Una de las visitas más
esperadas que tenía que hacer durante mi estancia en Madrid era a la librería
editorial Centro de Arte Moderno, situada en pleno barrio de Chamberí.
Una mañana de junio me dirigí
hacia allí. Aún a pesar del intenso tráfico de la ciudad el paseo resulta
agradable. Bajé del autobús a la altura del Corte Inglés de Arguelles, en la intersección de la calle de la Princesa, y
caminé por los antiguos bulevares, como todavía conocen a esa arteria ciudadana
los más viejos del lugar, hasta llegar a la confluencia con la calle Galileo.
Luego subí por esta calle de bellas tradiciones y agradables recuerdos de
juventud, hasta encontrar la librería a mi derecha. Si no te fijas bien puede pasar
desapercibida, ya que no tiene grandes letreros anunciadores y apenas ocupa
tres metros de fachada exterior, que apenas dejan espacio para la puerta y un
pequeño escaparate.
Llegué temprano y me atendió
Raúl, quien a mi requerimiento desplegó sobre la mesa una docena de
publicaciones sobre Rubén Darío y se dispuso a darme los precios de cada uno
que previamente consultaba en el ordenador.
Estábamos en esa tarea cuando llegó Claudio,
sonriente, compartiendo energía y vitalidad, vistiendo una ropa casual, una
playera y un short rayado, propia del calor veraniego que asolaba Madrid.
Nos reconocimos en el primer
vistazo. Hacía un año le había comprado el facsímil del cuaderno de hule negro,
que ellos habían editado, y estuvimos hablando largo rato sobre libros en general
y más específicamente sobre los motivos que le habían llevado a elegir esa obra
tan personal de Rubén Darío y como había sido el proceso de edición hasta
confeccionar el facsímil.
--Me enamoré del cuaderno en
cuanto supe de su existencia. —me había dicho entonces— Nosotros tenemos
experiencia en realizar facsímiles de obras de autores latinoamericanos, y el
cuaderno donde Darío había escrito de su puño y letra me pareció fascinante. Ya
llevábamos varios años hablando con la Universidad Complutense, que es quien custodia
el cuaderno, para hacer el facsímil, pero hasta ahora que se conmemora el
centenario de su muerte que nos dieron la autorización.
-¿Y tuviste el original en
tu poder mientras lo reproducías?—le pregunté
--Nunca. La propia
Universidad se encargó de tomar las fotos de cada página, con equipos
especiales, y nos pasó toda la información pertinente: medidas, calidad y tipo
de papel, composición del hule de las cubiertas y características de la
filigrana del hule. El cuaderno lo tienen muy bien protegido en una vitrina con
condiciones ambientales controladas. Ten en cuenta que se le considera la joya
de los documentos darianos.—me explicó.
Claudio Pérez Míguez entró
con paso firme y decidido en el mundo literario cuando en 1982, allá en el
Buenos Aires donde vivía, a los quince años, mientras estaba estudiando
secundaria y como parte de un trabajo escolar telefoneó a Borges para hacerle
una entrevista. Y Borges, que entonces tenía 83 años, accedió y le citó en su
casa de la calle Maipú.
--Y le preguntaste que cómo
se definiría a sí mismo—le recordé.
--Si, entonces era más
atrevido. Y recuerdo perfectamente su respuesta: “Si yo tuviera que definirme
diría que soy un escritor, aunque tal vez sería mejor decir un lector, ya que
creo ser mejor lector que escritor”.
--Y ahora tienes aquí mismo
un pequeño museo del escritor.—le dije animándole con el gesto a que me hablase
de ello.
--Esto es más que una
librería. Es también un centro de arte donde realizamos actividades culturales,
presentaciones de libros, exposiciones temporales de pintura y fotografía, y
efectivamente tenemos un Museo dedicado a los escritores latinoamericanos donde
exponemos una pequeña muestra de los objetos que guardamos y que en su mayoría
son donados por los propios autores. Recientemente Sergio Ramírez, que es gran
amigo de esta casa, nos hizo llegar los cuatro disquetes en los que escribió el
original de su novela Castigo Divino—me explicó.
--¿Y que más tenéis?.
--Pues mira, de Onetti
tenemos toda su biblioteca, cartas y objetos personales. Y como curiosidad,
aparte de muchas primeras ediciones, también tenemos la pipa de Julio Cortázar,
o el sombrero de Bioy Casares, la corbata con la que se casó Max Aub y las
gafas que usaba Mario Benedetti. Así hasta casi cinco mil objetos. Y siempre
buscamos que sean elementos icónicos que acompañaron la imagen del personaje.
--¿Y de Rubén Darío?.
--Tenemos primeras
ediciones, muchos de los libros editados por Mundo Latino en la década de 1920,
documentos autógrafos y algunas cartas. Precisamente en octubre de 2016
montamos en Cáceres, en el recinto de la Universidad de Extremadura, una
exposición dedicada exclusivamente a Rubén Darío y su entorno literario.
Llevamos la mayoría de las piezas que guardamos de él y cuidamos mucho la
presentación. Al mismo tiempo se desarrollaba un simposio sobre Rubén Darío y
el modernismo. Tuvo bastante repercusión en los medios y la verdad es que gustó
mucho.
--¡Qué bien!. Me hubiera
gustado poder asistir. —le dije, contagiado del mismo entusiasmo que el
transmitía en sus explicaciones-- ¿Y, podrías enseñarme el museo?.—le pedí.
--Claro. Sígueme.
Bajamos por una estrecha
escalera hasta el semisótano de la librería.
--Disculpa el desorden pero
hace dos días tuvimos la presentación de un libro de poesías y aún no hemos
recogido las sillas.
Atravesamos el pequeño salón
de actos lleno de sillas, algunas de ellas todavía con el programa del evento
sobre el asiento, y pasamos a otra sala donde las paredes estaban cubiertas de
vitrinas en las que se escalonaban libros y objetos personales bien
documentados. En una de ellas podía verse una
carta manuscrita de Amado Nervo.
--¿Y tenéis algo en mente,
alguna cosa en relación a Darío?. Le pregunté.
--Pues sí. Ya sabes que
nuestra especialidad son los facsímiles. Precisamente en este mes queremos
sacar el facsímil de “El canto a la Argentina”, con nuestro sello editorial "Del Centro Editores", van a ser cien ejemplares, numerados y firmados. El original está en el Archivo
del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile. Cuando lo vi me llevé una
agradable sorpresa. Darío lo escribió en un cuaderno idéntico al de hule negro.
Son las mismas hojas, parece que le gustaba ese tipo de cuaderno. Pero en este
caso el original está bastante deteriorado.
--¡Vaya, qué curioso!.
–exclamé.
--Lo vamos a ofrecer en una
caja similar a la que contenía el cuaderno. Y va a ir acompañado del facsímil de "La Marcha Triunfal" y el del poema "A Mitre".
Antes de irte déjame tu dirección de correo. En cuanto salga a la venta te lo comunico, y te reservo uno. Pienso que el precio va a ser muy similar al otro. Pero te haremos un buen descuento. Y lo haré porque sé que te lo llevarás a Nicaragua y que allí tratarás de divulgarlo y darlo a conocer.
Le pedí permiso para sacar
unas fotografías y luego insistí en que posara él junto a las vitrinas. De esta manera inmortalicé mi paso por este
lugar emblemático. Solo quedaba esperar a que me comunicase que ya tenía el
cuaderno disponible con el facsimil de “El canto a la Argentina”.
Y tuve que esperar hasta que
pasó el verano. Con el mes de agosto a la puerta, en que media España está de
vacaciones y las librerías cerradas, la prudencia comercial aconsejaba dejar
cualquier lanzamiento editorial hasta septiembre.
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