Hace unos días tuve ocasión de reunirme con el ingeniero Rubén Darío Lacayo, bisnieto del afamado poeta nicaragüense. En la actualidad es el Presidente honorario del Movimiento Dariano Mundial, una organización privada, con sede en Miami, que promueve el
reconocimiento a la obra de Rubén Darío. Siendo el descendiente primogénito del poeta, por línea patrilineal, se presenta como Rubén Darío IV, una nomenclatura que se sitúa en la órbita de la costumbre anglosajona de designar a una dinastía de empresarios o de familias políticas.
Él reside actualmente en San José, Costa Rica, y quedamos en encontrarnos en las instalaciones de la Biblioteca Nacional, situada a un costado del Parque Nacional, en cuyo centro hay un monumento hecho en bronce que conmemora la victoria contra los filibusteros comandados por William Walker en el año 1856. Cuando entré en el edificio, el recepcionista me advirtió que mi interlocutor ya había llegado y dirigió mi atención hacia su persona. Estaba de pie ante una de las grandes mesas rectangulares que habitan la zona de lectura y consulta. Observé como iba sacando de una mochila varios folders repletos de documentos y los depositaba sobre la mesa.
Nos reconocimos por las
fotos del whatsapp. Al saludarnos dudamos unos segundos, como es habitual en estos momentos
post-pandemia, cuando dos personas, ya de cierta edad, se encuentran por
primera vez y no saben cual sería el saludo más adecuado a las preferencias del
otro: si un apretón de manos, un encuentro superficial de los puños cerrados o
un sencillo saludo verbal acompañado de un cabeceo de reconocimiento. Al fin
nos dimos la mano.
—Tengo muchos
documentos —me fue explicando mientras tomábamos asiento—, algunos con más de cien años, que eran de mi abuelo paterno
y otros que he ido consiguiendo en Registros civiles y religiosos buscando documentar
todo lo relativo a nacimientos, bodas y defunciones de la familia Darío
Contreras. Hemos sido una familia muy viajera, con varias nacionalidades y
estudios realizados en América y Europa, y eso hace más difícil la tarea de
recopilar y esclarecer las pruebas documentales.
De un viejo, deforme y
roto estuche de cuero, posiblemente de la misma época que su contenido, sacó
varios pasaportes argentinos del periodo de 1930 con visados nicaragüenses,
salvoconductos diplomáticos, fotografías, un carnet de reportero del diario La
Nación perteneciente a su abuelo y un curioso carnet de abogado perteneciente a
su padre. De otro folder iba sacando certificados de nacimiento y matrimonio
que se remontaban a la época colonial, y que llegaban hasta la abuela de
Rafaela Contreras, primera esposa del poeta nicaragüense y madre de su hijo
legítimo Rubén Darío Contreras (una legitimidad que a lo largo de la
conversación se ocupó de dejar clara, porque estaba convencido de que esa
circunstancia explicaba muchas de las cosas que habían ocurrido después). Con
orgullo me alcanzaba la documentación relativa al matrimonio civil del poeta con Rafaela, realizado
en El Salvador en 1890 y el del matrimonio eclesiástico que se llevó a cabo un
año después en Guatemala, así como el certificado de nacimiento del hijo legítimo
(de nuevo hizo hincapié en esta circunstancia) nacido en 1891 y expedido por el
Registro civil de Costa Rica. Yo los iba examinando y luego los desplegaba
sobre la mesa que, poco a poco, se iba llenando de papeles. A veces le pedía permiso para
fotografiar algunos documentos, y él en seguida se ofrecía a enviarme los que ya tenía
digitalizados (y lo hacía en el momento si podía encontrarlos en su
smartphone).
Llevábamos dos horas
revisando documentos, ya eran cerca de las dos de la tarde, hora en la que en Centroamérica
casi todo el mundo ha terminado de almorzar, y le propuse que fuéramos a una
pequeña soda que había a la vuelta del edificio, en la esquina de la avenida
tercera. Allí continuamos nuestra conversación mientras dábamos buena cuenta de
un casado de pollo guisado, humilde pero bien preparado (a esa hora y en ese
lugar era difícil encontrar algo mejor). En la calle el cielo se había cargado
de nubes y pronto empezaría a llover, como suele ocurrir en las tardes del
invierno tropical. Él, más previsor que yo, llevaba un largo paraguas con los
colores de la bandera tica.
Advertí que su preocupación, la principal razón por la que se dedicaba a la tarea de recopilar documentos, estaba en dar a conocer y en reivindicar la figura de su abuelo paterno Rubén Darío Contreras, señalando la buena relación que tenía con el padre, especialmente reflejada en su encuentro en Guatemala durante el último año de la vida del poeta.
—Él fue quien aconsejó a mi abuelo que se fuera a Argentina y le dio una carta de presentación para el director del diario La Nación —me explicó.
Mientras iba aportando documentos continuaba hablando de la actitud altruista de su abuelo hacia su medio hermano, Rubén Darío Sánchez, de su comportamiento honesto,
comprensivo, a veces orgulloso en detrimento de sus intereses legítimos, así como de la buena relación que mantenía con Rosario Murillo, segunda esposa del poeta (para ello me
mostró un artículo del periódico El Comercio, del 21 de enero de 1923, en el
que Rosario Murillo aboga ante el Presidente de la República y el Congreso de
Nicaragua, para que se le faciliten los adecuados medios de subsistencia al
hijo del poeta que tanto bien hizo a Nicaragua). Escuchándole hablar de ella se
tiene la impresión de que habría que revisar la historia fraguada en torno a la
figura de Rosario, maltratada por casi todos los biógrafos del poeta (la
mayoría de ellos han ido repitiendo por pura inercia lo que decían los anteriores, cada uno dándole una vuelta más al perno), que
han conseguido hacerla quedar como la mala de la historia.
—Era un hombre cabal, que renunció a su derecho legítimo sobre tres herencias: como hijo legítimo de Rubén Darío, como hijo de crianza de Ricardo Triguero, como ahijado de Julio Arellano y Arróspide y de Margarita de Foxá —afirmó al referirse a su abuelo.
(Ahora estaba ocupado en descubrir el paradero del testamento de estos nobles españoles, que un día ejercieron como embajadores de España ante las repúblicas centroamericanas y apadrinaron al primer hijo de Rubén Darío. Lo buscaba en el Archivo histórico de protocolos, con sede en Madrid, ya que existía el conocimiento en la familia, transmitido de una generación a otra, de que le habían dejado en herencia uno de sus castillos en España).
—Mi abuelo respetó la última voluntad de su padre de dejárselo todo a su hermanastro y nunca reclamó la herencia que le correspondía en derecho. A pesar de ello no pudo hacerla efectiva porque, al no ser hijo legítimo y no poder presentar un certificado de nacimiento que le acreditara como hijo de Rubén Darío, la justicia nicaragüense nunca le concedió ese derecho —me explicó.
—En Argentina, mi primo
hermano Martín Katz, conserva una buena parte del archivo familiar —comentó más
adelante.
—¿Hay allí algo del
propio poeta? —le pregunté.
—Poco, pero muy relevante. Casi todo el archivo se concentra en los documentos recopilados por nuestro abuelo. Pero conservamos el crucifijo que le regaló Amado Nervo, y que le acompañó en la hora de su muerte y luego colgó de su cuello la propia Rosario Murillo en su fallecimiento en 1953, pasando después a manos de mi abuelo (en la fotografía que se acompaña puede leerse la declaración jurada que atestigua esa posesión).
Había escuchado muchas veces la historia de ese crucifijo, que tiene la carga
simbólica de representar el retorno del poeta a una religiosidad profunda. Una
historia polémica, ya que tanto en el Museo Darío de León como en el que
abrieron hace unos años en Managua afirman tener ese crucifijo y de hecho en
ambos lo tienen expuesto como si fuera el auténtico. Dato un tanto paradójico ya que al menos uno de ellos debería ser falso.
Hay que señalar que la principal contribución de Darío Lacayo ha sido, durante muchos años, el estudio genealógico de la familia que fundó su bisabuelo Rubén Darío en 1891 al casarse con Rafaela. Autor de varios trabajos sobre el poeta, entre ellos Genealogía de Rubén Darío y su descendencia con Rafaela Contreras Cañas, ha llegado muy lejos en su investigación genealógica, implicándose en la búsqueda de información. No pretendía ser un entendido en la obra literaria del poeta nicaragüense, de la que apenas parecía conocer los títulos más importantes, pero pude advertir que tenía un conocimiento profundo de su vida y andanzas. También me llamó la atención que investigaba cada suceso con el ánimo de un historiador y procuraba no afirmar algo que no estuviera respaldado por un documento fiable.
Más adelante, me enseñó una
serie de documentos, de los que no he hablado aquí, porque así me lo pidió, que
de revelarse arrojarían una nueva luz sobre el estudio de los orígenes del
poeta nicaragüense.
Le pedí permiso para
utilizar, con fines divulgativos, alguna de las fotos que me había pasado y tuvo la cortesía de enviarme fotografías de muchos de los documentos más representativos de su archivo personal, en los que puede hacerse un seguimiento completo de la genealogía de la familia de Rubén Darío Contreras.