(Lo que va a leer a continuación es un extracto del libro "Una historia galante", que está disponible en Amazon, en su versión digital).
Mañana de domingo en Buenos Aires. Había llegado el momento de acudir al Parque Rivadavia para asistir a la famosa feria filatélica que tiene allí lugar cada siete días. Aunque no acudía buscando algo específico, supongo que me guiaba la ilusión del explorador que desea verse sorprendido ante algún descubrimiento inesperado.
Mañana de domingo en Buenos Aires. Había llegado el momento de acudir al Parque Rivadavia para asistir a la famosa feria filatélica que tiene allí lugar cada siete días. Aunque no acudía buscando algo específico, supongo que me guiaba la ilusión del explorador que desea verse sorprendido ante algún descubrimiento inesperado.
Al llegar al parque encontré, en uno de los laterales, los puestos fijos
de los vendedores de libros usados y viejos. Pensé que valdría la pena
acercarme hasta allí. En estos lugares es todavía posible encontrar alguna
edición antigua a un precio asequible. Lo que en realidad hallé fue mucho libro
de ocasión, casi todo ediciones de los años setenta y ochenta del siglo pasado,
restos de las colecciones de literatura española y universal, que solían
venderse por aquellos años en los kioscos de prensa. En un puesto me detuve a
rebuscar entre un manojo de revistas de principios de mil novecientos. Descubrí
algunos ejemplares de Caras y Caretas fechados entre 1905 y 1907. Estaban en
buen estado, y tras tener un breve pero intenso regateo con el vendedor los conseguí
a un buen precio.
No lejos de allí, alineadas alrededor de un árbol centenario, que
protegía a vendedores y transeúntes con su sombra natural, se agrupaban una
veintena de mesas con material filatélico y numismático. Al aproximarme podía
observar la animación que ya había alrededor de las mesas, donde eran muchos los
compradores y curiosos que revisaban el material expuesto.
Siempre he pensado que tiene algo de ritual detectivesco el paciente proceder
del coleccionista, recorriendo las mesas y examinando los álbumes, buscando
entre sus páginas los sellos postales que le hacen falta para completar una
serie. Un espectador ajeno lo vería así, al observar la atención con que
examina los sellos con ayuda de una lupa, buscando distinguir los detalles más
significativos, como la fecha, el valor facial o el motivo de la emisión.
A menudo, en esa búsqueda del sello que le falta, los coleccionistas nos
vemos seducidos por otros que nos atraen por la belleza de sus imágenes, por el
momento histórico que atrapan o por el mensaje que transmiten. Ese día, como
otros muchos, también fui ganado por la tentación y compré algunos sellos que
buscaba y otros a cuya llamada insinuante no pude dejar de responder.
Recorrí todas las mesas, sin prisas, la mañana era larga y el lugar
acogedor. Hasta que al hojear un álbum descubrí algo inesperado. Allí estaba la
serie de seis sellos, que Paraguay había emitido en 1966 con la imagen de
Darío. Alentado por este hallazgo busqué los otros cinco sellos, que formaban
parte de la misma serie. Se identifican porque en todos ellos puede verse la imagen de un libro abierto, con una pluma y
un tintero, y sobre las páginas se leen las palabras “Paraguay de fuego”,
llevando al pie la peculiar firma del poeta nicaragüense.
—¿Tiene usted los otros cinco sellos que completan esta serie? —pregunté
al vendedor, un señor de avanzada edad que cubría su cabeza con un sombrero de
ala.
Me dedicó una mirada curiosa, inquisitiva, tal vez tratando de calibrar el
motivo de mi interés.
—Se refiere a los del correo aéreo, ¿verdad?
—Pensé que los había traído, pero definitivamente se quedaron en casa. Es
tanto el material que tengo que algunos álbumes solo los traigo por encargo.
—Me interesan mucho esos sellos —insistí
Hizo una pausa, observando mi reacción.
—Darío nunca estuvo en Paraguay, y aun así el país le dedicó un gran
homenaje en el cincuentenario de su muerte. ¿Conoce la historia? —me preguntó.
Exactamente esa era la historia que quería conocer. Por experiencia sabía
que los sellos postales están muy relacionados con la vida y con la cultura y
que, a través de ellos, se pueden llegar a conocer algunos sucesos relevantes.
Por supuesto que también a mí me había intrigado el por qué la administración
de correos de Paraguay incluyó esas palabras en una de sus emisiones postales.
Así que, cuando descubrí que eran parte de un poema de Rubén Darío, tuve el
presentimiento de que allí había una historia. Afortunadamente se veía que
el vendedor quería contármela, por lo que me limité a componer con los hombros
y con las manos un gesto ambiguo, animándole a que prosiguiera.
—Pues es una historia curiosa, propia de la vida de Darío —prosiguió el
vendedor, alentado por mi gesto—. Todo empezó aquí en Buenos Aires en 1897,
cuando llegó una familia procedente de Rusia compuesta por un matrimonio y una
hija muy bella, de unos veinte años, a la que llamaban Mima. Aquí intimaron con
lo mejor de la sociedad bonaerense y aunque, pasado un tiempo, se trasladaron
a vivir a Asunción, no tardó en llegar la buena nueva que anunciaba el
matrimonio de Mima con un joven de esta ciudad. Sin embargo, unos días después
corrió la noticia de la repentina muerte de la joven. Fue algo devastador.
Todos quedaron conmovidos, especialmente aquellos que la habían conocido. Entre
estos se hallaba Rubén Darío, que compuso en su honor “La Elegía Pagana”, un
bello poema en cuya primera estrofa desgrana esas tres enigmáticas palabras,
que luego Paraguay utilizó en sus sellos.
—¿Entonces, es cierto que Mima
realmente existió? —le pregunté.
—Por supuesto —exclamó, y ahora sí que parecía disfrutar con el relato—.
Esa es precisamente la parte más interesante. Darío la conoció en un baile de
sociedad al poco tiempo de su llegada a Buenos Aires. El encuentro tuvo lugar
en el Club del Progreso, el mejor y más selecto salón de baile de la capital.
En ese momento Darío era una celebridad. Hacía solo unos meses que había
publicado Prosas Profanas y Mima le pidió un ejemplar firmado del libro. El
poeta había quedado impresionado por su belleza y a cambio le solicitó uno de
sus guantes de piel. Pocos días después la joven recibía en su casa un paquete
inesperado. Al abrirlo encontró el libro Prosas Profanas, dedicado y encuadernado
en piel de guante. Luego, cuando Darío se enteró de la muerte de Mima quedó
desconsolado y escribió este poema en su honor.
—¿Se sabe si alguna vez apareció ese libro y quien lo tiene ahora?
Como buen coleccionista tenía que
dar salida a mi curiosidad; ya que, de existir el libro, se trataría de una
pieza única.
—Esa es una pregunta muy oportuna,
para la que siento no tener respuesta —me dijo.
Nos quedamos mirando durante unos segundos. Los dos sonreíamos, aunque
nuestros pensamientos fueran diferentes. Sentí que me agradaba aquel vendedor.
Había algo en sus ademanes que transmitía confianza
—No hay duda de que es una historia galante, propia de la época y que
además encaja en la personalidad de Darío —comenté, debo decirlo, impresionado
por la belleza del relato—. Es tan romántica que casi no importa si es
auténtica o no, ¿…pero lo es? —le pregunté, fingiendo una sonrisa de complicidad,
con la que pretendía alentar la confidencia.
La pregunta tenía sentido, ya que sobre la vida de Darío se cuentan muchas
anécdotas, algunas de ellas inventadas y muchas otras que, aun teniendo un
fondo de verdad, han sido extensamente noveladas.
Se echó a reír. Su risa era franca y al mismo tiempo desdeñosa.
—Por supuesto que es cierta. Cuando era niño escuché muchas veces esta
historia en mi casa. Incluso conservamos el artículo del periódico en que
apareció. Mi abuelo coleccionaba autógrafos y anécdotas de escritores famosos
y entre ellas estaba ésta que le he contado. De hecho era una de sus favoritas.
Le compré algunos sellos, entre ellos varios nicaragüenses de difícil
localización y, siguiendo un impulso típico del turista que busca recuerdos
asociados al lugar, también me llevé los ocho sellos de la serie de 1954
dedicados a Eva Perón. Antes de despedirme, casi como un acto reflejo, me
guardé en el bolsillo una de las tarjetas de presentación que ofrecía en un
montoncito a un lado de la mesa.
Lo primero que hice al regresar al hotel fue buscar el poema en el Internet.
Elegía
pagana
¿Sabéis? La rusa, la soberbia y blanca rusa
que danzó en Buenos Aires, feliz como una musa
enamorada, y sonrió mucho, y partió luego
a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego.
¿Sabéis? La rusa, la soberbia y blanca rusa
que danzó en Buenos Aires, feliz como una musa
enamorada, y sonrió mucho, y partió luego
a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego.
La rusa más hermosa de
las rusas viajeras,
manzana matutina, flor de las primaveras,
diamante de los popes y perla de los zares;
la rusa que tenía su ramo de azahares
manzana matutina, flor de las primaveras,
diamante de los popes y perla de los zares;
la rusa que tenía su ramo de azahares
fresco para la fiesta
nupcial, Mima, no existe...
Que Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;
Que Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;
que en desagravio a
Venus se maten mil palomas;
rómpase el vaso alegre y los frascos de aromas;
rómpase el vaso alegre y los frascos de aromas;
y vierta el dulce
Véspero su elegía nocturna,
su elegía de oro dolorosa, en la urna
en que descansa aquella gentil carne divina.
su elegía de oro dolorosa, en la urna
en que descansa aquella gentil carne divina.
No descansa. En el
lago de la muerte patina
la regia rusa, brillan
sus patines de plata
al halago lunar. Mágica serenata
hace sonar un ruiseñor en lo invisible,
y Mima es ya princesa de un imperio imposible.
al halago lunar. Mágica serenata
hace sonar un ruiseñor en lo invisible,
y Mima es ya princesa de un imperio imposible.
La llamaron las voces de un coro de rusalcas;
partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,
los azahares y las tórtolas sonoras.
¿Recuerdas aquel día, amante que la lloras,
en que gozosa y
orgullosa fue mi rima
encadenada al libro con un guante de Mima?
encadenada al libro con un guante de Mima?
Propiciatoriamente, yo
invocaba a Himeneo…
Aún veo el libro todo blanco y oro. Aún veo
Aún veo el libro todo blanco y oro. Aún veo
una noche a la eslava
que tú adoraste ciego,
digna de amor latino, como de culto griego,
pues la petersburguesa, parisiense y latina
tuvo todas las gracias, y además, la argentina.
digna de amor latino, como de culto griego,
pues la petersburguesa, parisiense y latina
tuvo todas las gracias, y además, la argentina.
Como la Diana de
Falguière, ella ha partido,
virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.
Como la Diana de Falguiére, blanca y pura
a cazar imposibles entre la selva obscura.
virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.
Como la Diana de Falguiére, blanca y pura
a cazar imposibles entre la selva obscura.
Vicente, genial anécdota. Espero leer más de tus interesantes crónicas de viaje.
ResponderBorrarMynor
Me gusta, gracias por compatir esta anecdota de otra anecdota, preciosa forma de llevar un poco de historia compartida entre uno y entre muchos, muchos que no lo conocemos y que llegamos a conocerlo parcialmente por personas que son apasionados de estos temas y personajes. Otra vez gracias.
ResponderBorrarFantastica historia me encanto la poesia y el misterio que la envuelve espero seguir leyendo sus anecdotas. Hermoso es conocer un poco màs de lo nuestro.
ResponderBorrarGrande estimado amigo, he disfrutado mucho de tan exquisita lectura.
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