viernes, 28 de julio de 2017

El misterio de la Elegía pagana de Rubén Darío

El misterio de la Elegía pagana
(Lo que va a leer a continuación es un extracto del libro "Una historia galante", que está disponible en Amazon, en su versión digital)

Aquella mañana, mientras iba camino de la Biblioteca del Congreso Argentino, seguía resonando en mis oídos la historia que me contara el vendedor de sellos postales, apenas veinticuatro horas antes, en el Parque Rivadavia.  Según el relato todo había comenzado el día en que Darío y Mima, una bella joven de origen ruso, se encontraron en el Club del Progreso. Ella le había pedido que le regalara su último libro de poemas y él había solicitado a cambio uno de sus guantes. Pocos días después se había recibido en casa de Mima el libro Prosas Profanas, dedicado y encuadernado en piel de guante. Semanas después Mima falleció y Darío, embargado por la pena, había escrito el poema Elegía Pagana.

Al llegar al edificio donde se halla la Biblioteca del Congreso, opté por utilizar el acceso de la calle Alsina. Allí, en la planta baja y al fondo de un largo pasillo, se encuentra la sección de la Hemeroteca donde se guardan los diarios más antiguos. Tuve que identificarme en la recepción y luego inscribirme en el registro de lectores para tener acceso a la sala de consultas. El lugar, sin pretender ser acogedor,  transmitía una sensación de calma que parecía predisponer al trabajo de investigación. Una larga pared de cristal le separaba de un patio interior, del que recibía un gran caudal de luz natural.

Iba con la idea preconcebida de que me iban a facilitar el acceso a los diarios originales en papel o, lo que aún era más práctico, podría consultarlos a través de su versión digitalizada. Mi primera sorpresa se produjo cuando, al recibirme, me preguntaron por el nombre de la publicación y la fecha que quería consultar.

—Busco todo lo relacionado con Rubén Darío y el club del Progreso —les dije.

Con palabras rutinarias me explicaron que los diarios de esa época no estaban digitali­zados y no se podían consultar los originales debido a su estado de fragilidad. La única manera posible de acceder a ellos era a través de los rollos de película, en donde se habían microfil­mados, que comprendían aproximadamente las ediciones de tres meses. Así que era necesario que les proporcionara una fecha.

—Entre julio y septiembre de 1897 —me aventuré a decir. Aquello era lo más que podía aproximar mi búsqueda.

Con esa única opción el proceso de consulta era cuando menos farragoso. Se necesitaba mucha paciencia y un buen dominio del lector de microfilm para acceder a los artículos. Solo cuando se conoce el día exacto en que algo ha sido publicado, es relativamente sencillo encontrarlo, una vez que se adquiere práctica manejando los controles; pero buscar algo al azar puede ser bastante frustrante.

El personal de la Hemeroteca, siendo conscientes de la dificultad que tenía para un principiante el manejo de la máquina, procuraba ayudar en todo el proceso, cargando los rollos de microfilm, enseñándome a manejar las palancas para desplazar la cinta y para ampliar los contenidos, y en último término asumiendo la tarea de realizar las impresiones con el propósito de conseguir un enfoque claro y preciso.

—¿Sucede con frecuencia que alguien venga buscando documentos de Rubén Darío? —le pregunté a la persona que me atendía mientras estaba ocupada cargando el rollo de película.

—Es difícil saberlo. Por lo general, llegan solicitando un diario y una fecha precisa. Pero, ahora que lo pregunta, hace unos tres años vino un profesor de Rusia que se presentó como usted, diciendo que quería consultar algunos artículos sobre Darío. Durante tres semanas estuvo viniendo todos los días. Pasaba aquí las mañanas revisando microfilms. De hecho repasó todos los periódicos argentinos de la década de 1890.

—¡Vaya, que interesante! ¿Y buscaba algo en especial?

Rebobinó la película y volvió a instalarla, ya que la primera vez que lo intentó había quedado desencuadrada.

—Pues sí. Le interesaba lo relacionado con un tal Grotkofsky. Me acuerdo del nombre porque me resultó curiosa la manera en que él lo pronunciaba. Parece que encontró algo sobre Fernando de Grotkofsky y decidió viajar a Santa Fe. Allí también hay una buena hemeroteca.

—Qué curioso —comenté—. Nunca antes había escuchado ese nombre, hasta ayer que lo vi escrito, precisamente en un libro sobre Darío. ¿Les dio alguna explicación del por qué le interesaba esa persona?

Había comenzado aquella conversación sin otro motivo que “romper el hielo” y ahora había llegado a un punto en que estaba realmente interesado en conocer más sobre esa historia.

—El primer día nos enseñó un poema de Darío. Lo traía escrito en el cuaderno y quería saber si lo habíamos visto publicado en algún diario de la época. Se llamaba algo así como “Oda Pagana”. Me pareció hermoso. Luego nos dijo que estaba haciendo una investigación sobre ese poema. Que Darío lo había escrito en honor a una muchacha de origen ruso.

Sin duda se trataba del poema “Elegía Pagana”. Por tercera vez en tres días había vuelto a tropezar con aquella historia. Ya no podía considerarlo una simple casualidad. Entre el poema y yo se empezaba a establecer un vínculo emocional.

—¿Y más adelante volvieron a saber de él, del profesor? —le pregunté.

—Pues no. Habló de que luego quería visitar Paraguay. Allí esperaba encontrar más información.

Terminó de cargar la película y maniobró hasta situar en la pantalla el mes de julio de 1897.

—Ahí tiene —me dijo, señalando la pantalla—. Suerte con la búsqueda.

Moví los mandos en uno y otro sentido, para comprobar la sensibilidad del aparato y ejercitarme en su manejo. Luego fui pasando las hojas, leyendo solo los encabezados de los artículos. No encontré lo que buscaba. En el diario correspondiente al 6 de julio había un artículo sin firma en el que se informaba que en el teatro Odeón se había realizado un homenaje de despedida a María Guerrero, donde la excelsa actriz española leyó entre otros poemas uno de Rubén Darío. Más adelante, en el diario del sábado 10 de julio, había un poema firmado por Darío, con el título Oda a la República Argentina.

Después de casi dos horas, durante las que revisé dos microfilms completos, siguiendo con la vista clavada en la pantalla el paso de docenas de columnas periodísticas, ya tenía claro que, o definía otra estrategia de búsqueda, o por ese medio era poco lo que iba a conseguir.

Solicité la ayuda del personal de la Hemeroteca para imprimir los dos artículos que me habían llamado la atención. Tenía curiosidad por ver como lo hacían y con qué resultado. También porque suponía una nueva ocasión para conversar con ellos y propiciar que me hablaran de su experiencia en las búsquedas relacionadas con Rubén Darío. 

—Así que le interesan los artículos publicados por Darío —me dijo.

—No exactamente. Solo trato de entender como era y lo que hacía en 1897. Ese es el año en que probablemente escribió la Elegía Pagana.

—Nunca había oído hablar de ella, hasta que…

—Hasta que llegó el profesor ruso —le ayudé a terminar la frase, que había dejado inacabada mientras maniobraba el mando de impresión.

—Algo debe tener esa poesía. Habrá que leerla. Mi trabajo final de licenciatura versaba sobre las influencias literarias en la obra de Leopoldo Lugones. Eso me llevó a analizar su relación con la obra de Darío.

—¿Y qué descubrió?

—Pues, sintetizándolo mucho, que Lugones siempre supo a donde quería llegar y al conocer la poesía de Darío confirmó que estaba en el buen camino.

Me pareció que ya era bien poco lo que podía encontrar allí. La única novedad, relativamente interesante, que había aportado aquella visita era el descubrimiento de que había alguien más interesado en la Elegía Pagana y en la búsqueda del libro. Alguien que además parecía ser una persona cualificada, con un interés profesional en el caso, a quien se le podía suponer en posesión de algún conocimiento preciso sobre la existencia real de los personajes. Cómo explicar que hubiera decidido realizar aquel viaje, hasta el otro lado del mundo, si no tuviera una base sólida de información. A mí me servía reconocer lo insólito de este hecho como estímulo para seguir buscando. Al menos me ayudó esa mañana a superar la frustración, de no haber podido establecer la presencia de los dos protagonistas de la historia en el Club del Progreso.

Más allá de esta inesperada novedad, lo cierto es que, de mi reflexión sobre los datos conocidos, iban surgiendo algunos interrogantes de difícil respuesta. Por ejemplo, no podía entender el por qué, si todos los críticos coincidían en la belleza del poema y nadie planteaba dudas sobre su autoría, habían transcurrido más de veinte años hasta que se dio a conocer. Se podía pensar que tal vez hubo una voluntad de ocultarlo intencionalmente. Aunque de ser así, no podía imaginar con qué propósito; ya que, a la luz de las circunstancias conocidas, no parecía haber nada en el poema sobre lo que montar alguna perversa conjetura, menos aún una teoría mínimamente sustentada que apoyara esa intención. Era como si, en el pergamino ológrafo de la historia, hubiera un agujero negro que abarcaba el periodo entre 1898, la fecha probable en que se escribió el poema, y 1921, el año en que los datos apuntaban a que se había publicado por primera vez.

Sin salir de la Biblioteca del Congreso, en la sala dedicada a las búsquedas en Internet, consulté en la hemeroteca digital de la BNE. Aquí, variando los indicadores de búsqueda, a veces guiado solo por la intuición, fui descubriendo algunos datos interesantes. Según la revista La Esfera, de Madrid, publicada en mayo de 1921, y que relata la historia del libro de Prosas profanas encuadernado en piel de guante, la familia rusa que llegó a Buenos Aires en 1897 eran los Bruville de Grotkofsky. Eso explicaba el interés del investigador ruso por los Grotkofsky en Argentina. Pero aún quedaban muchos cabos sueltos.

Quizás el que, a mi juicio, resultaba más sorprendente era por qué el poema estaba en poder de Arsenio López Decaud. Ya que hay constancia de que su  primer y único encuentro con Darío fue en 1906. Ocurrió durante la celebración de la III Conferencia Panamericana que tuvo lugar en Rio de Janeiro, a la que el paraguayo acudió como delegado de su país. Esta circunstancia desencadenaba una serie de preguntas necesarias: ¿Fue allí donde Arsenio conoció de la existencia del poema? Y si fue así, ¿Entonces, en qué momento se escribió realmente la Elegía Pagana?

La conversación casual y casi anecdótica que mantuve con el vendedor de sellos en el parque Rivadavia, se convertía ahora, a tenor de la nueva información que había ido surgiendo, en una fuente posible de nuevos y decisivos datos sobre la historia de la “Elegía Pagana”.

Instintivamente me llevé la mano al bolsillo trasero del pantalón. Allí estaba la tarjeta de presentación con su nombre, la dirección y el teléfono.

Intuía que, si quería profundizar en aquel enigma, debía intentar conocer  lo que había ocurrido en Paraguay, y que tal vez en la colección de recuerdos del vendedor de sellos podía encontrar alguna pista. En ese momento no podía imaginar el nuevo sendero, lleno de descubrimientos inesperados, por el que iba a transitar esta historia.

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