En enero de 2017 llegué una mañana al Palacio de la Cultura en Managua. Alguien me había hablado de que allí tenían una buena biblioteca con documentación sobre Rubén Darío. Me impresionó el monumental edificio de tres plantas, de estilo neoclásico que se halla situado en el costado sur de la Plaza de la Revolución. Tanto su ubicación, ocupando una manzana a un costado de la vieja catedral, como lo aparatoso de su fachada se explica porque hasta 1979 fue la sede del Congreso Nacional, aunque desde 1996 alberga una serie de instituciones culturales: Museo, Archivo, Hemeroteca y Biblioteca Nacionales. En el segundo piso, junto a la Biblioteca, se encuentra la Sala Rubén Darío. Es un espacio con dos salas, acondicionadas hace algunos años con ayuda de la Cooperación Española. La sala interior contiene los fondos bibliotecarios, con una variopinta muestra de ejemplares de libros y publicaciones relacionados con el poeta nicaragüense. También hay una sala de lectura, amueblada con un par de mesas y unos prismas triangulares de dos metros de altura decorados con fotografías alusivas a Rubén Darío junto con sus respectivas descripciones. Dada la escasa afluencia de lectores o de personas interesadas que acuden allí, la puerta se mantiene cerrada, y en mis visitas me he encontrado con que a menudo la sala está fuera de servicio por inventario (al menos esa era la excusa que daban en recepción). Desde hace ya dos años, al tiempo que se jubiló la persona que la atendía, se encuentra definitivamente cerrada, al igual que la propia Biblioteca Nacional, siendo muy complicadas las gestiones para realizar alguna consulta.
Cuando esa
mañana llamé a la puerta, me abrió un señor de avanzada edad que atendió con
amabilidad mi solicitud. Como no hay disponible un catálogo de los fondos del
Archivo, que por otra parte tampoco son exhaustivos ni abundantes, se debe
tener claro qué es lo que se busca y confiar en la memoria y el conocimiento
del responsable para encontrarlo.
“Busco la
biografía iconográfica de Rubén Darío. La que se ha publicado hace unos días”.
Le dije.
“Todavía no
la tenemos”. Respondió, mirándome con curiosidad. “De hecho es posible que el autor la traiga a lo largo de
la mañana. Pero le puedo facilitar la prueba de imprenta que se ha utilizado
para hacer la última revisión. Tiene muy pocas variaciones con respecto al
libro definitivo”.
Don
Guillermo Flores, que así se llamaba la persona que me atendía, es un estudioso
de la vida y la obra de Darío y un gran conocedor de la historia de los libros
en general, a quien es difícil sorprender con algún dato nuevo. Encontré en él
a un buen conversador, alguien con ánimo de ayudar, que, al saber de mi
interés, en esos días incipiente y algo atolondrado, por la obra del poeta
nicaragüense, se avino a mostrarme el ejemplar de la primera edición de Azul
que tenían en custodia en la biblioteca. Yo esperaba con ilusión aquel libro.
Era la primera vez que iba a contemplar y tener en las manos esta obra icónica
de la literatura española. Pero lo que trajo a la sala de lectura era un libro
desencuadernado, sin cubiertas, al que le faltaban un buen número de hojas, que
habían sido sustituidas por cuartillas de papel bond mecanografiadas con el
texto faltante, donde muchas de las hojas presentaban manchas de humedad sobre una
coloración tostada. También llamó mi atención el hecho de que la hoja, también
suelta, donde el poeta advierte que “De este libro se han tirado veinte
ejemplares en papel Holanda. Uno en papel Japón”, estaba mal situada, al final
del libro. Superada la sorpresa, mi primer pensamiento fue que, si en ese estado
se hallaba el ejemplar depositado en la Biblioteca Nacional de Nicaragua, cuna
del poeta, sería debido a la escasez de ejemplares y a la dificultad de
conseguirlo en mejor estado. Obviamente, como habrá podido leer en otros
artículos de este blog, esa no era la razón.
Mientras
conversábamos sobre el libro se presentó en la sala Edmundo Montenegro. Era el
autor de la bibliografía iconográfica y llegaba cargado con una caja de libros.
Según explicaba eran parte de su pago por el esfuerzo de cuatro años de
investigación y uno más de actividad persuasiva, entre los responsables del
Instituto de Cultura, para conseguir que lo editasen. Se habían imprimido mil
ejemplares y él había recibido trescientos. Me pareció que era un buen pago. El
Instituto regalaría los suyos entre los diversos organismos gubernamentales y
en las conmemoraciones que estaban por venir sobre el sesquicentenario del
nacimiento de Darío, mientras que Edmundo tenía ahora la tarea de vender sus
libros a través de las dos grandes librerías que hay en Nicaragua y entre
clientes ocasionales interesados en ese tema. Yo parecía uno de ellos y él no
perdió la ocasión de ofrecerme algunos ejemplares a diez dólares cada uno.
Lo que me llamó la atención era que Edmundo no formaba parte del selecto mundillo cultural que en Nicaragua celebra todos los años las jornadas darianas, que tienen lugar entre las fechas calendario de su muerte y su nacimiento. No pertenecía a ese grupo de intelectuales, cuya colaboración es requerida con frecuencia en los actos de homenaje a Darío, que se realizan en colegios, alcaldías e instituciones públicas, y que han dedicado una parte de su vida a estudiar y divulgar la obra del poeta, héroe cultural de la nación. Por lo que pude conocer su mérito reside en que es una persona autodidacta, dotado para la actividad comercial, admirador de Darío como muchos nicaragüenses, voluntarioso y tenaz, con un despierto sentido de negocio, que cierto día observó que no existía una recopilación de fotografías del poeta y decidió realizarla por su cuenta. Hay que señalar que ya antes que él, Francisco Ernesto Martínez, oriundo de Masaya, también autodidacta, con vocación de cronista e historiador, había publicado con sus propios recursos, unos años antes, dos libros con recopilaciones de fotos, pero editados con escasos medios y que no habían tenido repercusión en los medios locales: (Fotos de Rubén Darío, 2007 / Así era Rubén Darío: Su completa iconografía y los retratos escritos de su personalidad, 2015).
“Ya estoy
viendo la manera de publicar una segunda edición, con nuevas fotos, y que
además abarque todo los testimonios gráficos que haya sobre Darío, ya sean
monumentos, calles o colegios. Ahora estoy tratando de localizar las fotos y la
película que se tomó cuando presentó en España sus cartas credenciales ante el
Rey. Porque debe de haber una película de ese acto”. Me dijo Edmundo. Tal era
el entusiasmo que entonces le embargaba.
Los libros
se vendieron bien en las librerías; y Edmundo, acuciado por las necesidades del
día a día, seguía ocho meses después ofreciendo los pocos ejemplares que le
quedaban a precio rebajado. Luego la crisis socio-política que asoló el país, a
la que se añadió posteriormente la pandemia del coronavirus, dejó en ilusiones
el proyecto de editar un nuevo libro.
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