martes, 5 de diciembre de 2017

Ex libris en el legado de Rubén Darío

En varias ocasiones, en los cien años transcurridos desde la muerte del poeta,  y por distintas editoriales, se ha intentado editar las obras completas de Rubén Darío. Puede decirse que todos los intentos han resultado fallidos. En parte porque, a lo largo del tiempo y hasta la fecha, se han seguido recuperando artículos y poemas que estaban regados en periódicos, abanicos, tarjetas y álbumes por toda América y España.

Las ediciones que a mí más me han interesado son las tres primeras. Todas ellas se hicieron bajo la dirección literaria de Alberto Ghiraldo, discípulo, amigo y biógrafo de Darío. Las tres fueron realizadas bajo la supervisión comercial de su hijo Rubén Darío Sánchez.

El primer intento se hizo con la editorial Mundo Latino, a partir de 1917. Una colección de volúmenes que contaba con los dibujos del ilustrador Enrique Ochoa.

El segundo intento, el menos intenso, de apenas 7 volúmenes, se hizo con la editorial Renacimiento, a partir de 1921, enmarcado en lo que quería ser la Biblioteca Rubén Darío, hijo.

Pero de las tres ediciones la más curiosa es la tercera. Por varios motivos:
·        porque incorpora un ex libris como seña de identidad de la colección,
·        porque ubica la sede de la colección en Villarejo del Valle, un pequeño pueblo de Ávila (España).
·        porque por primera vez utiliza en la comercialización de los libros herramientas de promoción y fidelización de clientes.

Ex libris es una locución latina que significa, literalmente, «de entre los libros». Consiste en una marca de propiedad que normalmente se basa en una etiqueta o un sello que, en esta ocasión, va impresa en la página del título, y que contiene el nombre del dueño del ejemplar o de la biblioteca propietaria.

El dibujo que contiene el ex libris de la Biblioteca Rubén Darío, como puede verse en la foto, es el de un buitre leonado en primer plano, en el momento de atenazar su presa, que consiste en unas bandas ornamentales, o banners, sobre una lira y un pífano. Detrás del buitre hay una alta montaña de cono nevado, y en las bandas puede leerse: OPERA OMNIA --  RUBEN DARIO.

Es difícil encontrar una explicación del porqué de ese dibujo: buitre y altas montañas nevadas, en principio tan alejado del universo dariano.

Después de pensar en ello lo único que se me ocurría era que estuviera relacionado con Villarejo del Valle. Una pequeña localidad que en 1920 contaba con apenas mil habitantes, sin ninguna relevancia cultural y que, sin embargo, tiene el privilegio de figurar en los libros de esta edición como sede de la Biblioteca Rubén Darío.

Decidí que tenía que conocer ese lugar. Tuve que ubicarlo en el mapa.  Villarejo del Valle está situado en la provincia de Ávila, en un estrecho valle de la sierra de Gredos conocido como el Barranco de las Cinco Villas. Llegar hasta allí desde Madrid, en transporte público, no era fácil. Así que alquilé un coche y una mañana soleada me dispuse a recorrer los 180 kilómetros que me separaban del lugar. Escogí para ello la ruta que pasa por Talavera de la Reina hasta Cuevas del Valle: y desde allí tomé por la serpenteante carretera comarcal que bordea las estribaciones de la sierra.

Entrando en el valle, al amparo del microclima mediterráneo que impera en la zona, crecen olivos centenarios junto con cerezos, higueras y naranjos, en pequeños huertos vertebrados a ambos lados de la carretera. Poco después se entra en el pueblo, un conjunto de casas apretadas en un paisaje urbano de calles estrechas, de trazado sinuoso, que se va adaptando al entorno irregular de la sierra.

Dentro del pueblo es difícil hallar un lugar donde parquear y hay que buscar un hueco en una calle lateral, dejando el coche pegado a un muro de piedra.

Busco el centro del pueblo. La Plaza de la Constitución tiene forma triangular, con el bar Emiliano a un lado  y  una terraza con algunas mesas protegidas con parasoles. Me siento a una de ellas con la intención de tomar algo fresco y reponer fuerzas. Allí lo tradicional son las patatas bravas. Aprovecho la conversación con el camarero para obtener algunas referencias del lugar. Me entero de que el alcalde se llama José María Villacastín Rey. Es un buen comienzo, porque sin duda es pariente muy cercano de José Villacastín. Desafortunadamente me dicen que se encuentra en Madrid. Así que esa es una fuente de información con la que no puedo contar.

Desde la iglesia subo paseando hasta la cantera. El último tramo,  por senderos con alguna casa aislada de reciente construcción, lo hago acompañado por el canto persistente de las chicharras y el olor dulce de la retama, calentada por el sol del atardecer. Al fondo aparece la sierra, con sus lomas de suaves perfiles, en donde algunos peñascos rocosos han resistido en lo alto el desgaste de la erosión del viento y la nieve. Entre ellos destaca el pico Torozo, una de las cimas más elevadas de la zona. En esta época del año se ve sin nieve, pero bien podría ser el monte que aparece en el dibujo del ex libris. Y todo parece encajar cuando unos cientos de metros más adelante veo a lo lejos, surcando el cielo, la silueta inconfundible, majestuosa, de varios buitres.

“Claro que en este valle hay buitres leonados –me había dicho el camarero durante el almuerzo—Aunque en los años 70 estuvieron a punto de desaparecer, por culpa de los plaguicidas que se utilizaban sin ningún control”.

El buitre leonado es un animal soberbio, de gran envergadura. Con las alas desplegadas mide unos dos metros y medio. Ver volar estos animales, con su silueta reflejada en las paredes de los acantilados, es un espectáculo visual impresionante.  Ese es el recuerdo que a mí me ha quedado de mis estancias en Sepúlveda, localidad de la provincia de Segovia famosa por su gastronomía de cordero asado y tortas dulces de chicharrón. Allí solía pararme al atardecer, al pie del Cañón del rio Duratón, para extasiarme con su vuelo majestuoso y a veces intimidatorio cuando se aproximaban demasiado.

Sin duda esa sería una imagen que impresionaría al joven hijo de Darío que  en 1923, con 16 años cumplidos, residía allí con su madre Francisca Gervasia Sánchez del Pozo. Ambos se habían trasladado hasta esa localidad abulense en 1921, al casarse ella con José Villacastín, un terrateniente del lugar, gran admirador de la obra de Darío y que alentó y acompañó al hijo en su aventura editorial.

El buitre leonado y el pico Torozo fueron tal vez los dos grandes referentes simbólicos, imágenes habituales de su estancia en Villarejo, que acompañaron el despertar a la adolescencia del hijo de Darío.

¿Fue el diseño del ex libris una idea de Rubén Darío Sánchez o de José Villacastín, o de ambos? Lo que ya empezaba a parecerme muy verosímil es que el dibujo del ex libris estuviera relacionado con sus vivencias en Villarejo. En esta ocasión parecía sensato aplicar la receta de aquel profesor de historia social que decía a sus alumnos que si algo puede explicarse de manera sencilla, con argumentos concisos y directos, no tiene sentido buscar explicaciones complejas, que suelen estar llenas de descosidos por los que asoman los flecos de lo contradictorio cuando no de lo simplemente estúpido. 

Otro aspecto que me había llamado la atención, en esta tercera edición de las obras completas, era que utilizase para alentar la compra de los libros argumentos comerciales. En la penúltima página del volumen número VI, titulado “A. DE GILBERT. Biografía de Pedro Balmaceda”, publicado el 31 de mayo de 1924, se ofrece a los lectores la posibilidad de suscribirse a la colección de las obras completas, encuadernadas en pergamino y en piel valenciana, e impresas en tipos seleccionados, dando una relación de precios según las distintas calidades de cubierta y papel. Y se anuncia que, “al terminar la publicación de las obras completas, la Biblioteca Rubén Darío obsequiará a sus suscriptores con un Album que contendrá sus nombres, así como preciosos autógrafos y fotografías del gran escritor que es gloria de América y España”.


He buscado estos álbumes en librerías de viejo y he preguntado por ellos a los libreros. No he conseguido encontrar ninguno, ni he conocido a alguien que pudiera darme razón de ellos, por lo que he llegado a la conclusión de  que nunca se  hicieron. 



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Referencias

Obras completas de Rubén Darío. Mundo Latino, entre 1917 y 1919. Prólogo de Alberto Ghiraldo e ilustraciones de Enrique Ochoa. Sacaron 22 volúmenes.

Obras completas. Renacimiento. Biblioteca Rubén Darío, hijo. Sacaron 7 volúmenes entre 1921 y 1922. Impresa en los talleres tipográficos de G. Hernández y Galo Sáez, en Madrid.

Biblioteca Rubén Darío, entre 1923 y 1929. Renacimiento. Ordenada y prologada por Alberto Ghiraldo y Andrés González. Sacaron 22 volúmenes, hechos en la misma imprenta de Madrid, y referida a Villarejo del Valle (Avila).


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