La relación entre Rubén
Darío y Rosario Murillo transcurre a lo largo de más de treinta años y es
cuando menos controvertida (la mayoría de los cronistas se han ocupado de resaltar la oposición de ella a los intentos de divorcio y los incidentes que tuvieron lugar durante ese proceso, que revelan una mujer de carácter decidido y de fina inteligencia). A continuación se mencionan los hechos más importantes de esta relación siguiendo un orden temporal.
De regreso a Nicaragua
experimentó, según sus propias palabras, “la mayor desilusión que puede
sentir un hombre enamorado”, al saber que en su ausencia tuvo un amorío con
un hombre mayor que ella. Se embarca rumbo a Chile, donde escribirá Abrojos y
Azul, pero antes de partir se despide de ella con una carta que escribe el 12
de mayo de 1886. A continuación, se reproducen los dos primeros párrafos:
Esta es la última carta que te escribo. Pronto tomaré el
vapor para un país muy lejano donde no sé si volveré. Antes, pues, de que nos
separemos, quizá para siempre, me despido de ti con esta carta.
Te conocí tal vez por desgracia mía, mucho te quise, mucho te
quiero. Nuestros caracteres son muy opuestos y no obstante lo que te he amado,
se hace preciso que todo nuestro amor concluya; y como por lo que a mí toca no
me sería posible dejar de quererte viéndote continuamente y sabiendo lo que
sufres o lo que has sufrido, hago una resolución y me voy. Muy difícil será que
yo pueda olvidarte. Sólo estando dentro de mí se podría comprender cómo padezco
al irme: pero está resuelto mi viaje y muy pronto me despediré de Nicaragua. Mis
deseos siempre fueron de realizar nuestras ilusiones. Llevo la conciencia
tranquila, porque como hombre honrado nunca me imaginé que pudiera manchar la
pureza de la mujer que soñaba mi esposa. Dios quiera que si llegas a amar a
otro hombre encuentres los mismos sentimientos.
A comienzos de 1893, tras
la muerte de su joven esposa, Rafaela Contreras, Darío se refugió en un hotel
en Managua, presa de un intenso abatimiento. Por esta época renovó sus viejos
amoríos con Rosario Emelina Murillo, cuyos familiares, según cuentan diversas
fuentes, le hicieron una encerrona y le obligaron a contraer matrimonio
canónico el 8 de marzo 1893 en una ceremonia privada.
Pocos días después Darío
recibe el nombramiento de cónsul de Colombia en Buenos Aires y parten juntos hacia
ese destino. Pero se separan al llegar a Panamá. Él partió hacia Argentina,
ella regresó a Nicaragua, embarazada. El 26 de diciembre de 1893 nació el niño
Darío Murillo que falleció al mes y medio de tétanos (se cuenta que la abuela
materna le cortó el cordón umbilical con una tijeras oxidadas o sucias). Lo
cierto es que el niño murió y esta desgracia fue la causa de la separación
definitiva entre ellos.
En 1907, Rosario va a
buscarle a Paris donde le reclama sus derechos de esposa y a través del
consulado de Nicaragua hace que le embarguen sus cuentas. Parece que allí
conviven brevemente, al menos eso es lo que ella atestigua para evitar que le
concedan el divorcio cuando Darío lo solicita durante su estancia en Nicaragua
entre octubre de 1907 y mayo de 1908. Fracasado el intento legal, Darío intenta
comprar el divorcio, ofreciéndole una sustancial cantidad de dinero, a lo que
Rosario se niega rotundamente. (Carmen Conde, a partir de sus conversaciones
con Francisca Sánchez, escribe un breve relato “Rubén Darío y la dramática
persecución de Rosario Murillo”, 33 páginas donde describe estos sucesos)
En 1915, estando
Darío ya gravemente enfermo, Rosario acude a Guatemala, donde lo cuida y
se lo lleva a Nicaragua, donde lo atiende en sus últimos momentos, hasta el día
de su muerte el 6 de febrero de 1916. Darío fallece llevando colgado del cuello
el crucifijo que le regalara Amado Nervo.
Rosario Murillo,
atendiendo a la última voluntad del poeta que quiso dejarle a su hijo de ocho
años todas sus posesiones y los derechos de autor de sus obras, no reclama la cuarta
parte que le corresponde por ley como esposa legítima.
Además, utilizando su
influencia en la vida pública de Nicaragua, debido a sus vínculos familiares,
interviene repetidamente para que los hijos del poeta reciban de parte del
gobierno de Nicaragua el trato que les corresponde. En el diario El Comercio, del
21 de enero de 1923, escribe un artículo en el que aboga ante el presidente de
la República y el Congreso de Nicaragua, para que se le faciliten los adecuados
medios de subsistencia a Rubén Darío Contreras.
Rosario Emelina Murillo
fallece en Managua el 23 de junio de 1953, llevando en el cuello el mencionado
crucifijo, que luego pasa a manos de Rubén Darío Contreras por expreso deseo
del poeta y que ahora continúa en posesión de sus descendientes.