lunes, 10 de julio de 2017

Poema de Rubén Darío oculta historia galante

(Lo que va a leer a continuación es un extracto del libro "Una historia galante", que está disponible en Amazon, en su versión digital).

Mañana de domingo en Buenos Aires. Había llegado el momento de acudir al Parque Rivadavia para asistir a la famosa feria filatélica que tiene allí lugar cada siete días. Aunque no acudía buscando algo específico, supongo que me guiaba la ilusión del explorador que desea verse sorprendido ante algún descubrimiento ines­perado.

Al llegar al parque encontré, en uno de los laterales, los puestos fijos de los vendedores de libros usados y viejos. Pensé que valdría la pena acercarme hasta allí. En estos lugares es todavía posible encontrar alguna edición antigua a un precio asequible. Lo que en realidad hallé fue mucho libro de ocasión, casi todo ediciones de los años setenta y ochenta del siglo pasado, restos de las colecciones de literatura española y universal, que solían venderse por aquellos años en los kioscos de prensa. En un puesto me detuve a rebuscar entre un manojo de revistas de principios de mil novecientos. Descubrí algunos ejemplares de Caras y Caretas fechados entre 1905 y 1907. Estaban en buen estado, y tras tener un breve pero intenso regateo con el vendedor los conseguí a un buen precio.

No lejos de allí, alineadas alrededor de un árbol centena­rio, que protegía a vendedores y transeúntes con su sombra natural, se agrupaban una veintena de mesas con material filatélico y numismático. Al aproximarme podía observar la animación que ya había alrededor de las mesas, donde eran muchos los compradores y curiosos que revisaban el material  expuesto.

Siempre he pensado que tiene algo de ritual detecti­vesco el paciente proceder del coleccionista, recorriendo las mesas y examinando los álbumes, buscando entre sus páginas los sellos postales que le hacen falta para completar una serie. Un espectador ajeno lo vería así, al observar la atención con que examina los sellos con ayuda de una lupa, buscando distinguir los detalles más signi­ficativos, como la fecha, el valor facial o el motivo de la emisión.

A menudo, en esa búsqueda del sello que le falta, los colec­cionistas nos vemos seducidos por otros que nos atraen por la belleza de sus imágenes, por el momento histórico que atrapan o por el mensaje que transmiten. Ese día, como otros muchos, también fui ganado por la tentación y compré algunos sellos que buscaba y otros a cuya llamada insinuante no pude dejar de responder.

Recorrí todas las mesas, sin prisas, la mañana era larga y el lugar acogedor. Hasta que al hojear un álbum descubrí algo inesperado. Allí estaba la serie de seis sellos, que Paraguay había emitido en 1966 con la imagen de Darío. Alentado por este hallazgo busqué los otros cinco sellos, que formaban parte de la misma serie. Se identifican porque en todos ellos puede verse la  imagen de un libro abierto, con una pluma y un tintero, y sobre las páginas se leen las palabras “Paraguay de fuego”, llevando al pie la peculiar firma del poeta nicaragüense.

—¿Tiene usted los otros cinco sellos que completan esta serie? —pregunté al vendedor, un señor de avanzada edad que cubría su cabeza con un sombrero de ala.

Me dedicó una mirada curiosa, inquisitiva, tal vez tratando de calibrar el motivo de mi interés.

—Se refiere a los del correo aéreo, ¿verdad?

Alentado por mi gesto afirmativo, comenzó a examinar los álbumes que estaban desplegados sobre la mesa. Una tarea que le llevó varios minutos, en los que también rebuscó afanosa­mente en un par de contenedores de plástico, llenos de álbumes, que mantenía ocultos debajo de la mesa. Sólo después de una ardua búsqueda, tras hacer algunos gestos desalentadores con las manos y elocuentes movimientos de cabeza a uno y otro lado, pareció darse por vencido.

—Pensé que los había traído, pero definitivamente se queda­ron en casa. Es tanto el material que tengo que algunos álbumes solo los traigo por encargo.

—Me interesan mucho esos sellos —insistí

—Sí, la verdad es que no son caros pero resultan difíciles de conseguir. Claro que hay muchos coleccionistas que no valoran esta serie. No entienden el dibujo en el sello. No es algo común el dibujo de un libro abierto con tres pala­bras que, aparentemente, no tienen ningún sentido.

Hizo una pausa, observando mi reacción.

—Darío nunca estuvo en Paraguay, y aun así el país le dedicó un gran homenaje en el cincuentenario de su muerte. ¿Conoce la historia? —me preguntó.

Exactamente esa era la historia que quería conocer. Por expe­riencia sabía que los sellos postales están muy relacio­nados con la vida y con la cultura y que, a través de ellos, se pueden llegar a conocer algunos sucesos relevantes. Por supuesto que también a mí me había intrigado el por qué la administración de correos de Paraguay incluyó esas palabras en una de sus emisiones postales. Así que, cuando descubrí que eran parte de un poema de Rubén Darío, tuve el presen­timiento de que allí había una historia. Afortuna­da­mente se veía que el vendedor quería contármela, por lo que me limité a componer con los hombros y con las manos un gesto ambiguo, animándole a que prosiguiera.

—Pues es una historia curiosa, propia de la vida de Darío —prosiguió el vendedor, alentado por mi gesto—. Todo empezó aquí en Buenos Aires en 1897, cuando llegó una familia procedente de Rusia compuesta por un matri­monio y una hija muy bella, de unos veinte años, a la que llamaban Mima. Aquí intimaron con lo mejor de la sociedad bonae­rense y aunque, pasado un tiempo, se trasladaron a vivir a Asunción, no tardó en llegar la buena nueva que anun­ciaba el matrimonio de Mima con un joven de esta ciudad. Sin embargo, unos días después corrió la noticia de la repentina muerte de la joven. Fue algo devastador. Todos quedaron conmovidos, especialmente aquellos que la habían conocido. Entre estos se hallaba Rubén Darío, que compuso en su honor “La Elegía Pagana”, un bello poema en cuya primera estrofa desgrana esas tres enigmá­ticas palabras, que luego Paraguay utilizó en sus sellos.

 —¿Entonces, es cierto que Mima realmente existió? —le pregunté.

—Por supuesto —exclamó, y ahora sí que parecía disfrutar con el relato—. Esa es precisamente la parte más interesante. Darío la conoció en un baile de sociedad al poco tiempo de su llegada a Buenos Aires. El encuentro tuvo lugar en el Club del Progreso, el mejor y más selecto salón de baile de la capital. En ese momento Darío era una celebridad. Hacía solo unos meses que había publicado Prosas Profanas y Mima le pidió un ejemplar firmado del libro. El poeta había quedado impresio­nado por su belleza y a cambio le solicitó uno de sus guantes de piel. Pocos días después la joven recibía en su casa un paquete inesperado. Al abrirlo encontró el libro Prosas Profanas, dedicado y encua­dernado en piel de guante. Luego, cuando Darío se enteró de la muerte de Mima quedó desconso­lado y escribió este poema en su honor.

—¿Se sabe si alguna vez apareció ese libro y quien lo tiene ahora?

 Como buen coleccionista tenía que dar salida a mi curio­si­dad; ya que, de existir el libro, se trataría de una pieza única.

      —Esa es una pregunta muy oportuna, para la que siento no tener respuesta —me dijo.

Nos quedamos mirando durante unos segundos. Los dos sonreíamos, aunque nuestros pensamientos fueran diferentes. Sentí que me agradaba aquel vendedor. Había algo en sus ademanes que transmitía confianza

—No hay duda de que es una historia galante, propia de la época y que además encaja en la personalidad de Darío —comenté, debo decirlo, impresionado por la belleza del relato—. Es tan romántica que casi no importa si es auténtica o no, ¿…pero lo es? —le pregunté, fingiendo una sonrisa de compli­cidad, con la que pretendía alentar la confidencia.

La pregunta tenía sentido, ya que sobre la vida de Darío se cuentan muchas anécdotas, algunas de ellas inventadas y muchas otras que, aun teniendo un fondo de verdad, han sido extensa­mente noveladas.

Se echó a reír. Su risa era franca y al mismo tiempo desde­ñosa.

—Por supuesto que es cierta. Cuando era niño escuché muchas veces esta historia en mi casa. Incluso conservamos el artículo del periódico en que apareció. Mi abuelo colec­cio­naba autógrafos y anécdotas de escritores famosos y entre ellas estaba ésta que le he contado. De hecho era una de sus favori­tas.

Le compré algunos sellos, entre ellos varios nicaragüen­ses de difícil localización y, siguiendo un impulso típico del turista que busca recuerdos asociados al lugar, también me llevé los ocho sellos de la serie de 1954 dedicados a Eva Perón. Antes de despedirme, casi como un acto reflejo, me guardé en el bolsillo una de las tarjetas de presentación que ofrecía en un montoncito a un lado de la mesa.

Lo primero que hice al regresar al hotel fue buscar el poema en el Internet.

Elegía pagana

¿Sabéis? La rusa, la soberbia y blanca rusa
que danzó en Buenos Aires, feliz como una musa
enamorada, y sonrió mucho, y partió luego
a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego.

La rusa más hermosa de las rusas viajeras,
manzana matutina, flor de las primaveras,
diamante de los popes y perla de los zares;
la rusa que tenía su ramo de azahares
fresco para la fiesta nupcial, Mima, no existe...
Que Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;
que en desagravio a Venus se maten mil palomas;
rómpase el vaso alegre y los frascos de aromas;
y vierta el dulce Véspero su elegía nocturna,
su elegía de oro dolorosa, en la urna
en que descansa aquella gentil carne divina.
No descansa. En el lago de la muerte patina
la regia rusa, brillan sus patines de plata
al halago lunar. Mágica serenata
hace sonar un ruiseñor en lo invisible,
y Mima es ya princesa de un imperio imposible.


La llamaron las voces de un coro de rusalcas;
partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,
los azahares y las tórtolas sonoras.
¿Recuerdas aquel día, amante que la lloras,
en que gozosa y orgullosa fue mi rima
encadenada al libro con un guante de Mima?
Propiciatoriamente, yo invocaba a Himeneo…
Aún veo el libro todo blanco y oro. Aún veo
una noche a la eslava que tú adoraste ciego,
digna de amor latino, como de culto griego,
pues la petersburguesa, parisiense y latina
tuvo todas las gracias, y además, la argentina.

Como la Diana de Falguière, ella ha partido,
virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.
Como la Diana de Falguiére, blanca y pura
a cazar imposibles entre la selva obscura.

     Conforme iba leyendo el poema podía ver como todo en él encajaba con la historia que había escuchado esa mañana. Comprendí que, de alguna manera, había quedado atrapado por la belleza de la historia. Si además fuera cierta, me quedaba la curiosidad de saber qué había ocurrido con el libro que Darío le regaló a Mima. 

   

4 comentarios:

  1. Vicente, genial anécdota. Espero leer más de tus interesantes crónicas de viaje.
    Mynor

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  2. Me gusta, gracias por compatir esta anecdota de otra anecdota, preciosa forma de llevar un poco de historia compartida entre uno y entre muchos, muchos que no lo conocemos y que llegamos a conocerlo parcialmente por personas que son apasionados de estos temas y personajes. Otra vez gracias.

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  3. Fantastica historia me encanto la poesia y el misterio que la envuelve espero seguir leyendo sus anecdotas. Hermoso es conocer un poco màs de lo nuestro.

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  4. Grande estimado amigo, he disfrutado mucho de tan exquisita lectura.

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