miércoles, 9 de enero de 2019

Historia de la glorieta de Rubén Darío en Madrid

    El 12 de octubre de 1922 el Ayuntamiento de la capital de España inauguró, en una ceremonia llena de suntuosidad, la glorieta dedicada al poeta Rubén Darío. Pero lo que pudiera parecer un acontecimiento “normal” en una ciudad que estaba entonces en plena expansión y que siempre se distinguió por recordar en sus calles los nombres de sus hijos ilustres, estuvo en esta ocasión rodeada de una serie de circunstancias que parecen sacadas del argumento de una novela histórica.

   Bastaría con leer el excelente artículo que Ramón Gómez de la Serna, el ilustre cronista de Madrid, publica el 6 de octubre en El Liberal, donde aplaude el gesto del Ayuntamiento de Madrid, para entrever lo peculiar de aquella ocasión.

   “Está muy bien elegido el sitio –escribe Gómez de la Serna-- y, además, está muy bien que sea una glorieta la que corresponda al poeta. Una plaza es de una ciudadanía sin intimidad y una calle es algo atropellado y de espesa transeuntería. Las glorietas son para los poetas.

    Lope de Vega, estatuado y aprendiéndose de memoria inacabablemente no se sabe qué libreto de sus innumerables comedias, se ha sentido satisfecho de que la glorieta, que en el fondo es suya, lleve el nombre del excelso poeta. Pero lo que es un acierto último, insuperable, es dedicar el Cisne a Rubén Darío, pues merece esa ofrenda, que nos hubiera hecho clamar al cielo si hubiera sido ofrendada a cualquier otro; pues esa glorieta del Cisne recuerda una preciosa fuente que Gustavo Doré dibujó con dramática maestría y en la que el cisne lanzaba, bajo hermosos árboles, el poema del agua que le ahoga, agua lírica que la Luna tallaba con su Iuz muchas noches”.

   Hasta entonces tanto la glorieta como la calle que le daba acceso, habían tomado su nombre de la Fuente del Cisne, que estaba situada doscientos metros más abajo, en la entrada desde la Castellana, arteria principal de Madrid. Era una fuente compuesta por una columna de breve fuste que sostenía una taza semiesférica que servía de pila, coronada en el centro por un grupo escultórico que representaba un cisne de plomo, en la agonía de ser devorado por una serpiente, mientras lanza chorros de agua por el pico.

   Otro detalle que anuncia la crónica de Gómez de la Serna es que la glorieta ya estaba habitaba por una estatua de bronce dedicada a Lope de Vega, representado de cuerpo entero, con su hábito sacerdotal, en actitud ensimismada corrigiendo uno de sus escritos. La escultura era obra de Mateo Inurria, y había sido colocada allí en 1908.

   El día 12 de octubre de 1922, todos los diarios de Madrid dan cuenta, en sus ediciones vespertinas, de la procesión cívica que tuvo lugar aquella mañana, con el doble propósito de rendir homenaje al almirante Colón y proceder a inaugurar con una espléndida ceremonia la glorieta dedicada al poeta Rubén Darío.

   Cuentan las crónicas que “...En el Paseo de Recoletos, se habían reunido más de mil niños de las escuelas municipales y nacionales de Madrid, acompañados de sus maestros y llevando al frente sus estandartes. Se hallaban presentes el Ayuntamiento y la Diputación representados por el  alcalde, conde de Valle Suchil, varios concejales y el vicerrector de la Universidad, así como algunos embajadores americanos. Desde allí la comitiva se puso en movimiento, encabezada por una sección de la Guardia Municipal montada. Al llegar a la estatua de Colón depositaron los niños ramos de flores. Desde allí se dirigieron por la Castellana y calle de Martínez Campos a la Glorieta del Cisne. En la glorieta se hallaba formado un escuadrón de la Guardia Municipal, de gran gala, dando frente a la casa en construcción de D. Miguel Maura, en la que se había colocado la lápida monumental, de mármol y bronce, que da el nombre de Rubén Darío a la glorieta, obra del joven y laureado escultor D. Rafael Vela del Castillo, y que permanecía cubierta por una bandera con los colores nacionales. La Banda Municipal, que también estaba presente, ejecutó varias composiciones de músicos españoles y americanos. A la derecha de la fachada en donde está la lápida se había levantado un tablado cubierto de terciopelo rojo para los oradores. A las doce en punto llegó la comitiva a la glorieta. A los acordes de la Marcha Real, ejecutada por la Banda Municipal, el alcalde tiró del cordón que sujetaba la bandera española, descubriendo la lápida que da el nombre del gran poeta a la que hasta hoy fue glorieta del Cisne, provocando una entusiasta ovación del público presente. Durante el acto, que se extendió hasta la una de la tarde, se pronunciaron elogiosos discursos por parte de las autoridades presentes, elogiando la figura del poeta”.

   Entre estos discursos destaca el pronunciado por el ministro de México, Alfonso Reyes, hablando en nombre de las delegaciones americanas, y del que el Heraldo de Madrid, copia el siguiente párrafo: “Feliz acuerdo el de consagrar en la Fiesta de la Raza un homenaje en memoria del mayor poeta de la Iengua durante los últimos siglos. Su nombre desde hoy queda incorporado a la vida diaria callejera de vuestra gloriosa ciudad. Y por justa paradoja y compensación, he aquí que convertís al desigual, al rebelde y antiguo genio, al pecador torturado, al elegante, al león entre tímido y bravío, que de pronto se acobardaba y de pronto comenzaba a rugir; al melancólico que cruzaba la vida “ciego de sueño y loco de armonía”, al hijo terrible de un continente que es, en él, un grito de insaciados anhelos, a nuestro Rubén Darío, el menos municipal de los hombres, en algo tan benévolo y manso como un genio municipal . Acógelo la divinidad que reina en las plazas y en las calles; y nosotros, buenos hijos de Roma, saludamos con ritos públicos, bajo el cielo risueño, al héroe mensajero de las primaveras americanas”.

   No sería hasta 1962 que la embajada española en Managua en acuerdo con el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, propusieron realizar un monumento a Rubén Darío, mediante suscripción pública, que sería construido por el escultor Victorio Macho.  Pero ante la falta de dinero, aprovechando el encargo ya existente por parte de la embajada de dos bustos de Rubén Darío, al escultor José Planes Peñalver, para ser colocados en Málaga y Santander,  se llegó a la solución provisional de pedir una tercera copia de ese busto, que se instaló en la glorieta, de forma provisional, a primeros de enero de 1967. Ese mismo año la estatua de Lope de Vega fue trasladada a su actual emplazamiento en la plaza de la Encarnación, quedando Rubén Darío dueño y señor de la glorieta que lleva su nombre.

   Pasadas las celebraciones del centenario del nacimiento del poeta, la falta de interés y el paso del tiempo determinaron que lo provisional se convirtiera en definitivo, con el agravante de que el busto original fue sustraído, y luego reemplazado por una copia que, a juicio de los expertos, era de bastante peor factura y calidad que la modelada por José Planes.


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