lunes, 28 de octubre de 2019

Rubén Darío, la actitud para vivir de la poesía


“Desde niño Rubén Darío pensó que podía vivir de la poesía”. Oí que me decía mi vecino de silla, sacándome de mi ensoñación.

Me encontraba entre las dos docenas de asistentes al conversatorio que tenía lugar en el auditorio de Hispamer, en Managua. Participaban, junto al autor de un nuevo libro sobre Rubén Darío,  dos catedráticos de literatura, asiduos en este tipo de eventos.

“Tal vez en esa época la poesía era más valorada”. Respondí, por pura cortesía.

“!Qué va a ser! Darío comenzó escribiendo versos bajo demanda para sus amigos de barrio y de colegio, por los que recibía algunos pesos. Luego colaboró en periódicos locales, ganando fama, regalías y pequeñas cantidades de dinero. Todo eso debió confundirle.

Observé a mi interlocutor. Era un hombre de unos setenta años. Sin duda se trataba de un dariano que había acudido a aquella presentación con la esperanza de escuchar algo nuevo. Su cara me resultaba conocida. Tal vez, pensé, lo había visto en algún debate cultural en la televisión local.

“Entonces, tenemos que agradecer que, ese primer error de juicio, le diera el impulso para convertirse en un gran poeta”. Le dije.

“Cierto– concedió-. Sin duda esas primeras experiencias le animaron a perseverar y al final, aunque no siempre bien, consiguió vivir de la literatura. Hasta los cargos diplomáticos que tuvo se los debió a su fama como escritor. Aunque lo que más le ayudó fue su forma natural de relacionarse y el haber entendido que solo estando cerca de los poderosos y adinerados podía cumplir su propósito”. Me explicó.

“Eso último debe ser un conocimiento innato, algo que les viene dado a los poetas junto con el don de escribir. De otra manera no podrían sobrevivir. Desde la época de los juglares siempre se han ganado la fama creando figuraciones artísticas, pero la vida se la han ganado dedicando alabanzas a los poderosos”. Argumenté.

“Tiene razón. Difícilmente podrían sobrevivir de otra manera. En la vida de Darío hay muchos ejemplos que pueden dar testimonio de esta forma de relacionarse con el poder y la riqueza”.

“¿Por ejemplo?”. Me interesé.

En este punto, la conversación, que hasta ese momento había transcurrido de manera casual, empezó a interesarme.

“Pues ahí está su peculiar relación con Navarro Ledesma, un influyente personaje que se llevaba mal con todos los nuevos escritores que surgieron a finales del siglo diecinueve, especialmente si eran criollos”.

“Es la primera vez que oigo ese nombre”. Le dije.

Se echó a reír.

“Adentrarse en la vida de Darío es como abrir el libro del Who’s Who, de esa época. Pareciera que se relacionó con todo aquel que representaba algo en el mundo hispanoamericano”.

Cuando aquella noche llegué a casa abrí el Internet y tecleé el nombre en Google. Aparte de Wikipedia, la mejor fuente de información estaba en los periódicos de la época. Los datos descriptivos señalaban que Francisco Navarro Ledesma se desempeñó como catedrático de literatura en un instituto de Madrid, y fue uno de los fundadores de la revista satírica Gedeón y del diario ABC, colaborando activamente en El Globo, El Imparcial y en revistas como La Lectura, Blanco y Negro o La Revista Moderna. Sus dos pasiones eran la fidelidad en el recuerdo a su gran amigo Ángel Ganivet , tras su muerte ocurrida en noviembre de 1898 y el poner en valor toda la obra cervantina, que le llevó a escribir una interesante biografía de Miguel de Cervantes. De joven, realizó alguna incursión en el campo de la poesía y la narrativa, con poco éxito, y acabó volcando toda su energía en la crítica literaria, que ejerció siempre con una actitud beligerante.

Aunque lo más relevante se encuentra en lo que sus amigos y detractores dejaron escrito sobre él. Le veían como un hombre de personalidad anticuada, un joven viejo, aferrado al pasado. Un modelo de la época que le había tocado vivir, dotado para la retórica, muy bien relacionado en el mundo literario, y que se manejaba con fluidez con el poder mediático, lo que le sirvió para conocer los tejemanejes de las redacciones. Algunos de sus contemporáneos lo describieron como “un don nadie con mucho poder en el mundo literario de su época”.

En unos años  en los que el mismo Manuel Machado constataba que “la muerte natural del poeta español era necesariamente de hambre”, este personaje que mantuvo casi siempre dos principios: la oposición a las nuevas tendencias que confluían en el modernismo y su apoyo y defensa de la vieja generación de escritores, podía hacer mucho daño con sus críticas, ya que, desde la tribuna de los periódicos en donde colaboraba, se había convertido en un destacado prescriptor, con una gran capacidad de influencia en el público, así como entre los intelectuales y políticos, por lo que su opinión favorable era buscada por los escritores de la época. Era bien conocido su desprecio por los nuevos autores, especialmente los modernistas y arremetía con frecuencia contra ellos en la sección que, bajo el nombre de “El papel vale más”, mantenía en la revista Gedeón. El título parecía decirlo todo.

Pues bien, este personaje de vida austera, tan alejado de las certidumbres que animaban la vida de Rubén Darío, llegó a entablar una relación con el poeta que finalmente llevó a éste a dedicarle un poema en ocasión de su fallecimiento.

Parece que todo empezó con motivo de la celebración del tricentenario de la edición de la primera parte del Quijote, que se realizó en Madrid durante los primeros días de mayo de 1905. Ambos coinciden allí, Navarro Ledesma pronuncia en el Ateneo, de cuya sección de literatura era presidente, una conferencia con el título de "Cómo se hizo el Quijote", y en esa misma oportunidad el día 13 de mayo, Darío presenta su poema "Letanías a nuestro señor don Quijote", que lee Ricardo Calvo, ya que el poeta nicaragüense no lo pudo hacer por indisposición.

Se conocieron durante esas celebraciones y Darío le comentó que tenía unos versos escritos en honor de Ángel Ganivet. Posteriormente, a finales de ese mismo mes, le hace llegar unos versos para que sean publicados en la revista Blanco y Negro, de la que Navarro Ledesma es director literario. Son los primeros que envía a esa redacción.

A finales de junio empieza a circular por Madrid el libro Cantos de vida y esperanza, que incluye el poema “Letanías a nuestro señor don Quijote”, y que va dedicado a Navarro Ledesma.

El 10 de julio éste responde al envío de los versos, y se disculpa por el retraso en publicarlos, aduciendo que están a la espera de que el artista José Arija se encargue de ilustrarlos, ya que pretenden darles una presentación acorde con la fama del autor. También le pide que le envíe sus versos dedicados a Ángel Ganivet.

Se trata del poema titulado “A Ganivet”, fechado en Budapest en 1904 y al que añadió posteriormente la dedicatoria a Navarro Ledesma. Este poema se publicó por vez primera en el diario El Sol, en 1925, y posteriormente fue recogido por Alberto Ghiraldo en su libro “El ruiseñor azul”, en el que aparecen poemas inéditos de Darío.

“A Ganivet”
……………………………..
ruiseñor enamorado de cosas imposibles,
y mistificador de las cosas sensibles,
hasta el punto de ser verdugo de sí mismo…
nada como mirarte
a la luz de la luna del arte
deshojando tu alma al borde del abismo.

Navarro Ledesma falleció el 21 de septiembre de 1905, de un súbito ataque al corazón. Para esta ocasión Darío escribió el poema IN MEMORIAM, publicado en El Imparcial, al que tiempo después Valentín Gómez, redactor en la revista La Lectura Dominical, que firmaba con el seudónimo de Mínimus, y que gozaba de gran prestigio político y literario, criticó con saña.

“A Navarro Ledesma”
IN MEMORIAM
He aquí lo que fue: Claro, profundo, franco.
Su pensar singular brotó del papel blanco
Cual una fuente de vigor y de dulzura
Y se transparentaba en su alma toda pura.
Yo no escuché jamás palabra tan humana
Y que fuese en mi sangre y mi pensar mi hermana.
Era bueno. Era puro. Era lo que hay que ser
Cuando se trae en el hombro la piedra del deber.
Y él la supo llevar, esa piedra de hierro,
Viendo hacia arriba al águila y hacia sus pies el perro.
 i Oh amigo ! Sé en lo hondo del infinito ahora
Como eras en el triste imperio de la hora.
Todo lleno de angustia y de dolor y duelo.
Perpetúate en ritmo, en canto, en verso y vuelo.


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