lunes, 18 de septiembre de 2017

Rubén Darío objeto de coleccionismo

Que yo era coleccionista y que mi tema era Rubén Darío fue algo que empezó a conocerse fuera de mi ámbito familiar cuando empecé a publicar artículos en la prensa y a realizar presentaciones en foros culturales sobre mi peculiar colección de “Rubén Darío en los sellos postales del mundo”, o cuando escribía acerca de las primeras ediciones que iba adquiriendo de sus libros más emblemáticos.

En Nicaragua aún quedan muchos recuerdos del poeta, así que no resultó extraño que empezara a recibir llamadas ocasionales y correos electrónicos ofreciéndome algún documento presuntamente manuscrito de Darío, así como libros firmados por él. Incluso a través de Facebook me contactaron en una ocasión para ofrecerme su pasaporte.

La picaresca también mueve al mundo y si bien es verdad que en mi búsqueda encontré algunos personajes situados en el lado oscuro del coleccionismo, no es menos cierto que también conocí algunas personas cuyos conocimientos y dedicación a la obra y la vida del poeta inspiraron algunos de mis descubrimientos.

--Sabía usted que Rubén Darío  no era ajeno al mundo del coleccionismo. Es más, en varias ocasiones mostró su simpatía hacia esa afición. 

Estas palabras me las dijo un conocido dariano una tarde en que me hallaba en la biblioteca nacional, consultando algunos libros para tratar de documentar el primer viaje del poeta a la isla de Mallorca, allá por el invierno de 1906.

Reconozco que consiguió despertar mi interés y le pedí que me hablara más de aquel tema.

--Darío conoció a algunos de los grandes coleccionistas de la época. El descubrió que en aquella afición había una fuente de ingresos y la utilizó. Pero a su vez fue él mismo objeto de coleccionismo, y la gente solicitaba sus autógrafos de la misma manera que ahora se buscan y se coleccionan los autógrafos de los futbolistas o de los cantantes famosos. A poco que se busque es fácil toparse con datos muy curiosos, y sobre este tema apenas se ha investigado.

Hizo una pausa, mientras observaba mi reacción.

--Creo que usted, como coleccionista, puede disfrutar haciendo ese trabajo.

Fueron palabras premonitorias. Busqué aquellos artículos en los que Darío hablaba de esta afición que consiste en buscar, agrupar y organizar y cada nuevo descubrimiento me iba llevando un poco más lejos y me acercaba más a entender la relación entre Darío y el coleccionismo.

Durante el siglo diecinueve se fue consolidando la afición a coleccionar  autógrafos de personas famosas. Ya en 1864 Abraham Lincoln había escrito una carta a Alejandro Dumas solicitándole una fotografía suya autografiada para ser vendida en la feria de Pittsburg, con el fin de obtener ingresos para paliar la situación de los enfermos y heridos en la guerra de secesión. El escritor le envió cien autógrafos y diez dólares para contribuir a esa causa.

Y Rubén Darío también fue objeto de coleccionismo, y sufrió el acoso de aquellos que solicitaban su autógrafo en un álbum, en una tarjeta postal o en un abanico, y de quienes  le pedían unas palabras escritas, o mejor un verso dirigido a una persona determinada. Y no eran pocos los que lo pedían.

Muchos de estos poemas escritos en álbumes y abanicos han sido recogidos en las múltiples recopilaciones que se han ido haciendo de la obra poética de Darío.

Pero a principios del siglo XX  la avidez por poseer autógrafos de artistas famosos se hizo tan insistente que llegó a ser una molestia, por abusivo, y el propio Darío evoca esta obsesión cuando escribe: “Sobre mi mesa de labor un buen montón de tarjetas postales, de España y de la América latina. Son envíos para el consabido autógrafo. Esto es usual...”

.En el Archivo Rubén Darío de la Universidad Complutense pueden encontrarse algunas de estas solicitudes dirigidas al poeta. Llegan desde varios países y los demandantes son tanto hombres como mujeres. Algunos caballeros interceden por sus damas a quienes, con el autógrafo, desean hacer un regalo especial. Incluso expresamente le piden algún detalle que personalice las tarjetas firmadas, que de esta manera adquieren un valor único e inimitable. Son piezas raras, y ya se sabe que la rareza es una cualidad muy relevante en cualquier colección.

Un buen ejemplo lo tenemos en la carta  que le envía Gustavo R. de Vivel, desde Guayaquil (12-I-1907), con membrete de El diario de Nicaragua, en la que ruega al poeta el regalo de su pluma para la señorita Emilia Escala, factora principal de la sociedad guayaquileña. Para ello le hace llegar dentro del sobre una tarjeta postal, donde previamente ha anotado la dirección a la que debe enviarse, por lo que puede deducirse que llevaba sello. De esta manera la tarjeta que llega a las manos de la receptora está circulada, con matasellos e indicación de fecha de envío. Así se crea la ficción de haber mantenido correspondencia con Darío, cuyo “especial talento” le hace codiciable como objeto de colección.

Otro ejemplo es la carta que le envía José de Peralta Balmes, desde el Salvador (Febrero de 1904) en la que le hace una solicitud parecida y que, como curiosidad, lleva una postdata de Crisanto Medina, a la sazón ministro de Nicaragua en Francia, en la que textualmente se lee “Le suplico acceder a la solicitud que precede y devolverme la inclusa bajo sobre. Suyo affmo C. Medina”.


Pero sobre todo resulta esclarecedora la carta que le envía una mujer desde Lima, (aquí puede verse una fotografía de la carta) en la que se declara “una de tantas víctimas de la postalmanía moderna”, y le solicita el envío de una tarjeta que incluya su autógrafo y algún pensamiento original.

También Darío se sirvió del coleccionismo en su propio beneficio. Digamos que reunió en un mismo saco su necesidad recurrente de conseguir ingresos con los que mantener su nivel de vida y la avidez de los coleccionistas por conseguir documentos autógrafos.

De esta manera es frecuente encontrar poemas que, incluso años después de su publicación en revistas y libros, han sido copiados por el propio Darío, en ocasiones sin respetar la estructura rítmica original, fechados, numerados y con su firma en cada una de las hojas, que parecen claramente realizados para satisfacer ese mercado. Estas copias autógrafas pueden hoy encontrarse tanto en colecciones privadas como en la de prestigiosas universidades. Como ejemplo es oportuno mencionar  “La epístola a la señora de Lugones”, una de cuyas copias manuscritas se encuentra en los archivos de la Universidad de Arizona y que responde claramente a estos parámetros.

No cabe duda, como personaje público conocido y reconocido, Rubén Darío no pudo sustraerse a la moda del coleccionismo. Firmó decenas de autógrafos y dedicatorias en postales, álbumes y abanicos. Hoy esos documentos se encuentran en colecciones o son ofrecidos a precios elevados en un mercado con pocas garantías de autenticidad.

Esto último lo podría comprobar unos meses más adelante cuando fui a visitar a La vendedora de manuscritos de Rubén Darío 

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