar? -le pregunta.
-Caupolican.
Al
gesto de aliento de Anke comienza a recitar el poema. Mueve poco las manos, que
mantiene pegadas al cuerpo, en su voz apenas se advierten inflexiones, con
ninguna pausa, dando la impresión de que solo está poniendo en juego su
memoria.
Cuando
acaba, todos aplaudimos y alabamos el poema y al declamador.
-No
hay semana que no dediquemos una hora a recitar poemas de Rubén Darío. A veces
los utilizamos para enseñar a leer. Cada uno tiene su preferido, pero casi
todos se inclinan por los poemas épicos -nos advierte el profesor, que ha
seguido la declamación acompañando con el movimiento de los labios las palabras
del alumno.
Más
tarde, mientras estamos recogiendo todo el material, vemos llegar a algunas
mujeres a la escuela. Son madres de alumnos a las que ese día les correspondió
preparar y distribuir la merienda escolar. Los víveres se distribuyen en la propia
escuela a comienzos de semana y las mujeres se encargan de cocinarlos en sus casas
para luego traerlos a la escuela en grandes perolas. En platillos de plástico
van sirviendo el arroz con frijoles acompañado de un pedazo de plátano cocido.
Luego los reparten a los alumnos que esperan su turno, junto con una bebida
casera hecha a base de cereal.
Hora
de irnos. Nos despedimos de los profesores y los alumnos. En el camino de
regreso todos nos mostramos eufóricos. La actividad ha funcionado de maravilla
y los chavales se ilusionaron con sus nuevos libros.
(Este
artículo es un homenaje a la Fundación Semillas, una organización no
gubernamental, con sede en Diriamba, una pequeña ciudad en el pacífico de
Nicaragua, que recientemente fue cancelada por el gobierno).
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