miércoles, 17 de agosto de 2022

Rubén Darío en Heredia, Costa Rica

Entre el 24 de agosto de 1891 y el 10 de mayo de 1892 el poeta nicaragüense Rubén Darío vivió en Costa Rica. Durante algunos días visitó la ciudad de Heredia, donde se hospedó en casa del escritor y político costarricense Luis Rafael Flores (1860-1938).

 De esa visita surge el artículo que reproducimos a continuación y que publicó en el Diario del Comercio, número 81, del 9 de marzo de 1892, con un subtítulo entre paréntesis: (boceto) 

 Heredia 

Desde la llegada comprende el viajero que Heredia es una ciudad amable. Empleando el vocablo nacional y gráfico, se le podría llamar corronga. He visto de pronto sus casas, sus parques, sus iglesias; tiene mucho árbol, muchas mujeres bonitas, mucha gente religiosa.

La religión y la belleza reinan en Heredia, junto con la hospitalidad. Acabo de ver un torreón que parece arrancado de un castillo medioeval. He estado en la nave de una iglesia, donde los ángeles de bronce ofrecen en sus manos hieráticas el agua bendita.

La basílica del Carmen, con su graciosa elegancia, no puede menos que agradar al artista.

Heredia es suave, cortés, coqueta y rezadora. Con su ambiente sano y su población tupida, y su café. Heredia es la señorita rica, que desde su provincia reina y vence. No tiene luz eléctrica, ¡pero los ojos de las estrellas la favorecen tanto! Y luego los de estas encantadoras heredianas que poseen las más adorables pupilas que es posible encontrar en el mundo.

El trabajador tiene aquí su morada. Es de aquí en donde cantidad harto considerable se exporta el grano de oro del «arbusto sabeo».

En el pueblo herediano se encuentran los robustos y sanos mozos, las muchachas campesinas de caras rosadas, los viejos labradores, honrados como patriarcas y ricos como pachaes de los cuales se hallan ejemplares pasmosos en el pueblo santodomingueño.

De noche, en el parque, se encuentran parejas envidiables, en los bancos, cerca de la fuente en donde canta el agua. Una banda se oye a lo lejos fanfarriando alegremente. Las torres se destacan sobre un hermoso cielo apizarradamente opaco. No hay casi una ráfaga de viento que mueva los ramajes de los grandes árboles.

A través de los vidrios de los balcones, en las casas cercanas, brota en anchas y pálidas franjas, la luz. El poeta Luis Flores me hablaba de una divina esperanza ideal, en tanto que oigo reír cerca de mí, a una locuela de quince años.

Este boceto instantáneo será después un cuadro.

Lo que es hoy, noto una quietud monacal y somnolente que empieza a invadir la ciudad. Son las diez. ¡Buenas noches!

6 de marzo de 1892

 Luis Rafael Flores quiso dejar constancia escrita de tan notable acontecimiento, por lo que le pidió al joven escritor Luis Dobles Segreda que redactase unas páginas basadas en sus recuerdos. El resultado fue un artículo que Dobles Segreda tituló «Rubén Darío en Heredia».

 Aquí solo voy a transcribir los últimos párrafos, los de la despedida.

 Por fin se fue. Solo tres días estuvo conmigo, ¡sólo tres días!

»—¿Por qué te vas, Rubén? ¿No te asienta el país?

»—Es muy lindo tu país, pero yo necesito vivir y tu país no tiene trabajo para mí. Mi machete es la pluma, hay que buscar dónde hacer la siega. Aunque quisieran estos periódicos pagarme, no podrían; es todo tan chico acá.

»Luego volvía a mirarme con ojos llenos de franqueza.

»—Y tu país huele a Fenicia, es un país de mercachifles.

»Cuando notó que la verdad era cruda, me puso la mano sobre el hombro para consolarme.

»—¿Pero Heredia? ¡Ah! Heredia es suave, cortés, coqueta y rezadora».

 Esta es la reproducción del texto que aparece en la revista Athenea, órgano del Ateneo de Costa Rica, en el número 6 del 15 de julio de 1920. El artículo completo puede encontrarse en la Biblioteca digital del SINABI (Sistema Nacional de Bibliotecas), cuya lectura recomiendo para entender mejor la personalidad del poeta.

 Siguiendo los pasos de Darío viajé una mañana a Heredia. En Google maps había visto que en la ciudad existía una calle llamada Rubén Darío (la calle 2, que recorre un lateral del Parque Central) y una escuela con su nombre en el cercano cantón de Santo Domingo.

 Anduve la mencionada calle de arriba abajo, sin encontrar otra señalización que la de calle 2, ninguna mención del poeta nicaragüense. Con intención algo traviesa, aproveché que a la puerta de un comercio de la cadena Monge, muy popular en Costa Rica, estaban reunidos tres empleados de edades comprendidas entre los 25 y los 55 años, y les pregunté inocentemente, como si estuviera perdido, qué calle era esa donde nos encontrábamos. “Es que aquí no nos guiamos por las calles. Díganos que busca y tal vez podamos orientarle”, me dijeron. “Estoy buscando la calle Rubén Darío”, les dije. Se miraron unos a otros y se encogieron de hombros. “Pues lo sentimos, pero no podemos darle razón alguna”. “Oigan, sin ánimo de molestar, ustedes sabrían decirme que significa la palabra corronga”, volví a preguntarles. Solo la reconocida amabilidad de los ticos, de los heredianos, de la que ya hablaba Darío, consiguió que me tomaran en serio y después de mostrarse ajenos a ese vocablo, corronga, todavía fueron a preguntar al supervisor de la tienda, un señor de más de sesenta años, con un buen conocimiento del pasado de la ciudad, que adujo no tener la menor idea de su significado. Sin embargo, en el diccionario de la rae, lo identifica como vocablo de uso solo en Costa Rica, que significa que algo es bonita, linda, atractiva. 

Definitivamente, en Costa Rica, no parece que sea una buena idea homenajear a alguien poniendo su nombre a una calle. Tendría más repercusión si le dedicaran un parque, además así habría una opción para que elevaran una estatua y una placa que explicara su contribución a la cultura y a la sociedad.

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