Bastaría con leer el excelente
artículo que Ramón Gómez de la Serna, el ilustre cronista de Madrid, publica el
6 de octubre en El Liberal, donde aplaude el gesto del Ayuntamiento de Madrid,
para entrever lo peculiar de aquella ocasión.
“Está muy bien elegido el
sitio –escribe Gómez de la Serna-- y, además, está muy bien que sea una
glorieta la que corresponda al poeta. Una plaza es de una ciudadanía sin intimidad
y una calle es algo atropellado y de espesa transeuntería. Las glorietas son
para los poetas.
Lope
de Vega, estatuado y aprendiéndose de memoria inacabablemente no se sabe qué
libreto de sus innumerables comedias, se ha sentido satisfecho de que la
glorieta, que en el fondo es suya, lleve el nombre del excelso poeta. Pero lo
que es un acierto último, insuperable, es dedicar el Cisne a Rubén Darío, pues
merece esa ofrenda, que nos hubiera hecho clamar al cielo si hubiera sido
ofrendada a cualquier otro; pues esa glorieta del Cisne recuerda una preciosa
fuente que Gustavo Doré dibujó con dramática maestría y en la que el cisne
lanzaba, bajo hermosos árboles, el poema del agua que le ahoga, agua lírica que
la Luna tallaba con su Iuz muchas noches”.
Hasta entonces tanto la
glorieta como la calle que le daba acceso, habían tomado su nombre de la Fuente
del Cisne, que estaba situada doscientos metros más abajo, en la entrada desde
la Castellana, arteria principal de Madrid. Era una fuente compuesta por una
columna de breve fuste que sostenía una taza semiesférica que servía de pila,
coronada en el centro por un grupo escultórico que representaba un cisne de plomo,
en la agonía de ser devorado por una serpiente, mientras lanza chorros de agua
por el pico.
Otro detalle que anuncia la
crónica de Gómez de la Serna es que la glorieta ya estaba habitaba por una
estatua de bronce dedicada a Lope de Vega, representado de cuerpo entero, con su hábito sacerdotal, en actitud ensimismada corrigiendo uno de sus escritos. La escultura era obra de Mateo Inurria, y había
sido colocada allí en 1908.
El día 12 de octubre de 1922,
todos los diarios de Madrid dan cuenta, en sus ediciones vespertinas, de la procesión
cívica que tuvo lugar aquella mañana, con el doble propósito de rendir homenaje
al almirante Colón y proceder a inaugurar con una espléndida ceremonia la
glorieta dedicada al poeta Rubén Darío.
Cuentan las crónicas que “...En el Paseo de Recoletos,
se habían reunido más de mil niños de las escuelas municipales y nacionales de
Madrid, acompañados de sus maestros y llevando al frente sus estandartes. Se
hallaban presentes el Ayuntamiento y la Diputación representados por el alcalde, conde de Valle Suchil, varios
concejales y el vicerrector de la Universidad, así como algunos embajadores
americanos. Desde allí la comitiva se puso en movimiento, encabezada por una
sección de la Guardia Municipal montada. Al llegar a la estatua de Colón
depositaron los niños ramos de flores. Desde allí se dirigieron por la
Castellana y calle de Martínez Campos a la Glorieta del Cisne. En la glorieta
se hallaba formado un escuadrón de la Guardia Municipal, de gran gala, dando
frente a la casa en construcción de D. Miguel Maura, en la que se había
colocado la lápida monumental, de mármol y bronce, que da el nombre de Rubén
Darío a la glorieta, obra del joven y laureado escultor D. Rafael Vela del
Castillo, y que permanecía cubierta por una bandera con los colores nacionales.
La Banda Municipal, que también estaba presente, ejecutó varias composiciones
de músicos españoles y americanos. A la derecha de la fachada en donde está la
lápida se había levantado un tablado cubierto de terciopelo rojo para los
oradores. A las doce en punto llegó la comitiva a la glorieta. A los acordes de
la Marcha Real, ejecutada por la Banda Municipal, el alcalde tiró del cordón
que sujetaba la bandera española, descubriendo la lápida que da el nombre del gran
poeta a la que hasta hoy fue glorieta del Cisne, provocando una entusiasta
ovación del público presente. Durante el acto, que se extendió hasta la una de
la tarde, se pronunciaron elogiosos discursos por parte de las autoridades
presentes, elogiando la figura del poeta”.
Entre estos discursos
destaca el pronunciado por el ministro de México, Alfonso Reyes, hablando en
nombre de las delegaciones americanas, y del que el Heraldo de Madrid, copia el
siguiente párrafo: “Feliz acuerdo el de consagrar en la Fiesta de la Raza un homenaje
en memoria del mayor poeta de la Iengua durante los últimos siglos. Su nombre
desde hoy queda incorporado a la vida diaria callejera de vuestra gloriosa
ciudad. Y por justa paradoja y compensación, he aquí que convertís al desigual,
al rebelde y antiguo genio, al pecador torturado, al elegante, al león entre
tímido y bravío, que de pronto se acobardaba y de pronto comenzaba a rugir; al
melancólico que cruzaba la vida “ciego de sueño y loco de armonía”, al hijo
terrible de un continente que es, en él, un grito de insaciados anhelos, a nuestro
Rubén Darío, el menos municipal de los hombres, en algo tan benévolo y manso como
un genio municipal . Acógelo la divinidad que reina en las plazas y en las calles;
y nosotros, buenos hijos de Roma, saludamos con ritos públicos, bajo el cielo
risueño, al héroe mensajero de las primaveras americanas”.
No sería
hasta 1962 que la embajada española en Managua en acuerdo con el
Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, propusieron realizar un monumento a
Rubén Darío, mediante suscripción pública, que sería construido por el escultor
Victorio Macho. Pero ante la
falta de dinero, aprovechando el encargo ya existente por parte de la embajada de dos bustos de Rubén Darío, al
escultor José Planes Peñalver, para
ser colocados en Málaga
y Santander, se llegó a
la solución provisional de pedir una tercera copia de ese busto, que se instaló
en la glorieta, de forma provisional, a primeros de enero de 1967. Ese
mismo año la estatua de Lope de Vega fue trasladada a su actual emplazamiento
en la plaza de la Encarnación, quedando Rubén Darío dueño y señor de la
glorieta que lleva su nombre.
Pasadas las celebraciones
del centenario del nacimiento del poeta, la falta de interés y el paso del
tiempo determinaron que lo provisional se convirtiera en definitivo, con el
agravante de que el busto original fue sustraído, y luego reemplazado por una
copia que, a juicio de los expertos, era de bastante peor factura y calidad que la modelada por José Planes.
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