Esta tragicomedia escrita en 1920, es un referente
del género teatral conocido como esperpento, y se ha convertido, desde que fue
estrenada por primera vez en 1970, en una auténtica regalía para los directores
teatrales, ya que la sobriedad estética de sus escenas les permite volcar en
ella toda su creatividad, realizando montajes tan sorprendentes como desbordantes de
imaginación.
El
decorado consistía en esta ocasión en un fondo negro, donde tres grandes espejos
cóncavos, situados encima de sendas plataformas deslizantes, eran desplazados
por los propios actores, componiendo así cada nuevo cuadro, de manera que, a
través de sus reflejos desde el patio de butacas, conseguían incluir al público
en la escena. Todo un espectáculo de magia, al que se sumaba un juego de luces
sobrio pero impactante, que dotaba a cada escena de un ambiente donde la
palabra adquiría una fuerza intemporal.
La
obra retrata una época y un modo de vida en la España de los años veinte. El
argumento es sencillo: Max Estrella, al que todos consideran el primer poeta de este país, es
ahora un anciano ciego a la vez que sagaz, irónico e ingenioso, que hace
del dominio de la palabra la mejor de sus armas, y con ella recorre las calles
de un Madrid marginal y grotesco, encontrándose con viejos amigos y
circunstancias que despiertan su ironía.
Asistir a esta nueva representación tenía para mí, a diferencia de las
anteriores, el aliciente de poder observar como era tratado Rubén Darío, que es
uno de los personajes secundarios de la pieza teatral. Siempre me he preguntado
el por qué Valle Inclán lo incluyó en esta obra, que refleja los últimos días
de la vida de Alejandro Sawa, sin tratar de disimular su presencia dándole otro
nombre, como hizo con Don Latino o con Max Estrella, los dos principales
protagonistas. Porque igual que Max Estrella encarna al bohemio heroico, Don
Latino es un remedo del bohemio golfante, desleal, que vende mala literatura y
se arrima al éxito y la fortuna de los otros.
Tal vez, considerando la amistad que, a lo largo de muchos años, hubo
entre Valle Inclán y Darío, se puede pensar que lo incluyó en la obra a modo de
homenaje, dejando constancia de la presencia y la actitud del poeta en aquellas
tertulias de los cafés madrileños. ¿Era Rubén Darío un personaje peculiar, tal
vez extravagante en aquel Madrid de comienzos del siglo XX?
Veamos
como transcurre la escena novena, donde aparece por primera vez Darío, en esta
obra teatral que se compone de 15 escenas.
ESCENA NOVENA
(Un café que prolongan
empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos. El mostrador en el fondo, y
detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la diversa botellería. El
Café tiene piano y violín. Entran MAX ESTRELLA y DON LATINO).
MAX: ¿Qué tierra
pisamos?
DON LATINO: El
Café Colón.
MAX: Mira si
está Rubén. Suele ponerse enfrente de los músicos.
DON LATINO: Allá
está como un cerdo triste.
MAX: Vamos a su
lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro.
DON LATINO: No
me encargues de ser tu testamentario.
MAX: ¡Es un gran
poeta!
DON LATINO: Yo
no lo entiendo.
MAX: ¡Merecías
ser el barbero de Maura!
(Por entre
sillas y mármoles llegan al rincón donde está sentado y silencioso RUBÉN DARÍO.
Ante aquella aparición, el poeta siente la amargura de la vida, y con gesto
egoísta de niño enfadado, cierra los ojos, y bebe un sorbo de su copa de
ajenjo. Finalmente, su máscara de ídolo se anima con una sonrisa cargada de
humedad. El ciego se detiene ante la mesa y levanta su brazo, con magno ademán
de estatua cesárea).
MAX: ¡Salud,
hermano, si menor en años, mayor en prez!
RUBÉN:
¡Admirable! ¡Cuánto tiempo sin vernos, Max! ¿Qué haces?
MAX: ¡Nada!
RUBÉN:
¡Admirable! ¿Nunca vienes por aquí?
MAX: El café es
un lujo muy caro, y me dedico a la taberna, mientras llega la muerte.
RUBÉN: Max,
amemos la vida, y mientras podamos, olvidemos a la Dama de Luto.
MAX: ¿Por qué?
RUBÉN: ¡No
hablemos de Ella!
MAX: ¡Tú la
temes, y yo la cortejo! ¡Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para
la otra ribera de la Estigia! Vengo aquí para estrecharte por última vez la
mano, guiado por el ilustre camello Don Latino de Híspalis. ¡Un hombre que
desprecia tu poesía, como si fuese Académico!
DON LATINO:
¡Querido Max, no te pongas estupendo!
RUBÉN: ¿El señor
es Don Latino de Híspalis?
DON LATINO: ¡Si
nos conocemos de antiguo, maestro! ¡Han pasado muchos años! Hemos hecho juntos
periodismo en La Lira Hispano Americana.
RUBÉN: Tengo
poca memoria, Don Latino.
DON LATINO: Yo
era el redactor financiero. En París nos tuteábamos, Rubén.
RUBÉN: Lo había
olvidado.
MAX: ¡Si no has
estado nunca en París!
DON LATINO:
Querido Max, vuelvo a decirte que no te pongas estupendo. Siéntate e invítanos
a cenar. Rubén, hoy este gran poeta, nuestro amigo, se llama Estrella
Resplandeciente!
RUBÉN:
¡Admirable! ¡Max, es preciso huir de la bohemia!
DON LATINO:
¡Está opulento! ¡Guarda dos pápiros de piel de contribuyente!
MAX: ¡Esta tarde
tuve que empeñar la capa, y esta noche te convido a cenar! ¡A cenar con el
rubio Champaña, Rubén!
RUBÉN:
¡Admirable! Como Martín de Tours, partes conmigo la capa, trasmudada en cena.
¡Admirable!
DON LATINO:
¡Mozo, la carta! Me parece un poco exagerado pedir vinos franceses. ¡Hay que
pensar en el mañana, caballeros!
MAX: ¡No
pensemos!
DON LATINO:
Compartiría tu opinión, si con el café, la copa y el puro nos tomásemos un
veneno.
MAX: ¡Miserable
burgués!
DON LATINO:
Querido Max, hagamos un trato. Yo me bebo modestamente una chica de cerveza, y
tú me apoquinas en pasta con lo que me había de costar la bebecua.
RUBÉN: No te
apartes de los buenos ejemplos, Don Latino.
DON LATINO:
Servidor no es un poeta. Yo me gano la vida con más trabajo que haciendo
versos.
RUBÉN: Yo
también estudio las matemáticas celestes.
DON LATINO:
¡Perdón entonces! Pues sí, señor, aun cuando me veo reducido al extremo de
vender entregas, soy un adepto de la Gnosis y la Magia.
RUBÉN: ¡Yo lo
mismo!
DON LATINO:
Recuerdo que alguna cosa alcanzabas.
RUBÉN: Yo he
sentido que los Elementales son Conciencias.
DON LATINO:
¡Indudable! ¡Indudable! ¡Indudable! ¡Conciencias, Voluntades y Potestades!
RUBÉN: Mar y
Tierra, Fuego y Viento, divinos monstruos. ¡Posiblemente Divinos porque son
Eternidades!
MAX: Eterna la
Nada.
DON LATINO: Y el
fruto de la Nada: Los cuatro Elementales, simbolizados en los cuatro
Evangelistas. La Creación, que es pluralidad, solamente comienza en el Cuatrivio.
Pero de la Trina Unidad, se desprende el Número. ¡Por eso el Número es Sagrado!
MAX: ¡Calla,
Pitágoras! Todo eso lo has aprendido en tus intimidades con la vieja Blavatsky.
DON LATINO:
¡Max, esas bromas no son tolerables! ¡Eres un espíritu profundamente
irreligioso y volteriano! Madama Blavatsky ha sido una mujer extraordinaria, y
no debes profanar con burlas el culto de su memoria. Pudieras verte castigado
por alguna camarrupa de su karma. ¡Y no sería el primer caso!
RUBÉN: ¡Se obran
prodigios! Afortunadamente no los vemos ni los entendemos. Sin esta ignorancia,
la vida sería un enorme sobrecogimiento.
MAX: ¿Tú eres
creyente, Rubén?
RUBÉN: ¡Yo creo!
MAX: ¿En Dios?
RUBÉN: ¡Y en el
Cristo!
MAX: ¿Y en las
llamas del Infierno?
RUBÉN: ¡Y más todavía
en las músicas del Cielo!
MAX: ¡Eres un
farsante, Rubén!
RUBÉN: ¡Seré un
ingenuo!
MAX: ¿No estás
posando?
RUBÉN: ¡No!
MAX: Para mí, no
hay nada tras la última mueca. Si hay algo, vendré a decírtelo.
RUBÉN: ¡Calla,
Max, no quebrantemos los humanos sellos!
MAX: Rubén,
acuérdate de esta cena. Y ahora, mezclemos el vino con las rosas de tus versos.
Te escuchamos.
(Rubén se recoge
estremecido, el gesto de ídolo, evocador de terrores y misterios). MAX
ESTRELLA, un poco enfático, le alarga la mano. Llena los vasos DON LATINO. Rubén
sale de su meditación con la tristeza vasta y enorme esculpida en los ídolos
aztecas).
RUBÉN: Veré si
recuerdo una peregrinación a Compostela... Son mis últimos versos.
MAX: ¿Se han
publicado? Si se han publicado, me los habrán leído, pero en tu boca serán
nuevos.
RUBÉN:
Posiblemente no me acordaré.
(Un joven que
escribe en la mesa vecina, y al parecer traduce, pues tiene ante los ojos un
libro abierto y cuartillas en rimero, se inclina tímidamente hacia RUBÉN DARÍO).
EL JOVEN:
Maestro, donde usted no recuerde, yo podría apuntarle.
RUBÉN:
¡Admirable!
MAX: ¿Dónde se
han publicado?
EL JOVEN: Yo los
he leído manuscritos. Iban a ser publicados en una revista que murió antes de
nacer.
MAX: ¿Sería una
revista de Paco Villaespesa?
EL JOVEN: Yo he
sido su secretario.
DON LATINO: Un
gran puesto.
MAX: Tú no
tienes nada que envidiar, Latino.
EL JOVEN: ¿Se
acuerda usted, maestro?
(RUBÉN asiente
con un gesto sacerdotal, y tras de humedecer los labios en la copa, recita
lento y cadencioso, como en sopor, y destaca su esfuerzo por distinguir de eses
y cedas).
RUBÉN: ¡¡¡La
ruta tocaba a su fin,
y en el rincón de un quicio oscuro,
nos repartimos
un pan duro
con el Marqués
de Bradomín!!!
EL JOVEN: Es el
final, maestro.
RUBÉN: Es la
ocasión para beber por nuestro estelar amigo.
MAX: ¡Ha
desaparecido del mundo!
RUBÉN: Se
prepara a la muerte en su aldea, y su carta de despedida fue la ocasión de
estos versos. ¡Bebamos a la salud de un exquisito pecador!
MAX: ¡Bebamos!
(Levanta su
copa, y gustando el aroma del ajenjo, suspira y evoca el cielo lejano de París.
Piano y violín atacan un aire de opereta, y la parroquia del café lleva el
compás con las cucharillas en los vasos. Después de beber, los tres desterrados
confunden sus voces hablando en francés. Recuerdan y proyectan las luces de la
fiesta divina y mortal. ¡París! ¡Cabaretes! ¡Ilusión! Y en el ritmo de las
frases, desfila, con su pata coja, PAPÁ VERLAINE).
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Referencias:
Hay una clara relación entre los tres: Valle
Inclán, Sawa y Darío. Viejos conocidos, con una camaradería cultivada en los
cafés de París y Madrid, hay entre Sawa y Darío una deuda, que éste nunca
satisface y aquel le reclama con la urgencia de la necesidad, basada en unos
artículos que Sawa escribió para La Nación, y que Darío ofreció pagarle cuando
recibiera el dinero.
A su muerte, en 1909, Valle Inclán escribe una
nota a Darío en estos términos: "Querido Darío: Vengo a verle después
de haber estado en casa de nuestro pobre Alejandro Sawa. He llorado delante del
muerto, por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada,
usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer.
Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de
esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos sus intentos para publicarlo y
una carta donde le retiraban la colaboración de sesenta pesetas que tenía en El
Liberal, le volvieron loco en sus últimos días. Una locura desesperada. Quería
matarse. Tuvo el final de un rey de tragedia: loco, ciego y furioso". Posteriormente Darío prologará este libro.
En Madrid, en la esquina de la calle Alcalá con la Puerta del Sol, han colocado una lápida en la pared en la que puede leerse "Al cumplirse 100 años de la singular contienda en la que perdió su brazo izquierdo, a VALLE-INCLAN. En este lugar de Madrid, bajo el primer gran hotel de la capital, el París, estuvo el café de la Montaña, donde el hidalgo y escritor gallego cayó mutilado; un campo de batalla que luego sería inmortalizado en su sin par "Luces de bohemia", como Café Colón, foro en el que Rubén Darío fue honrado por Max Estrella y su escudero Don Latino, sin pensar en el mañana. En "La noche de Max Estrella" de 1999. EL CIRCULO DE BELLAS ARTES.
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