“Desde niño
Rubén Darío pensó que podía vivir de la poesía”. Oí que me decía mi vecino de
silla, sacándome de mi ensoñación.
Me encontraba
entre las dos docenas de asistentes al conversatorio que tenía lugar en el auditorio
de Hispamer, en Managua. Participaban, junto al autor de un nuevo libro sobre Rubén Darío, dos catedráticos de literatura, asiduos en este tipo de eventos.
“Tal vez en
esa época la poesía era más valorada”. Respondí,
por pura cortesía.
“!Qué va a
ser! Darío comenzó escribiendo versos bajo demanda para sus amigos de barrio y de
colegio, por los que recibía algunos pesos. Luego colaboró en periódicos locales,
ganando fama, regalías y pequeñas cantidades de dinero. Todo eso debió
confundirle.
Observé a mi
interlocutor. Era un hombre de unos setenta años. Sin duda se trataba de un
dariano que había acudido a aquella presentación con la esperanza de escuchar
algo nuevo. Su cara me resultaba conocida. Tal vez, pensé, lo había visto en
algún debate cultural en la televisión local.
“Entonces,
tenemos que agradecer que, ese primer error de juicio, le diera el impulso para
convertirse en un gran poeta”. Le dije.
“Cierto–
concedió-. Sin duda esas primeras experiencias le animaron a perseverar y al final,
aunque no siempre bien, consiguió vivir de la literatura. Hasta los cargos
diplomáticos que tuvo se los debió a su fama como escritor. Aunque lo que más le ayudó fue su forma
natural de relacionarse y el haber entendido que solo estando cerca de los
poderosos y adinerados podía cumplir su propósito”. Me explicó.
“Eso último
debe ser un conocimiento innato, algo que les viene dado a los poetas junto con
el don de escribir. De otra manera no podrían sobrevivir. Desde la época de los
juglares siempre se han ganado la fama creando figuraciones artísticas, pero la
vida se la han ganado dedicando alabanzas a los poderosos”. Argumenté.
“Tiene razón.
Difícilmente podrían sobrevivir de otra manera. En la vida de Darío hay muchos
ejemplos que pueden dar testimonio de esta forma de relacionarse con el poder y
la riqueza”.
“¿Por
ejemplo?”. Me interesé.
En este punto,
la conversación, que hasta ese momento había transcurrido de manera casual,
empezó a interesarme.
“Pues ahí está
su peculiar relación con Navarro Ledesma, un influyente personaje que se
llevaba mal con todos los nuevos escritores que surgieron a finales del siglo diecinueve,
especialmente si eran criollos”.
“Es la primera
vez que oigo ese nombre”. Le dije.
Se echó a
reír.
“Adentrarse en
la vida de Darío es como abrir el libro del Who’s Who, de esa época. Pareciera
que se relacionó con todo aquel que representaba algo en el mundo
hispanoamericano”.
Cuando aquella
noche llegué a casa abrí el Internet y tecleé el nombre en Google. Aparte de
Wikipedia, la mejor fuente de información estaba en los periódicos de la época.
Los datos descriptivos señalaban que Francisco Navarro Ledesma se desempeñó
como catedrático de literatura en un instituto de Madrid, y fue uno de los
fundadores de la revista satírica Gedeón y del diario ABC, colaborando
activamente en El Globo, El Imparcial y en revistas como La Lectura, Blanco y
Negro o La Revista Moderna. Sus dos pasiones eran la fidelidad en el recuerdo a
su gran amigo Ángel Ganivet , tras su muerte ocurrida en noviembre de 1898 y el
poner en valor toda la obra cervantina, que le llevó a escribir una interesante
biografía de Miguel de Cervantes. De joven, realizó alguna incursión en el
campo de la poesía y la narrativa, con poco éxito, y acabó volcando toda su
energía en la crítica literaria, que ejerció siempre con una actitud
beligerante.
Aunque lo más
relevante se encuentra en lo que sus amigos y detractores dejaron escrito sobre
él. Le veían como un hombre de personalidad anticuada, un joven viejo, aferrado
al pasado. Un modelo de la época que le había tocado vivir, dotado para la
retórica, muy bien relacionado en el mundo literario, y que se manejaba con fluidez
con el poder mediático, lo que le sirvió para conocer los tejemanejes de las
redacciones. Algunos de sus contemporáneos lo describieron como “un don nadie
con mucho poder en el mundo literario de su época”.
En unos
años en los que el mismo Manuel Machado
constataba que “la muerte natural del poeta español era necesariamente de
hambre”, este personaje que mantuvo casi siempre dos principios: la oposición a
las nuevas tendencias que confluían en el modernismo y su apoyo y defensa de la
vieja generación de escritores, podía hacer mucho daño con sus críticas, ya que,
desde la tribuna de los periódicos en donde colaboraba, se había convertido en un destacado
prescriptor, con una gran capacidad de influencia en el público, así como entre los intelectuales y políticos, por lo que su
opinión favorable era buscada por los escritores de la época. Era bien conocido
su desprecio por los nuevos autores, especialmente los modernistas y arremetía con frecuencia contra ellos en la sección que,
bajo el nombre de “El papel vale más”, mantenía en la revista Gedeón. El título
parecía decirlo todo.
Pues bien,
este personaje de vida austera, tan alejado de las certidumbres que animaban la
vida de Rubén Darío, llegó a entablar una relación con el poeta que finalmente llevó
a éste a dedicarle un poema en ocasión de su fallecimiento.
Parece que todo empezó con
motivo de la celebración del tricentenario de la
edición de la primera parte del Quijote, que se realizó en Madrid
durante los primeros días de mayo de 1905. Ambos coinciden allí, Navarro Ledesma pronuncia en el Ateneo, de cuya
sección de literatura era presidente, una conferencia con el título de
"Cómo se hizo el Quijote", y en esa misma oportunidad el
día 13 de mayo, Darío presenta su poema "Letanías a nuestro señor don
Quijote", que lee Ricardo Calvo, ya que el poeta nicaragüense no lo pudo
hacer por indisposición.
Se conocieron
durante esas celebraciones y Darío le comentó que tenía unos versos escritos en
honor de Ángel Ganivet. Posteriormente, a finales de ese mismo mes, le hace
llegar unos versos para que sean publicados en la revista Blanco y Negro, de la
que Navarro Ledesma es director literario. Son los primeros que envía a esa
redacción.
A finales de
junio empieza a circular por Madrid el libro Cantos de vida y esperanza, que incluye el poema “Letanías a nuestro
señor don Quijote”, y que va dedicado a Navarro Ledesma.
El 10 de julio éste responde
al envío de los versos, y se disculpa por el retraso en publicarlos, aduciendo
que están a la espera de que el artista José Arija se encargue de ilustrarlos, ya
que pretenden darles una presentación acorde con la fama del autor. También le
pide que le envíe sus versos dedicados a Ángel Ganivet.
Se trata del poema titulado
“A Ganivet”, fechado en Budapest en 1904 y al que añadió posteriormente la
dedicatoria a Navarro Ledesma. Este poema se publicó por vez primera en el
diario El Sol, en 1925, y posteriormente fue recogido por Alberto Ghiraldo en
su libro “El ruiseñor azul”, en el que aparecen poemas inéditos de Darío.
“A Ganivet”
……………………………..
ruiseñor enamorado de cosas imposibles,
y mistificador de las cosas sensibles,
hasta el punto de ser verdugo de sí mismo…
nada como mirarte
a la luz de la luna del arte
deshojando tu alma al borde del abismo.
Navarro Ledesma falleció el 21 de septiembre de 1905, de un súbito ataque al
corazón. Para esta ocasión Darío escribió el poema IN MEMORIAM,
publicado en El Imparcial, al que tiempo después Valentín Gómez, redactor en la
revista La Lectura Dominical, que firmaba con el seudónimo de Mínimus, y que
gozaba de gran prestigio político y literario, criticó con saña.
“A Navarro Ledesma”
IN MEMORIAM
He aquí lo que fue: Claro, profundo, franco.
Su pensar singular brotó del papel blanco
Cual una fuente de vigor y de dulzura
Y se transparentaba en su alma toda pura.
Yo no escuché jamás palabra tan humana
Y que fuese en mi sangre y mi pensar mi
hermana.
Era bueno. Era puro. Era lo que hay que ser
Cuando se trae en el hombro la piedra del
deber.
Y él la supo llevar, esa piedra de hierro,
Viendo hacia arriba al águila y hacia sus
pies el perro.
i Oh
amigo ! Sé en lo hondo del infinito ahora
Como eras en el triste imperio de la hora.
Todo lleno de angustia y de dolor y duelo.
Perpetúate en ritmo, en canto, en verso y
vuelo.