
Yo voy con mi farolillo
alumbrando el
camino,
arriba brillan las estrellas
aquí la luz que va conmigo.
“¿A qué se debe esta procesión?” Pregunta un sorprendido espectador a su vecino que, igualmente ignorante, se encoge de hombros.
“Estamos recordando a San Martín de Tours, un hombre humilde, generoso y compasivo”. Responde al paso uno de los integrantes de la comitiva que ha oído la pregunta.
“!Ojalá que traigan con sus farolitos un poco de luz en estos días de zozobra! Exclama otro espectador, con la voz atenuada por la prudencia y animada por la esperanza.
Malos tiempos se viven en la ciudad y en el país, ahora sometido a la cruel embestida de la revancha y la desconfianza entre las personas, capaz de separar a los amigos y dividir las familias. Recurriendo a un socorrido eufemismo muchos se refieren a esta situación como “la crisis socio-política”. Para que no lo olviden, mientras recorrían las calles del barrio “Libertad”, han podido leer en las paredes de algunas casas la palabra “Plomo”, que identifica las viviendas de los “señalados” en uno de los dos bandos.
Pero… ¿quién es este santo que tanta devoción inspira en el mundo y que muy pocos parecen reconocer en Diriamba?
El 11 de noviembre de 1897 publicaba Rubén Darío, en el diario La Nación de Buenos Aires, un artículo celebrando la festividad de San Martín de Tours, patrón de Buenos Aires, y que también lo es de Francia, Hungría y muchas otras ciudades de Europa y América. El santo al que más iglesias ha dedicado el catolicismo.

En un lenguaje barroco, repleto de referencias y alusiones a los textos clásicos, Darío describe esta escena en su artículo de la siguiente manera: “Amiens, en hora matinal. Del cielo taciturno llueve a agujas el frío. El aire conduce sus avispas de nieve. ¿Quién sale de su casa a estas horas en que los pájaros han huido a sus conventos? En los tejados no asomaría la cabeza de un solo gato. ¿Quién sale de su casa a estas horas? De su cueva sale la Miseria. He aquí que cerca de un palacio rico, un miserable hombre tiembla al mordisco del hielo. Tiene hambre el prójimo que está temblando de frío. ¿Quién le socorrería? ¿Quién le dará un pedazo de pan?
Por la calle viene al trote un caballo, y el caballero militar envuelto en su bella capa.
Ah, señor militar, una limosna por amor de Dios!
Está tendida la diestra entumecida y violenta. El caballero ha detenido la caballería. Sus manos desoladas buscan en vano en sus bolsillos. Con rapidez saca la espada. ¿Qué va a hacer el caballero joven y violento? Se ha quitado la capa rica, la capa bella; la ha partido en dos, ha dado la mitad al pobre. ¡Gloria, gloria a Martín, rosa de Panonia!”.
La crónica de Darío se centra en la expresión de solidaridad que une al soldado y al mendigo. Un gesto que es sencillo en su dinámica pero sublime en su significado, porque surge de la compasión, probablemente el sentimiento humano que, junto con el amor, resulta más conmovedor y trascendente.

Esa
tradición, que Anke vivió de niña en su Alemania natal y que trajo con ella
cuando llegó a tierras americanas, está en el origen de esta procesión que
desde hace unos años recorre las calles de Diriamba cada 11 de noviembre. Unos
días antes, en el salón de la biblioteca Semillas, los niños y los padres que
han querido participar en la actividad, se reúnen en una jornada de
manualidades en donde cada uno fabrica su propio farolito, con cartón papel,
una vela y un pedazo de alambre, el mismo que luego llevará en procesión por las calles, pregonando con sus canciones los ideales de solidaridad y hermandad entre los seres humanos, unidos todos en un ideal común, más allá de las vicisitudes temporales.