Entre el 24 de agosto de 1891 y el 10 de mayo de 1892 el poeta nicaragüense Rubén Darío vivió en Costa Rica. Durante algunos días visitó la ciudad de Heredia, donde se hospedó en casa del escritor y político costarricense Luis Rafael Flores (1860-1938).
De esa visita surge el artículo que reproducimos a continuación y que publicó en el Diario del Comercio, número 81, del 9 de marzo de 1892, con un subtítulo entre paréntesis: (boceto)
Desde la
llegada comprende el viajero que Heredia es una ciudad amable. Empleando el
vocablo nacional y gráfico, se le podría llamar corronga.
He visto de pronto sus casas, sus parques, sus iglesias; tiene mucho árbol,
muchas mujeres bonitas, mucha gente religiosa.
La religión
y la belleza reinan en Heredia, junto con la hospitalidad. Acabo de ver un
torreón que parece arrancado de un castillo medioeval. He estado en la nave de
una iglesia, donde los ángeles de bronce ofrecen en sus manos hieráticas el
agua bendita.
La basílica
del Carmen, con su graciosa elegancia, no puede menos que agradar al artista.
Heredia es
suave, cortés, coqueta y rezadora. Con su ambiente sano y su población tupida,
y su café. Heredia es la señorita rica, que desde su provincia reina y vence.
No tiene luz eléctrica, ¡pero los ojos de las estrellas la favorecen tanto! Y
luego los de estas encantadoras heredianas que poseen las más adorables pupilas
que es posible encontrar en el mundo.
El
trabajador tiene aquí su morada. Es de aquí en donde cantidad harto
considerable se exporta el grano de oro del «arbusto sabeo».
En el
pueblo herediano se encuentran los robustos y sanos mozos, las muchachas
campesinas de caras rosadas, los viejos labradores, honrados como patriarcas y
ricos como pachaes de los cuales se hallan ejemplares pasmosos en el
pueblo santodomingueño.
De noche,
en el parque, se encuentran parejas envidiables, en los bancos, cerca de la
fuente en donde canta el agua. Una banda se oye a lo lejos fanfarriando
alegremente. Las torres se destacan sobre un hermoso cielo apizarradamente
opaco. No hay casi una ráfaga de viento que mueva los ramajes de los grandes
árboles.
A través de
los vidrios de los balcones, en las casas cercanas, brota en anchas y pálidas
franjas, la luz. El poeta Luis Flores me hablaba de una divina esperanza ideal,
en tanto que oigo reír cerca de mí, a una locuela de quince años.
Este boceto
instantáneo será después un cuadro.
Lo que es
hoy, noto una quietud monacal y somnolente que empieza a invadir la ciudad. Son
las diez. ¡Buenas noches!
6 de marzo de 1892
»—¿Por qué
te vas, Rubén? ¿No te asienta el país?
»—Es muy
lindo tu país, pero yo necesito vivir y tu país no tiene trabajo para mí. Mi
machete es la pluma, hay que buscar dónde hacer la siega. Aunque quisieran
estos periódicos pagarme, no podrían; es todo tan chico acá.
»Luego
volvía a mirarme con ojos llenos de franqueza.
»—Y tu país
huele a Fenicia, es un país de mercachifles.
»Cuando
notó que la verdad era cruda, me puso la mano sobre el hombro para consolarme.
»—¿Pero
Heredia? ¡Ah! Heredia es suave, cortés, coqueta y rezadora».
Definitivamente, en Costa Rica, no parece que sea una buena idea homenajear a alguien poniendo su nombre a una calle. Tendría más repercusión si le dedicaran un parque, además así habría una opción para que elevaran una estatua y una placa que explicara su contribución a la cultura y a la sociedad.
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