Por razones que no vienen al caso, portaba ese día el álbum con la colección completa de los sellos postales que, en todo el mundo, se han emitido hasta la fecha en homenaje a Rubén Darío.
“Vaya a mostrárselo al
doctor Arellano, está aquí al lado, en la biblioteca. Es un estudioso de la
obra de Darío y seguro que le gustará verlo”, me animó Guillermo Flores, con
quien en ese momento estaba conversando.
Encontré a Jorge Eduardo
Arellano, a la entrada de la biblioteca, sentado ante el ordenador, con unas
hojas en la mano, dictándole a una joven que manejaba el teclado siguiendo sus indicaciones. Me presenté, le enseñé el álbum, lo hojeó con parsimonia y antes de
devolverlo quiso saber quien era yo y a qué me dedicaba. Ese tipo me preguntas,
hechas tan a bocajarro, siempre me han resultado agresivas, y creo recordar que bromeé sobre
mi currículo y el por qué me interesaban los sellos de Darío. Más adelante pude
comprobar que preguntar por los méritos curriculares de su interlocutor es una manera típica de conducirse en el ambiente académico de
Nicaragua.
“Tengo entendido que
usted es un reconocido dariano. Por eso quise mostrarle el álbum”, le dije.
“En realidad yo soy
dariísta”, me explicó, y poco después pareció perder todo interés en la
conversación y regresó a su tarea. Me pareció ver que estaba corrigiendo un
texto para la Revista de Historia del IHNCA
Había quedado intrigado
por la palabreja y al regresar con Guillermo Flores le pregunté por el
significado del vocablo.
“Dariano, es la manera
de designar a la persona que es aficionado a la obra de Darío, alguien que la conoce bien y
la divulga, ya sea por medio de artículos periodísticos o reeditando
sus libros. Dariistas son
aquellos que se han consagrado a profundizar en la obra del poeta con espíritu
creador, sacando a la luz libros de crítica e interpretación, y por tanto no se
limitan a realizar meras reproducciones o recopilaciones de sus textos”.
Quien esté interesado en
estos términos, puede leer el artículo del propio Arellano “Darianos y dariístas
nicas”, publicado el 2 de mayo de 2016 en el Nuevo Diario (Nicaragua), donde
concluye señalando que el primero que utilizó este término fue el poeta nicaragüense
Salomón de la Selva en 1955.
Esa mañana aprendí una
palabra nueva, además de que existía una elaborada aristocracia en torno al rey
Darío, una especie de rango nobiliario que se atribuían algunos para diferenciarse cualitativamente de otros.
Con el paso del tiempo he tenido la oportunidad de conocer, aunque sea a través de su obra, a algunos de los más prestigiosos darianos vivos (tal vez dariístas, es tan estrecho el margen entre unos y otros que fácilmente puedo equivocar la categoría).
Descontados los nacidos en Nicaragua, como el propio Guillermo Flores o Jorge Eduardo Arellano, historiador, catedrático y asesor cultural de la Presidencia, son muchos aquellos que, en algún momento, se han sentido cautivados por la obra y la vida de Rubén Darío, pero en este artículo quisiera centrarme en dos que, no siendo nicaragüenses, tienen en común el haber vivido durante un tiempo en Nicaragua, lo que debió contribuir a su fijación personal por la obra del poeta.
Llegó a Nicaragua en 1987, formando
parte del movimiento de solidaridad con el país centroamericano, en plena
revolución sandinista. Fue catedrático de la UCA, de 1988 a 1994 y en
el año 2000 ingresó en la Academia de la lengua nicaragüense.
Se ha destacado como
uno de los principales divulgadores de la obra de Darío en Europa, donde ha
publicado más de veinte ensayos sobre la vida y la obra del poeta, además de numerosos
artículos en diarios de todo el mundo, lo que le convierten en uno de los
mayores especialistas de su obra.
Naohito Watanabe, oriundo de Kochi, Japón, entre
1991 y 1996, ejerció como Primer
Secretario de la Embajada del Japón en Nicaragua. Regresó al país en 2001 como
Consejero de la Embajada del Japón.
En 2005 tradujo al japonés la obra
de Rubén Darío “Azul…” “Ao…” (Ed.
Bungeisha), y al año siguiente recibió la Orden de Rubén Darío, grado de
Oficial, otorgada por el gobierno de Nicaragua.
En los diversos países donde se desempeñó como
diplomático llevó siempre el estandarte dariano. En 2018 fue nombrado académico
de honor de la Real Academia Europea de Doctores, con sede en Barcelona. Su
discurso de ingreso tuvo por título: Rubén Darío: Japón y japonismo. En él, Watanabe relata
su encuentro con una niña de ocho o diez años en el embarcadero de Granada,
durante una visita que realizaba a las isletas.
“Ella se acercó
sonriente a mí. Creí que iba a pedirme algún dinerillo como solían hacer los
niños en los semáforos en aquel entonces. ¡Pero qué sorpresa! Ella empezó a
declamar algo. Algo rítmico y versificado. Era un poema, poema dulce y
resonante con cierta melancolía. “Margarita, está linda la mar, y el viento
lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar tu
acento Margarita, te voy a contar un cuento” Me quedé embelesado, fascinado y
sentí hasta el estremecimiento en mi corazón con la declamación de aquella
niña. A pesar de pasar mucho tiempo desde entonces todavía recuerdo vivamente
aquella tarde serena de verano, el céfiro soplaba tenue sobre el agua
cristalina del lago ondeando su ahora hermoso vestido de la niña, acariciando
su cabellera de oro y mejillas sonrosadas con la sonrisa angelical. El sol,
tórrida lumbre ardía en la lejanía azul ni una nube se veía y sólo los pájaros
reposando en la verde cumbre. Así fue mi primer contacto con la obra de Darío y
conociendo más y más sus obras y la literatura de Nicaragua, llegué a descubrir
que Nicaragua era un país de poetas y de gran tradición de poesía”.
El texto completo puede
consultarse en
https://raed.academy/academicos/naohito-watanabe/